Construir el desierto desde la venta* / Ana Gabriela Muñoz Ochoa

Licenciatura en Letras Hispánicas-CUCSH, UdeG

    •    Sonora desde el cielo

Desde el aire, el desierto de Sonora se parece a mis sandalias. Todo es tierra, café-café, y las casas con techos oscuros son las piedras decorativas de mis zapatos. Dormirse volando sobre Guadalajara es cerrar los ojos ante el paisaje verde cubierto de nubes. Qué impresionante es, siempre –no importa cuántas veces pase−, sentirse encima de ellas, saber que abajo el cielo es fragmentado y arriba sí se puede ver el sol. Despertar sobre el desierto es abrir los ojos ante el suelo árido, la tierra; es el cielo despejado, también con una nota terruna, el sol descubierto que quema la ya quemada tierra.
Calor, tierra, sudor atrapado.
He vivido antes en el desierto. La rutina es casa refrigerada-carro refrigerado-lugar destino refrigerado. Hemos poblado el desierto, pero seguimos fieles a su etimología. ¡Ay de aquel que se define por sus etimologías! Desertus, lo abandonado, lo olvidado. En una tarde de verano, las calles de las ciudades desérticas están solas. Cada quien se mueve en su oasis refrigerado artificial y dejamos que el desierto crezca afuera y entre nosotros.

    •    La preocupación tradicional

How nice − to feel nothing, and still get full credit for being alive.
Kurt Vonnegut, Matadero cinco

 
Viajo por el desierto y veo a todos aquellos que están alejados de mí. Pienso encontrar personajes para cuentos en las calles, pero nadie está afuera. Me pregunto si es sólo el desierto físico el que nos separa, si este calor seco que no me permite sudar hace que el desierto crezca dentro de mí también. “El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desiertos!”.
    La preocupación tradicional de la gente
    Construye los monumentos y campanarios para cansar nuestros ojos

     Me levanto alrededor de mediodía
     Mi cabeza manda un mensaje para que alcance mis zapatos y camine
     Debo ir al trabajo, debo ir al trabajo, debo tener un trabajo
     (La preocupación tradicional) va a través de los campos para estacionamientos
     No vi las señales de que cederían y pensé:
     Esto nunca terminará, esto nunca terminará, esto nunca… ALTO

     Un mensaje escrito en la pared del baño dice: “Hoy no siento para nada como que caigo”
     Y perdemos todo contacto, perdemos todo contacto, construyendo el desierto.
     (Isaac Brock, 1996: This is a long drive for someone with nothing to think about – “Custom Concern”)

