In Memoriam † José Emilio Pacheco

CRÍTICA DE LA POESÍA
Y TRES DIATRIBAS CONTRA EROS

I
POESÍA Y DECLAMACIÓN

1
Páladas:
Mal comienzo

Canta, diosa, la cólera funesta
De Aquiles el Pelida que causó a los aqueos
Incontables dolores y arrojó a los infiernos
Las vidas valerosas de muchísimos héroes
Y presas de los perros y los cuervos los hizo.
Iliada I, 1-5.

Se inició la poesía
con una maldición en cinco versos.

En el primero se habla
de cólera funesta.
En la línea tres surgen
incontables dolores.
En la cuarta se arrojan
vidas a los infiernos.
Llenan el quinto verso
los perros y los cuervos.

¿Cómo no iba a acabar en el desastre
algo que se inició con mal agüero?

2
Páladas:
Contra un declamador

—Malhechor que destrozas mis versos indefensos,
¿de qué te vengas si no te he hecho nada?

II
CONTRA EROS

1
Alceo:
El cazador

Detesto a Eros.

¿Por qué el intolerable
no se ensaña con bestias
en vez de hacer su blanco aquí en mi pecho?

¿Qué objeto tiene calcinarme?
¿Para qué
cuelga entre sus trofeos mi cabeza
si ya me ha hecho pedazos?

2
Filodemo:
La edad del juicio

Implacables, los años me aplastaron.
Tengo el cabello blanco por completo.
Mi vida es como un libro ya cerrado.
En cambio, aún no me llega la edad del juicio.
Las tentaciones siguen arrastrándome.
El fuego se mantiene siempre insaciable.

Sólo imploro que cese mi locura,
que termine cuanto antes.

3
Páladas:
Frituras

Una sartén para freír pescado
han hecho los cristianos con la estatua de Eros.

Aunque no fue su objeto,
nos vengaron:
Eros terrible siempre nos freía.

[Publicado originalmente en el
núm. 35 de Luvina, verano de 2004]

SIMULACRO

Lo más importante de una obra de arte
es lo que no se dice.
VIRGILIO FERREIRA

Arte de no decir,
La telaraña que brilla
Como plata bajo el Sol de oro.
Su diseño parece abstracto.
Por su rigor debería
Estudiarse en un curso de arte.

La mente que concibió tal belleza
No puede ser despreciada
Aunque encarne en una alimaña
Que incita al exterminio a primera vista.

Sin embargo la obra no es arte puro:
Está comprometida en una causa feroz
Igual que la nuestra.

Es una trampa, un matadero sin sangre,
Un lugar de tormento donde no hay gritos.
Su limpidez, su gratuidad en apariencia
Y su espejismo de orden
No durarán mucho tiempo.

Cuando pase de nuevo por aquí encontraré
El laberinto mágico de urdimbres
Sembrado de cadáveres vacíos:

Los restos insepultos de las moscas
Que la araña atrapó en el simulacro
Para sorberles poco a poco
La amarga vida.

[Publicado originalmente en el
núm. 53 de Luvina, invierno de 2008]

JOSÉ EMILIO PACHECO: UNA HISTORIA EPISTOLAR

Conocí a José Emilio Pacheco en París, en la Abadía de Royaumont, junto a Saúl Yurkievich —ambos poetas fueron traducidos al francés por el también poeta Claude Esteban. Una semana a puerta cerrada con el traductor y al final una lectura pública. «Extrañeza de estar aquí», leyó José Emilio esa noche, «Un azoro múltiple, un ahora tan feroz que ni siquiera tiene fecha». Su voz comenzó a dibujar litorales, era como si los poemas que escuchábamos —en español y luego en francés— le buscaran acomodo al mundo, no sin llevarnos a habitar el extrañamiento: un mundo visto en su drama, en su etapa última de cara a su propia destrucción, pero también dentro de paraísos formales donde el poema es la canción de cuna o el inicio de la fábula.
     En la biblioteca medieval de Royaumont, con sus muros de piedra, bóvedas ojivales y el olor a los numerosos incunables acomodados en los altos libreros de madera, la poesía de Pacheco trazaba los límites de cada objeto, versos que devolvían al lector su ser vulnerable y heroico de habitante pasajero de este «valle de lágrimas». La poesía de Pacheco atisba, deja caer luz sobre las cosas. Al delinearlas devuelve a ellas su resplandor, pulidas nos rebasan, reacomodan la memoria y se transforman en repeticiones, salmos, cantos. Desde su primer libro, Los elementos de la noche (1963), hasta los más recientes poemas que ahora nos cantan desde la contundencia del punto final, José Emilio habría de recorrer los diferentes metros y el espectro de posibilidades de la acentuación que puede lograrse en lengua castellana. Con pulso fino entra en las cavernas misteriosas o siniestras de la historia mexicana, de la historia universal y regresa —siempre— a las vetas mínimas, extraordinarias de lo simple, de esa naturaleza que nos rodea y nos sorprende. No menos importante es su humor, que a veces roza la ironía, sobre todo en su intención de desenmascarar y desacralizar los clichés, las estructuras fijas, los versos cosificados: «En aquel año escribí diez poemas / Diez diferentes formas de fracaso». Así concluyó su lectura. Si bien su poesía se instala en situaciones límite, casi apocalípticas, en el ocaso de los tiempos, su escritura —percibida como instantes naciendo— llega ahora para nosotros con la capacidad de desdoblarse en un resonar dilatado y se queda expandida, anclada. Inagotable, la poesía de José Emilio Pacheco es génesis.
     Desde aquel encuentro parisino de 1997, José Emilio fue un amigo personal y, desde mi llegada a Luvina, colaborador de la revista. En sus múltiples correos me dio lecciones de poética y me escribía sobre sus apreciaciones de la situación de nuestro país. En general, su visión, tanto social como personal, era pesimista. En 2003, cuando me pidió que le presentara su libro de traducciones en la FIL, escribió: «Estoy más enredado que antes porque dediqué todos estos días a la preparación de Aproximaciones con Marcelo. Ya que ha sido un trabajo de tantos años, decidimos no apresurarnos. Así pues, no habrá presentación en la feria. Un agobio menos para ti, aunque sin duda te daremos la lata para diciembre de 2004 (si aún estoy vivo). De verdad te agradezco mucho tu amistad y tu apoyo. Muchos saludos para tu familia».
     José Emilio, además de ser un hombre generoso, supo mantenerse en el estadio del aprendizaje, nunca creyó haber alcanzado la perfección en poesía; al contrario, trabajó el verso y la prosa como si se encontrase a medio camino. En 2006, ante mi demanda de un poema inédito para Luvina, me respondió: «Como prueba de afecto contesté de inmediato y te envié el poema que me hiciste favor de pedirme. En la prisa por responderte hice dos correcciones infortunadas. Ahora, en el caso de que hayas aprobado mi texto, te pido por favor que hagas estos cambios. No te imaginas cuánto te agradezco tu generosidad, querida Silvia. Y ya, gracias a ti, otro cambio, más lógico:

