Mi pequeño ruiseñor / Jessica Nataly Hernádez Villaseñor

Preparatoria 3 / 2013A

Después de que lloviera varios días, una mañana me acerqué a la ventana y logré ver el sol asomándose tímidamente entre los arboles del bosque. De nuevo sentí  paz y tranquilidad luego de aquella situación abrumadora. Después de varios minutos de mirar un rato tras el cristal, decidí abrir la ventana para respirar el aire fresco y  apreciar todo aquello que es bello.  En ese momento vi un pájaro que revoloteaba arriba de mi ventana, tenía un canto muy hermoso y un plumaje tan fino y elegante que mirarlo era hipnotizante. Bastaron unos pocos segundos para enamorarme de aquel ruiseñor. Corrí a la cocina a buscar un poco de fruta, con el temor de que al volver ya no estuviera, pero al regresar descubrí gratamente que aún permanecía. Dejé trozos de fruta sobre la ventana y, sin pensarlo, el pequeño ruiseñor se acercó  a alimentarse, mientras noblemente me cantaba una dulce melodía, tan tierna y linda. Mi pequeño ruiseñor, ¿cómo es que puedes cantar tan bello?  ¿Cómo puedes revolotear sin ayuda, lejos de todo y de todos…?
     Al poco tiempo que lo admiraba decidió irse, y al hacerlo me di cuenta de que el dolor que sentía en mi pecho había desaparecido, como si el pequeño ruiseñor con su presencia llenara de vida mi corazón.
     A la mañana siguiente me acerqué  nuevamente al cristal, abrí la ventana y miré al  ruiseñor posado sobre una rama a poca distancia de mi ventana, balanceándose como si de un columpio se tratara. Al verme, comenzó a cantar una nueva melodía, un poco menos dulce que la otra, pero con el mismo cautivador sonido. Día a día venía a visitarme, yo lo alimentaba y él con su canto hacía que mi corazón riera de alegría. ¡Cómo puedes hacerme olvidar el dolor de mi pérdida, con tan simples cantos!… No tengo a nadie más que a ti, cómo es posible que tú seas tan fino y elegante y vengas y cantes a alguien tan humilde como yo, sin mucho que ofrecerte. El ruiseñor seguía ahí, y las ramas se agitaban, como si también cantaran.
Mi pequeño ruiseñor siguió cantando todos los días, todos los años en primavera, hasta que el tiempo iba pintando mis cabellos de gris y me dejaba sin algún amor, sólo con mi amado ruiseñor, que poco a poco iba sanando mi corazón.
     Hasta que un atardecer, cuando el día se preparaba al sueño, me recosté con la dificultad que dan los años, y extendí mi cuerpo sobre la cama, cansada de la vida y el dolor. En eso entró mi pequeño ruiseñor por la ventana y se posó al pie de la cama. Apenas le sonreí y comenzó a cantarme una nueva melodía, más triste que la anterior… Cantó una y otra vez, y vi cómo extendía sus alas para acercarse junto a mí. Con las últimas fuerzas giré mi cabeza para mirarlo y regalarle una mirada de amor y agradecimiento. El cansancio nacía en mis ojos y poco antes de cerrarlos vi a mi padre recostado junto a mí, mirándome y cantándome, con los brazos abiertos para abrazarme de nuevo.

 

 

Comparte este texto: