José Emilio Pacheco, homme de lettres / José Miguel Oviedo

José Emilio Pacheco, homme de lettres / José Miguel Oviedo

José Emilio Pacheco (México, 1939) pertenece a una categoría intelectual que puede considerarse hoy una especie en extinción en Hispanoamérica: el homme de lettres cabal, en el sentido que lo fueron, en su país, Alfonso Reyes y Octavio Paz. Su vocación literaria se expande, como la de un verdadero humanista, en todas las direcciones posibles, animada por una pasión y una curiosidad inagotables. Aunque puede decirse que el eje alrededor del cual gira su obra es la poesía, ha cultivado, con igual brillo, otros géneros: novela, cuento, teatro, ensayo, crítica… Ha ejercido, además, otras dos actividades a las que ha otorgado la alta dignidad intelectual que no siempre alcanzan: el periodismo y la traducción. Como periodista no sólo ha estado vinculado a los más importantes suplementos y revistas culturales mexicanos, sino que, a lo largo de un ejercicio constante de muchos años, se ha convertido en uno de los más notables cronistas culturales de nuestro tiempo (lo que puede comprobarse revisando las páginas de su «Inventario» en la revista Proceso y las que ha publicado en Letras Libres), al lado de otros como Gabriel Zaid, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska. Como traductor de varias lenguas, Pacheco ha incorporado un impresionante corpus de textos extranjeros (desde los de la célebre Antología griega hasta poetas contemporáneos) que, de otro modo, habrían permanecido al margen de nuestra tradición literaria. El autor no las llama «traducciones», sino «aproximaciones», es decir, versiones en las que interpreta textos ajenos acercándolos a su voz y a la sensibilidad contemporánea. Lo que hace es apropiarse de ellos para hacerlos sonar como si se tratasen de textos vivos y escritos en nuestra lengua.  Este año esas «aproximaciones» serán publicadas por primera vez como un volumen independiente por la editorial Era; y en Madrid, Alianza Editorial imprimirá los Cuatro Cuartetos de T. S. Eliot, en traducción más extenso prólogo de Pacheco, trabajo que le llevó mas de 10 años completar. Esta vasta obra de creación y recreación se apoya en una virtud y una convicción. La primera consiste en que, si Pacheco es un gran escritor, es porque, antes, es un  gran lector. Lee con pasión y sin descanso, con un apetito voraz y omnívoro, sin importar la época, la lengua o el género; y aunque es riguroso y selectivo en sus juicios, aprende hasta de los malos libros a no caer en ciertos errores. La convicción (afín a la de Borges y estimulada por esa experiencia directa del enorme legado de la literatura universal) es que escribir consiste sólo en introducir variantes a lo que ha sido dicho mil veces antes; como los temas literarios son los de siempre, no hay creación fuera de las huellas de los grandes maestros y aun los gestos de negación y ruptura son parte de los ritmos que la producción literaria sigue desde hace siglos.
     Escribir es reescribir, agregando meros escolios, apéndices y matices a ese gran texto que forman los textos escritos antes que nosotros. Así se explica además la característica modestia intelectual con la que Pacheco ejerce su oficio, sabedor de que cada intento está amenazado por el fracaso. Leer, crear, traducir son tres modos de rendir el justo tributo a los que nos precedieron. Una decisiva consecuencia de estas ideas es que, para él, el autor es nada más que un mediador, un servicial puente o gozne que nos conecta al pasado, nos ilumina el presente y nos proyecta al futuro, en una cadena infinita de eversiones, revisiones, ecos, imitaciones y contradicciones. El proceso histórico-literario no es lineal, sino cíclico: la actualidad implica siempre una reinterpretación del pasado, lo que parece muerto revive súbitamente y lo que un día fue considerado insuperable pasa al olvido. Esta idea es central en su poesía que, en buena cuenta, es una paráfrasis de toda la poesía anterior a él y está dominada por una hiperconciencia de sus límites, que son tanto lingüísticos como históricos: el significado de las palabras cambia y lo que los hombres de una época veneran puede resultar