La canción anterior, traducida por mí, habla de las preocupaciones tradicionales que nos llevan a estar día a día. La cabeza nos manda un mensaje que dice “ve al trabajo, consigue un trabajo”, sé normal. Nos ponemos los zapatos y el uniforme que nos permiten llamarnos algo, lo que sea. Bernardo Soares habla de esta preocupación en su Libro del desasosiego, cuando teme dejar su trabajo por no tener un uniforme que ponerse después, porque sabe que tendrá que encontrar otro. ¿Queda incompleta la frase al sólo decir “Soy.”? Pareciera que siempre debemos usar un uniforme que nos diga lo que somos, incorporarnos a algo. ¿Existirá un uniforme para “ser humano”? No puedo sólo “ser”: toma tus zapatos, vete a trabajar, deja que tu uniforme te defina.
En esta vida automatizada en la que simplemente la cabeza nos manda los mensajes de qué hacer, nos llenamos de preocupaciones tradicionales y perdemos el contacto con los otros. Perdemos el contacto, construimos el desierto. Y no sólo perdemos el contacto con los demás, sino con nosotros mismos. No sabemos lo que queremos, entonces hacemos lo tradicional y nos llenamos de una ausencia. Si el hombre necesita vaciarse para interpretarse, debería haber una ausencia total para ser. No obstante, no nos vaciamos, sino que nos llenamos de una ausencia. Es un entumecimiento hasta cierto grado consciente que sólo nos hace dejarnos llevar hacia algo. Construimos el desierto dentro de nosotros y las preocupaciones tradicionales construyen en él campanarios y monumentos: la religión, o tal vez algún patrón abstracto por el cual vivir. Tal vez no tengo un patrón que me exige, pero me manda un deseo de trascendencia, éxito, un vivir digno, un comer en restaurantes una vez al mes… ¿Quién me explota a mí? Y, ¿está el desierto menos solo con estos monumentos construidos con concreto o sólo se cansan nuestros ojos con la visión? “Hoy no siento para nada como que caigo”, ¿se puede caer cuando ya se está abajo?
Sí, sobrevivir se ha vuelto la faena de volvernos menos humanos, de volvernos hombres vacíos-hombres rellenos de paja y ser una pieza que encaja en el conjunto pero no tiene una cohesión dentro de sí misma. Viva la fiesta, viva la noche, los DJs, las papas fritas, los acentos, las estadísticas, el baile, la cerveza, la tele, la música, el ruido que hace el refrigerador, que no me permite alterarme en un silencio, si es que el silencio todavía existe. No queremos silencio, queremos paja. Soy un pavo del Thanksgiving marca FUD relleno de papitas. Yo quería ser otra, pero sólo soy esto. Soy el miedo que me agarra cuando una van blanca se para a mi lado en la calle, soy el paso rápido cuando alguien camina detrás de mí en la noche, soy la mirada molesta cuando me chiflan, soy la incomodidad cuando me presentan mi realidad, soy la risa fingida que se acopla a la masa, soy la falta de elocuencia al hablar de la situación de mi país, soy el deseo enfermizo de hacer notitas para capturar todo lo que se saldrá de mi mente, soy el cuento fingido que refleja mejor mi personalidad, soy las muestras de indignación a través del tuíter y la cobardía de actuar.
Soy la atención desviada cuando suena mi Smartphone, soy las fotografías para mostrarme que en mi vida sí hay acontecimientos, soy la borrachera fácil, la simpatía difícil.
Perdemos el contacto: ¡ay de aquel que dentro de sí construye desiertos!

    •    La vida como una venta

Creo con firmea que nadie puede realmente definir la vida, incluso muchos de los que lo intentan terminan con una frase que suena demasiado cliché y ridícula. Soares se acerca a una definición cuando dice “la vida como una venta donde tengo que esperar a que llegue la diligencia del abismo. No sé a dónde me llevará porque no sé nada.” La vida sí es como una venta, porque estamos aquí en una espera continua de algo –y no de cualquier cosa, sino de una diligencia de abismo que no sabemos a dónde va. Soares dice, además, que esta venta puede significar para nosotros lo que queramos: puede ser una prisión, porque se está encerrado, o un lugar social donde los inquilinos hacen plática casual mientras esperan. De cierta forma, cuando pienso en esta venta en la que nos tocó vivir, me la imagino en medio de un desierto. No puedo imaginar una venta en un lugar poblado. Estamos en esta venta, con otras personas, y fuera hay un desierto, un abismo. Nuestro destino, de hecho, es salir de esta venta y penetrar en el desierto, que es la muerte. En este sentido, ¿podemos equiparar el desierto con la muerte? ¿Construimos nuestra muerte al pasar los días? Curiosamente, siempre pensamos en la muerte como algo que llega de improviso. Estamos viviendo por ahí muy campantes y nos atrapa de repente, nunca pensamos que la vamos construyendo a medida que caminamos con un uniforme y nos vamos a trabajar, que mientras vamos aislados en nuestro transporte vamos construyendo un desierto tanto con los otros como con nosotros mismos. El desierto crece, la muerte crece.
    En su Ensayo sobre la ceguera, Saramago dice: “Que hemos de morir es algo que sabemos desde que nacemos. Por eso, en cierto modo, es como si ya hubiéramos nacido muertos”. El escritor portugués, tocado por Pessoa en un sentido mucho más profundo que sólo el libro de El año de la muerte de Ricardo Reis, trata de reflexionar sobre este tema. Si ya sabemos nuestro destino, ¿lo construimos por ello? Yo sé que mi destino es salir de esta venta hacia el abismo, entonces no me queda nada que esperar. Estoy tan impregnada de la muerte que ésta crece dentro de mí. El desierto crece y lo pueblo con monumentos y fotografías. Espero la diligencia del abismo, pero de lo que no me he percatado es que ésta crece ciñéndose a mí en círculos concéntricos.

