Poemas / Stefano Strazzabosco

 

 

Mas queda aún la plaza, ancha y mojada,[1]

y el fuego en torno y sobre todo al centro

donde la enorme carena en cobre de una nave

como una cera ardiente que sublima

hierve en el aire y lentamente

funde soberbia derritiendo el suelo.

Hay un hombre que se adentra en la plaza por el sur

y la atraviesa oblicuamente,

tal vez guiado por un invisible talmud.

Hay, además, ataúdes de madera preciosa

y faquires nómadas en atentas auscultaciones

del más allá, y simios y águilas enfermas

sobre el pelo del agua, bajo esta plaza.

Última, vasta, hay una niebla blanca

y en la niebla el sonido de minutos

cencerros que van desvaneciéndose, y poco a poco

todo es de nuevo oscuro, silencioso y chato.

 

En dirección de la noche del martes se viajaba[2]

por la autopista el tráfico regularmente escandido

como las trayectorias de planetas y astros

 

los ojos bien abiertos para divisar los andrajos en llamas

mojados en aceite y gasolina agrícola

a lo largo de los miliares de la pista sideral

 

(viene ya el guardia y con su bastón

te los apaga encima, gran cabrón)

 

el coronel con sus lúcidas botas y la batuta

dirigía una orquestita de chacales perros

y la batuta en su mano izquierda

y esas botas en la de la derecha

se movían por turno a las llamadas

del celular guardado en su bolsillo;

 

y más arriba ya se abría su paso

la bandada variopinta de los pájaros

mecánicos de acero: y entonces

 

el asfalto se cubría de flores de plástico y fibra

y el panel del auto palpitaba

y yo ya estaba desde un rato y medio

adormecido con la dulce amiga

en un sudario de ortiga.

 

 

Versiones del italiano del autor,

con la colaboración de marco antonio campos

 

C’è ancora questa piazza larga e bagnata / e il fuoco tutto intorno e soprattutto al centro / dove l’enorme carena in rame di una nave / come una cera ardente che sublima / frigge nell’aria e lentamente / cola superba: a terra. / C’è un uomo che entra nella piazza da sud / e l’attraversa tutta per obliquo, / come guidato da un invisibile talmud. / Ci sono, inoltre, bare di legno pregiato / e fachiri nomadi in attente auscultazioni / dell’aldilà, e scimmie e aquile malate / sul pelo dell’acqua, sotto questa piazza. / Ultima, ancora, c’è la nebbia bianca / e nella nebbia il suono di minuti / sonagli che vanno sparendo e piano piano / tutto è di nuovo buio, silenzioso e piatto.

 

In direzione del martedì notte si viaggiava / sull’autostrada il traffico regolarmente scandito / come le traiettorie dei pianeti e gli astri // gli occhi bene aperti per scorgere i fuochi di stracci / bagnati di olio e di benzina agricola / lungo i miliari della pista siderale // (viene la guardia con il suo bastone / e te li spegne in testa, mascalzone) // il colonnello dirigeva in stivali lucidi e bacchetta / un’orchestrina di sciacalli e cani / e la bacchetta nella mano destra / e gli stivali in quella di sinistra / erano mossi a turno dai richiami / del cellulare sotto la sua giacca; // mentre più in alto si faceva largo / il variopinto stormo degli uccelli / meccanici e sguaiati: e allora // l’asfalto si copriva di fiori in plastica e fibra / e il mio cruscotto palpitava / e io giacevo già da un pezzo e mezzo / addormentato con la dolce amica / in un sudario di ortica.


[1] Al final de la Segunda Guerra Mundial, mi ciudad, Vicenza, fue bombardeada por aviones             norteamericanos, y una bomba cayó sobre el techo de la Basílica Palladiana, su monumento más importante y célebre. La bomba, entre otras cosas, provocó la fusión del techo de cobre del edificio, y los testigos cuentan que el fuego escurría por los desagües como una lluvia.

 

[2] Se relata episódicamente un enfrentamiento que tuvo lugar cerca de mi ciudad, entre productores de leche y policía.

 

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