Maurizio Cattelan

Sobre la heterogeneidad del discurso, las dos isotopías

que se encontraron en el diccionario, la simpatía de

Maurizio Cattelan y la clausura de El Bulli

 

Dice la vigésima segunda edición del Diccionario (lema.rae.es), que el sitio puede estar temporalmente fuera de servicio, muy ocupado o que «tiene usted que revisar su conexión de red». Lo que sí dice Schumann es que la misión del artista es «iluminar las profundidades del corazón humano»; Tolstoi, que «el artista es un hombre que lo sabe dibujar y pintar todo», y Kandinsky, que el verdadero arte «contiene una energía profética vivificadora que actúa amplia y profundamente en la vida espiritual».

Quizá por eso Maurizio Cattelan quiso reproducirse en dos (dos artistas es mejor que uno), intervenir un lienzo blanco con una escoba, salir a la calle con una botarga del sacrosanto Picasso, jugar bebeleche disfrazado de pene y tomarse fotografías retorciéndose. ¿Hay algo más espiritual que Errotin, el verdadero conejo, en un homenaje al galerista Emmanuel Perrotin, que pagó por una pieza de uno de los artistas visuales más reconocidos de la última década? Preguntemos a la Real Academia Española, y si todavía «no tiene usted conexión de red», a Algirdas Julius Greimas…

Según Greimas, un chiste puede deconstruirse tanto como la gastronomía contemporánea. Para conseguir una buena carcajada, un humorista-artista tendría que seguir los siguientes pasos: 1) Plantear una primera isotopía mediante un relato a modo de presentación. 2) Crear un diálogo con el que leerá el chiste para dramatizar la primera isotopía. 3) Plantear, en medio de la primera, una segunda isotopía, rompiendo su unidad pero intentando vincularlas. 4) La «gracia» sucede cuando el espectador descubre las dos isotopías contrarias en el interior de un relato que se supone homogéneo. Digamos, por ejemplo, que un museo es un espacio donde las buenas costumbres indican que no se debe agujerar el piso o la pared, y que, desde esta isotopía, de pronto, un italiano agujera con pico la fina duela de madera de un museo para que su autorretrato en cera parezca asomarse, para meter la cabeza de cinco caballos, para esculpir en mármol de Carrara un inmenso dedo medio levantado, ahogar a Pinocho en una fuente creada por Frank Lloyd Wright, voltear de cabeza a los guardias que te regañan por tocar una obra de arte, o para sostener con cinta metálica la figura de uno de los patrocinadores del museo. El resultado es esa ridiculización del poder, de las ínfulas espirituosas y ceremonias que rodean a un recinto dedicado a validar lo que sí y lo que no es arte, o simplemente la burla sobre la idea de la tarea espiritual de un artista. El resultado es también una serie de caricaturas políticas políticamente incorrectas de Maurizio Cattelan, quien, mediante la interrupción y la intervención directa, literal y visual de un supuesto, logra no sólo la reflexión, sino también la carcajada franca de quien observa su obra. Una deconstrucción tan deliciosa como las de Ferrán Adrià antes de que cerrara su restaurante.

¿Que el artista sufre de miedo al amor? ¿Que el artista mantiene su papel espiritual en el mundo, y al final, ya vacío, exhausto y delirante de tanto espíritu, termina su vida trágica y románticamente con una pistola? Para estos clichés también hay cura en Maurizio Cattelan: sólo intercambie la aureola de santidad creativa y harto humana por un elefante de estireno o una ardilla disecada, y revise otra vez su conexión a la red.

 

Dolores Garnica

 

 

Imágenes cortesía de: Maurizio Cattelan’s Archive – Galerie Perrotin, Hong Kong & Paris

 

 

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