*Ensayo finalista del III Concurso Literario Luvina Joven, 2013, categoría Luvinaria / Ensayo breve.

 

 

 

    •    Sonora desde el cielo

Desde el aire, el desierto de Sonora se parece a mis sandalias. Todo es tierra, café-café, y las casas con techos oscuros son las piedras decorativas de mis zapatos. Dormirse volando sobre Guadalajara es cerrar los ojos ante el paisaje verde cubierto de nubes. Qué impresionante es, siempre –no importa cuántas veces pase−, sentirse encima de ellas, saber que abajo el cielo es fragmentado y arriba sí se puede ver el sol. Despertar sobre el desierto es abrir los ojos ante el suelo árido, la tierra; es el cielo despejado, también con una nota terruna, el sol descubierto que quema la ya quemada tierra.
Calor, tierra, sudor atrapado.
He vivido antes en el desierto. La rutina es casa refrigerada-carro refrigerado-lugar destino refrigerado. Hemos poblado el desierto, pero seguimos fieles a su etimología. ¡Ay de aquel que se define por sus etimologías! Desertus, lo abandonado, lo olvidado. En una tarde de verano, las calles de las ciudades desérticas están solas. Cada quien se mueve en su oasis refrigerado artificial y dejamos que el desierto crezca afuera y entre nosotros.

    •    La preocupación tradicional

How nice − to feel nothing, and still get full credit for being alive.
Kurt Vonnegut, Matadero cinco

 
Viajo por el desierto y veo a todos aquellos que están alejados de mí. Pienso encontrar personajes para cuentos en las calles, pero nadie está afuera. Me pregunto si es sólo el desierto físico el que nos separa, si este calor seco que no me permite sudar hace que el desierto crezca dentro de mí también. “El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desiertos!”.
    La preocupación tradicional de la gente
    Construye los monumentos y campanarios para cansar nuestros ojos

     Me levanto alrededor de mediodía
     Mi cabeza manda un mensaje para que alcance mis zapatos y camine
     Debo ir al trabajo, debo ir al trabajo, debo tener un trabajo
     (La preocupación tradicional) va a través de los campos para estacionamientos
     No vi las señales de que cederían y pensé:
     Esto nunca terminará, esto nunca terminará, esto nunca… ALTO

     Un mensaje escrito en la pared del baño dice: “Hoy no siento para nada como que caigo”
     Y perdemos todo contacto, perdemos todo contacto, construyendo el desierto.
     (Isaac Brock, 1996: This is a long drive for someone with nothing to think about – “Custom Concern”)

La canción anterior, traducida por mí, habla de las preocupaciones tradicionales que nos llevan a estar día a día. La cabeza nos manda un mensaje que dice “ve al trabajo, consigue un trabajo”, sé normal. Nos ponemos los zapatos y el uniforme que nos permiten llamarnos algo, lo que sea. Bernardo Soares habla de esta preocupación en su Libro del desasosiego, cuando teme dejar su trabajo por no tener un uniforme que ponerse después, porque sabe que tendrá que encontrar otro. ¿Queda incompleta la frase al sólo decir “Soy.”? Pareciera que siempre debemos usar un uniforme que nos diga lo que somos, incorporarnos a algo. ¿Existirá un uniforme para “ser humano”? No puedo sólo “ser”: toma tus zapatos, vete a trabajar, deja que tu uniforme te defina.
En esta vida automatizada en la que simplemente la cabeza nos manda los mensajes de qué hacer, nos llenamos de preocupaciones tradicionales y perdemos el contacto con los otros. Perdemos el contacto, construimos el desierto. Y no sólo perdemos el contacto con los demás, sino con nosotros mismos. No sabemos lo que queremos, entonces hacemos lo tradicional y nos llenamos de una ausencia. Si el hombre necesita vaciarse para interpretarse, debería haber una ausencia total para ser. No obstante, no nos vaciamos, sino que nos llenamos de una ausencia. Es un entumecimiento hasta cierto grado consciente que sólo nos hace dejarnos llevar hacia algo. Construimos el desierto dentro de nosotros y las preocupaciones tradicionales construyen en él campanarios y monumentos: la religión, o tal vez algún patrón abstracto por el cual vivir. Tal vez no tengo un patrón que me exige, pero me manda un deseo de trascendencia, éxito, un vivir digno, un comer en restaurantes una vez al mes… ¿Quién me explota a mí? Y, ¿está el desierto menos solo con estos monumentos construidos con concreto o sólo se cansan nuestros ojos con la visión? “Hoy no siento para nada como que caigo”, ¿se puede caer cuando ya se está abajo?
Sí, sobrevivir se ha vuelto la faena de volvernos menos humanos, de volvernos hombres vacíos-hombres rellenos de paja y ser una pieza que encaja en el conjunto pero no tiene una cohesión dentro de sí misma. Viva la fiesta, viva la noche, los DJs, las papas fritas, los acentos, las estadísticas, el baile, la cerveza, la tele, la música, el ruido que hace el refrigerador, que no me permite alterarme en un silencio, si es que el silencio todavía existe. No queremos silencio, queremos paja. Soy un pavo del Thanksgiving marca FUD relleno de papitas. Yo quería ser otra, pero sólo soy esto. Soy el miedo que me agarra cuando una van blanca se para a mi lado en la calle, soy el paso rápido cuando alguien camina detrás de mí en la noche, soy la mirada molesta cuando me chiflan, soy la incomodidad cuando me presentan mi realidad, soy la risa fingida que se acopla a la masa, soy la falta de elocuencia al hablar de la situación de mi país, soy el deseo enfermizo de hacer notitas para capturar todo lo que se saldrá de mi mente, soy el cuento fingido que refleja mejor mi personalidad, soy las muestras de indignación a través del tuíter y la cobardía de actuar.
Soy la atención desviada cuando suena mi Smartphone, soy las fotografías para mostrarme que en mi vida sí hay acontecimientos, soy la borrachera fácil, la simpatía difícil.
Perdemos el contacto: ¡ay de aquel que dentro de sí construye desiertos!