irrisorio para los de otro siglo. Pero esto, que podría anunciar la caducidad de toda poesía, es también la garantía de su sobrevivencia: lo único permanente es el cambio y esa dialéctica reanima y transfigura la poesía de modo periódico y hasta la hace decir lo que no dijo en su tiempo. En «Aceleración de la historia» leemos: «Escribo unas palabras / y al minuto / ya dicen otra cosa / significan / una intención distinta / son ya dóciles / al Carbono 14 […]». La poesía aspira a la eternidad, pero está profundamente marcada por el tiempo, «como una canción que cada vez se escucha menos». La cita proviene del poema «Those were the days», incluido en uno de los más importantes libros poéticos de Pacheco, titulado No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), pues en él asume plenamente la condición precaria de su oficio y la fugacidad de todo. El título de la recopilación integral de su producción lírica, Tarde o temprano (1980; segunda edición aumentada, 2000), es una alusión, entre resignada y sarcástica, al hecho inevitable de publicar lo producido hasta sus 40 años sin saber cuánto sobrevivirá del conjunto. (Otros títulos de libros y recopilaciones suyos reiteran esa referencia a la temporalidad, como en Desde entonces, Irás y no volverás, Ayer es nunca jamás.) Como es consciente de la fragilidad de la palabra, la musa del autor es irónica, sutil,  sensible a la entrelínea y la paradoja, nunca altisonante o rotunda, ni siquiera cuando toca asuntos de actualidad política o cultural. Resulta admirable que, en medio de la miríada de voces ajenas que arrastra consigo, la inflexión de su voz sea reconocible y, en verdad, inconfundible. La dicción de Pacheco es serena sin dejar de ser dramática, íntima sin ser necesariamente confesional, intelectual y reflexiva sin ser densa. Una notoria preocupación del autor es la de lograr una comunicación inmediata con el lector, un circuito casi oral donde ambos se encuentran y reconocen porque comparten un mismo lenguaje. La verdadera voz de Pacheco aparece definida en No me preguntes… y esa voz tiene, como tanta poesía de los años sesenta bajo la influencia de Ernesto Cardenal y Nicanor Parra, una entonación coloquial, cercana a la andadura narrativa, traspasada por prosaísmos, clichés de la publicidad y la tecnología, fórmulas agotadas por su frecuentación y vueltas al revés para darles nuevo sentido. El autor domina el arte de la cita, la paráfrasis, la recomposición verbal, la transformación sorpresiva que pone al día lenguajes que parecen remotos; en sus manos, los antiguos poetas griegos, los testimonios aztecas, los clásicos y los románticos, los poetas malditos y los modernistas parecen hablarnos al oído, regresan a nuestro tiempo; por eso una de sus «aproximaciones» puede titularse «Catulo imita a Ernesto Cardenal». Su hábil e intensa manipulación textual tiene una marcada inclinación por las formas breves que se prestan al juego de réplica e invención verbal: el epigrama, la fábula, la glosa, la parodia, el homenaje y el antihomenaje. Para él, todo texto es una invitación a la reescritura, al apéndice y a la nota al pie. Sus mismos textos no escapan a esa regla, pues los somete a una constante relectura y revisión crítica que introduce variantes a la variante; de hecho, Pacheco es el mejor «editor» (en el sentido anglosajón de la palabra) de su propia obra. En el fondo, se trata de ser fiel a su otra convicción: la de que no hay originales intocables, porque todo texto habita en un espacio de perpetua fluidez, donde nada es fijo ni definitivo, donde nada es enteramente de uno sino de todos: borradores escritos por muchas manos. «La poesía es un ser vivo» ha escrito el autor, y por lo tanto sujeta a las leyes de la muerte y el renacimiento. Pacheco ha recibido muchos premios importantes. El último, el Premio Pablo Neruda que le otorgó en Chile un jurado compuesto por Carlos Fuentes, Jaime Concha y Julio Ortega, es un nuevo reconocimiento de los singulares méritos de una obra que ha mantenido su vigencia, prestigio e influencia por más de 40 años.

[Publicado originalmente en el núm. 35 deLuvina, verano de 2004]

 

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