Rama de árbol talado,
Repleta de inscripciones indescifrables.

Cuánta razón la de Valéry: nada se termina, sólo se abandona. Tantos años y no aprendo. Lo de las mayúsculas es una defensa del verso. (Lee el prólogo a Mil años de poesía castellana y el de David Huerta a Los mejores poemas de 2005). No es lo mismo ponerlo de corrido, como hacen en todos los periódicos, o en forma arbitraria, como en internet, que en su disposición natural con sus indispensables pautas y silencios. Por supuesto, no tengo nada contra las combinaciones y los poemas en prosa (mi libro tiene toda una sección de ellos), pero lo que está en verso hay que dejarlo en verso. Los encabalgamientos son parte natural del proceso. Por definición constituyen otro verso y en consecuencia los pongo también con mayúscula inicial. ¿Has visto que es la práctica de poetas como Cernuda y Montes de Oca? Muchísimas gracias, querida Silvia».
     Años más tarde, en 2008, inauguró en la FIL el primer Salón de la Poesía, y tuve el honor de que me pidiera presentarlo, justo en el año en que la Universidad de Guadalajara vivía una crisis entre su clase dirigente y la FIL parecía amenazada: «Muchas gracias por escribirme mientras en nuestro derredor todo se desploma y entramos de verdad en la “patria espeluznante” de la que habló López Velarde. No sabemos qué va a pasar con la feria, querida Silvia Eugenia. Actuemos como si todo fuera a salir bien. Te agradezco tu petición y te correspondo con el envío de un poema no sólo inédito, sino que tú serás la primera en conocer. No he vuelto a publicar desde que lo hice en Luvina y en Nexos. Perdona que no te haya enviado el material de nuestro salón. Pensé en mandarte los libros para que tú escogieras, pero es demasiado y representa un abuso de tu tiempo. En realidad son tres libros. Uno de poemas en verso que incluye el “Simulacro” que me haces favor de publicar y los “Diez poemas dementes”. Otro de poemas en prosa. Y el último las “Aproximaciones” que empiezan con los epigramas de la Antología griega —también has incuido algunos en Luvina— y acaban con los haikús. Como ves, has tenido una parte en todos estos proyectos que no compartes con nadie. “Aproximaciones” es el último libro del mundo que ha tardado cincuenta años en escribirse (1958-2008). Me pregunto si el desastre económico me permitirá ver impresos estos libros. Prometo mandarte mi selección esta misma semana. Disculpa estas largas confesiones. Espero que estés bien enmedio del desastre mexicano y recibe todo mi afecto y agradecimiento».
     En 2009, cuando le solicité otro poema para Luvina, escribió: «Desde el pueblo fantasma que era la Condesa, te doy las gracias por tu renovada generosidad. Como no tengo ya el nuevo libro, le pedí a Marcelo que te enviara uno de los poemas extensos, “La oveja reina”. Si no te parece bien te mando otra cosa. Un favor: ¿puedes hacerme llegar el número de 2008 en que está mi poema “Simulacro”? Tuve un ejemplar, pero alguien me lo pidió en la feria y no lo volví a ver. La entrega más reciente es magnífica. Te doy las gracias de nuevo y te mando un gran abrazo en medio de la zozobra, el miedo y la incertidumbre ante la plaga. José Emilio».
En este número, Luvina ofrece a sus lectores, a manera de homenaje a nuestro José Emilio Pacheco, dos de los poemas que generosamente nos entregó aún inéditos y que con gran orgullo publicamos en aquellos días.

SILVIA EUGENIA CASTILLERO

 

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