    •    La vida como una venta

Creo con firmea que nadie puede realmente definir la vida, incluso muchos de los que lo intentan terminan con una frase que suena demasiado cliché y ridícula. Soares se acerca a una definición cuando dice “la vida como una venta donde tengo que esperar a que llegue la diligencia del abismo. No sé a dónde me llevará porque no sé nada.” La vida sí es como una venta, porque estamos aquí en una espera continua de algo –y no de cualquier cosa, sino de una diligencia de abismo que no sabemos a dónde va. Soares dice, además, que esta venta puede significar para nosotros lo que queramos: puede ser una prisión, porque se está encerrado, o un lugar social donde los inquilinos hacen plática casual mientras esperan. De cierta forma, cuando pienso en esta venta en la que nos tocó vivir, me la imagino en medio de un desierto. No puedo imaginar una venta en un lugar poblado. Estamos en esta venta, con otras personas, y fuera hay un desierto, un abismo. Nuestro destino, de hecho, es salir de esta venta y penetrar en el desierto, que es la muerte. En este sentido, ¿podemos equiparar el desierto con la muerte? ¿Construimos nuestra muerte al pasar los días? Curiosamente, siempre pensamos en la muerte como algo que llega de improviso. Estamos viviendo por ahí muy campantes y nos atrapa de repente, nunca pensamos que la vamos construyendo a medida que caminamos con un uniforme y nos vamos a trabajar, que mientras vamos aislados en nuestro transporte vamos construyendo un desierto tanto con los otros como con nosotros mismos. El desierto crece, la muerte crece.
    En su Ensayo sobre la ceguera, Saramago dice: “Que hemos de morir es algo que sabemos desde que nacemos. Por eso, en cierto modo, es como si ya hubiéramos nacido muertos”. El escritor portugués, tocado por Pessoa en un sentido mucho más profundo que sólo el libro de El año de la muerte de Ricardo Reis, trata de reflexionar sobre este tema. Si ya sabemos nuestro destino, ¿lo construimos por ello? Yo sé que mi destino es salir de esta venta hacia el abismo, entonces no me queda nada que esperar. Estoy tan impregnada de la muerte que ésta crece dentro de mí. El desierto crece y lo pueblo con monumentos y fotografías. Espero la diligencia del abismo, pero de lo que no me he percatado es que ésta crece ciñéndose a mí en círculos concéntricos.

*Ensayo finalista del III Concurso Literario Luvina Joven, 2013, categoría Luvinaria / Ensayo breve.

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