Visitaciones / Los libros del nómada / Jorge Esquinca

  • Tratado de metalurgia
  • Hidráulica urbana y agrícola
  • Dirigir barcos a vapor
  • Arquitectura naval
  • Pólvora y salitre
  • Mineralogía
  • Albañilería
  • Libro de bolsillo del carpintero

 

Se trata de la primera relación de libros que, a sus veintiséis años y ya instalado en el África del siglo xix, el poeta Arthur Rimbaud pide con urgencia que le sean enviados desde Europa. Ninguno de ellos, entre los más de cuarenta que encargó, tiene relación expresa con la literatura y menos aún con la poesía que poco antes ocupaba el centro de su aventura vital. Diez años atrás, el bibliotecario de Charleville, su pueblo natal, se quejaba de sus constantes e inoportunas solicitudes, sobre todo porque el niño prodigio se esmeraba molestándolo con tratados esotéricos de magia y alquimia que, entre otras muchas lecturas, sirvieron como sustento a un proyecto que implicaba el desarreglo de todos los sentidos y tendría como consecuencia convertirlo en un vidente. Un proyecto, entre tantos otros, realizado antes de sus veinte años y que habría de catalizarse en fórmulas como la célebre afirmación «Yo es otro». Condensaciones poéticas cuya trascendencia vendría a ser definitiva en los desplazamientos de la poesía moderna y que al parejo de su vida han hecho correr ríos de tinta.
     En los treinta y siete años de su periplo mortal, con dinero de su madre, Rimbaud publicó un solo libro: Una temporada en el infierno. Si la palabra poética y el destino van de la mano, no debería sorprendernos que una de sus estaciones finales fuese precisamente el continente africano y, en él, Aden, una aldea a la que describe como «una roca espantosa, sin una brizna de hierba ni una gota de agua buena» y en la que se encuentra «prisionero», víctima de un calor excesivo durante la mayor parte del año. Los libros que pide entonces son de orden estrictamente práctico. Libros cuyos contenidos le serían útiles para sobrevivir en una geografía inhóspita, enfrentado a tribus de lenguas y costumbres bárbaras. No deja de ser interesante notar que, en los sucesivos y siempre urgentes requerimientos, pida una Guía del viajero o manual teórico y práctico del explorador, una cámara fotográfica y diversos instrumentos de medición, auxiliares de primera importancia en ésta, la última fase de su vida, investido ya como empresario y aventurero en parajes inexplorados hasta entonces. Entre todos estos libros hay uno que se titula Le Ciel (El cielo), de Amédée Guillemin. El primero de los volúmenes que conforman su Petite Enciclopédie Populaire, una publicación de éxito que en las postrimerías del siglo xix se encontraba a la vanguardia en materia de divulgación científica.
    Hace unos años, la también pequeña librería Ítaca de Guadalajara me tenía reservada una sorpresa. Entre los libros usados que habitualmente dormitan en sus estantes me topé con tres volúmenes de la edición original de aquella enciclopedia, publicados entre 1878 y 1880, justo en esta etapa de la vida de Rimbaud. Eran La Lune, Le Soleil y Les Nébuleuses. Confieso que mi corazón latió con fuerza. ¿Estaría, entre ellos, El cielo, el libro que con insistencia pedía Rimbaud y que muy probablemente recibió en África y leyó con avidez? Fatigué los libreros sin encontrarlo, pero salí de la librería con los ejemplares mencionados y con la gozosa convicción de que, desde muy lejos, me llegaba un saludo inesperado. De cuando en cuando repaso las páginas de estos tres libros que han resistido, heroicas, el paso del tiempo y me detengo en los hermosos grabados que las ilustran. Y quién sabe, tal vez Le Ciel algún día…

 

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