Poemas / Anat Zecharia

Una mujer con valor
    
     Treinta y cinco soldados en activo y varios empleados civiles
     de una base aérea mantuvieron realciones sexuales con una niña
     de catorce años durante el pasado año. Muchos de los sospechosos
     sostuvieron durante el interrogatorio que la chica dijo
      tener la edad para enrolarse.
    
     Hannan Greenberg, Ynet News
     El primero
     coloca tu cabeza en su regazo desnudo
     y uno puede pensar
     que no has sido forzada sino
     bien recibida y tu cabeza acariciada.
     El segundo se desliza despacio
     por tu espalda y las sensaciones
     son nuevas
     y aún puedes concentrarte.
     El tercero inserta tres dedos, dice
     «No te muevas». No lo haces,
     el mapa de un Israel más grandioso
     en tus ojos.
     El cuarto mueve a un lado una pila de reportes
     de accidentes aéreos en el sur
     y te toma por detrás.
    
     Un gran amor, piensas
     un gran amor me abrasa
     y no cesará.
     Subes y bajas tus brazos
     tu cuerpo se estira hasta el límite del cielo
     tus manos se ahuecan para recibir la lluvia.
     Los imparables quinto y sexto
     en trayectoria hacia dentro de ti.
     La arrogante sal de la tierra, evitando los ojos,
     aquellos que esperan su turno. Pronto tu cuerpo
     lucirá hermoso
     incluso para ti.
    
     Nota de la traductora del hebreo al inglés: «Una mujer con valor» («Eshet Hayil» en hebreo) es un himno a la mujer de la casa que es regularmente recitada en la noche del viernes, después de volver de la sinagoga y antes de sentarse a la cena del Sabbat. Es un poema de veintidós versos largos (Proverbios, 31:10-31) y comienza: «¿Dónde encontrar una mujer con valor? Su precio es mayor a los rubíes» (Publicación de la Sociedad Bíblica Judía).
    
    
     Toda esa carne y grasa
    
     Toda esa carne y grasa, el café y los panecillos
     semillas de girasol en sal del Atlántico,
     todos esos objetos que combinan, las almohadas
     con una cabeza de tigre dibujada.
     Todas esas sombras revelando belleza en movimiento,
     revoloteando como murciélagos
     bajo una fuente de luz fría,
     con papel tapiz de arrecife de coral
     para una ilusión de profundidad.
     Todas esas mujeres cuya carne está unida
     por tiras de traje de baño,
     las guirnaldas apropiadas, esplendor de pavorreales,
     las dulzuras. Todos esos abanicos
     peleando por su vida,
     sus espaldas colgando de techos,
     partes de metal reciclado,
     seguros, un clavo limado, cuchillo, tornillos,
     y la tinta oscurecida que mancha
     las ropas de los niños.
     Todos esos platos de vidrio que construyen
     una nueva ciudad transparente,
     la formada escalera que se curva en la esquina,
     los avisos puestos encima de avisos,
     puestos ilegalmente,
     «Los infractores serán consignados.
     ¡Están advertidos!»
     Todas esas botellas de cerveza vacías, bolsas negras de basura,
     gente de color de África
     rojo que es también algo marrón
     y amarillo que es también algo blanquecino.
     Y la luna rebosante por televisión
     y un charco de agua en el piso
     y silencio.
     Una manada de perros tras un solitario gatito,
     todos los ratones en campos amarillos,
     y rascar y despellejarse, revelando una luz creativa y aniquilante
     miel y leche bajo nuestras lenguas.
     Y el viento que sopla antes de partir,
     y la geometría la simetría y el «¡Doctor, doctor!»
     y el Caballo de Troya de la muerte.
    
     Versiones de Luis Alberto Arellano,
     a partir de las versionesdel hebreo al inglés
     de Lisa Katz(«Una mujer con valor»)
     e Irit Sela («Toda esa carne y grasa»)

 

 

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