Poemas / Agi Mishol

 Gansos

    

     A mi maestro de matemáticas, Epstein,

     le gustaba que yo pasara al pizarrón.

     Decía que mi cabeza sólo servía para llevar sombrero

     y que un pájaro con un cerebro como el mío

     volaría al revés.

     Me mandaba a cuidar gansos.

    

     Hoy, a años de distancia de su sentencia,

     cuando me siento bajo la palmera

     con mis tres preciosos gansos,

     pienso que mi maestro de matemáticas era visionario.

     Tenía razón,

    

     porque nada me hace más feliz

     que mirarlos

     abalanzarse sobre las migas de pan,

     sus alegres colas meneándose,

     o congeladas por un momento

     bajo las gotas de agua

     cuando los rocío

     con una manguera,

     sus cabezas erguidas,

     sus cuerpos estirados

     como si recordaran lagos lejanos.

    

     Mi maestro de matemáticas ya murió,

     junto con los problemas de matemáticas

     que nunca pude resolver.

     Me gustan los sombreros

     y todas las tardes

     cuando los pájaros regresan a los árboles

     busco al que vuela al revés.

    

     Lunes

    

     ¿Y qué hubo?

     El dulce perfume del jazmín,

     el pintado sol naranja

     descubierto de pronto

     al cortar a la mitad el pérsimo

     bajo el primer torrente de luz.

     El azul matinal

     de las flores de achicoria,

     el prado entero,

     un racimo de caracoles

     en la punta del tallo de una cebolla albarrana

     y también hubo la palabra «motacilla».

     ¿Qué más hubo?

     El réquiem de las cigarras,

     ovejas color de rosa en el cielo declinante,

     y los suaves, muchos besos

     en la oreja del gato

     y eso es todo, creo

     que eso es lo que hubo

     hoy.

    

     Mártir Mujer

    

     La tarde se queda ciega, y sólo tienes veinte años.

     Natan Alterman

    

     Sólo tienes veinte años

     y tu primer embarazo es una bomba.

     Bajo tu amplia falda estás embarazada de dinamita

     y trizas de metal. Así es como entras al mercado,

     haciendo tictac entre la gente, tú, Andaleeb Takatka.

    

     Alguien aflojó los tornillos en tu cabeza

     y te lanzó hacia la ciudad;

     aunque vienes de Belén,

     la Casa del Pan, escogiste una panadería.

     Y ahí jalaste la escoleta fuera de ti misma,

     y junto con el pan trenzado del Sabbat,

     semillas de sésamo y amapola,

     tú misma te volaste hacia el cielo.

    

     Junto con Rebecca Fink volaste

     con Yelena Konre’ev del Cáucaso

     y Nissim Cohen de Afganistán

     y Suhila Houshy de Irán

     y dos chinos que te llevaste hacia

     la muerte.

    

     Desde entonces, otros asuntos

     han ocultado tu historia,

     acerca de la cual hablo siempre

     sin tener nada que decir.

    

    

     Versiones de Víctor Ortiz Partida,

     a partir de las versiones del hebreo

     al inglés de Lisa Katz

 

 

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