Corazón de seminarista / Miguel Ángel Gutiérrez Barragán

Preparatoria Regional Lagos de Moreno / 2013B  

Que Dios me perdone, porque he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Quizá no llegue al cielo ni me reciban con los brazos abiertos, ¿cómo podría perdonarme Dios tantas veces? Su misericordia es infinita, pero no es manipulable. Esto, hermanos, es una confesión de todo lo que puede pasar en un seminario. ¿Podré llegar al cielo como me lo prometió Cristo? ¿Podré ver el rostro de mi padre todopoderoso? ¿Llegaré a disfrutar las maravillas del paraíso? ¿Cristo me reconocerá y me abrirá sus brazos? ¿Recordará su pasión para perdonarme e interceder para que mi padre todopoderoso también me perdone?
     Pues bien, ahora no creo volver a rezarle al dios de aquellos quienes persiguieron a Ezequiel, quienes mataron mi poca fe que me quedaba. No puedo juntar las manos de nuevo y rezar con devoción. Ya no, ya es imposible pedirle una vez más a Dios que me perdone por todos mis pecados, porque no me arrepiento de ellos. Eso es lo que más me aturde todos los días, mi poco arrepentimiento, mis ataduras a este mundo humano, los lazos que me unieron eternamente a Ezequiel, y ahora no puedo romper. Aún me cuesta entender cómo sucedió todo, cómo un grupo de religiosos pudo más que un alma en pena. Ahora se me hace fácil rezar con egoísmo y soberbia, pues ya no pido el perdón de los pecados del mundo, ahora sólo pido por mi perdón y mi lugar en el paraíso.
     Dejar que las cosas fluyan a veces no tiene valor cuando eres vigilado por alguien que por más que lo intentes no encuentras rastros o huellas para enfrentarlo. Aprendí lo que es dañino y lo que no, que para mí ahora es muy importante, más importante que lo bueno o lo malo, ya que no importan esas etiquetas, sólo debes saber si es dañino para ti o para los demás, y hacer cosas benéficas sin aprovecharte de nadie. Quizás el hombre sí sea malvado por naturaleza, o quizás sí es libre de construir su propio destino, pero de lo que estoy seguro es que no es un ser creado para la alabanza y someterse a órdenes absurdas de alguien inexistente. Sí creo en la existencia de Dios, pero dejé de creer en la Iglesia hace tiempo, exactamente después de Ezequiel. Es difícil verle el rostro a las imágenes en las iglesias, templos, parroquias y basílicas, porque siento que me tienen lástima, que saben mi historia, y si existiera una imagen de Dios tal cual es, me sentiría intimidado, doblegado, asustado, avergonzado, deprimido, y a la vez feliz de poder reclamarle, aunque sea a una estatua, y desahogar mi coraje hacia Él. Lo único que tenía era a su Hijo, y una cruz donde murió, pero dejé de verla como lo hacía. Los fariseos mataron al hijo de Dios, al mesías. Yo considero a los católicos y cristianos los nuevos fariseos, por matarme la fe con una máscara, una fe absurda, estúpida e hipócrita; eso me enseñó mi nueva fe, una fe que no es sólo creer por creer, sino creer por gusto, por placer. Me da asco y repulsión pensar que tal vez Dios se sintió ofendido porque Ezequiel me amó más a mí que a Él, y soltó todas esas catástrofes. No puedo imaginarme a un dios egoísta e infantil, porque si lo hago, tendría el peor resentimiento que jamás en mi vida había tenido.

 

 

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