Enero del ‘66 / Sofía Flores Santacruz

Preparatoria 7 / 2012 A

 

Goodbye, everybody
I believe this is the end
Oh goodbye everybody
I believe this is the end
I want you to tell my baby
Tell her please please forgive me
Forgive me for my sins
(“Three O'clock Blues”, B.B. King , Eric Clapton)

¿Recuerdas aquel jueves 13 de enero de 1966?
Escuchar esta fecha hacía palidecer al pobre chico Roger Clapton. Cómo olvidar aquella fecha en la que su vida cambió, para bien o para mal.

Parecía un jueves por la noche cualquiera, los negocios cerraban al paso que recorría presuroso la 2ª  Avenida, eran alrededor de las 10, iba rumbo a casa de su amigo Jimmy como cada semana para escuchar un poco de blues en el sótano de su casa. Iba alegre, entusiasta, ¡oh! cómo amaba esas noches en casa de Jimmy, llenas de adrenalina pura al tratar de llegar a casa sin que sus padres lo descubrieran, Roger tenía prohibido escuchar esa “música de negros”. Pero cómo no rendirse ante las espectaculares canciones de B. B. King, ¡cómo no amar el blues!  “Everyday I Have the Blues” era lo único que sonaba en su mente mientras seguía su camino, hasta que escuchó unos gritos espantosos que lo hicieron dar un gran salto. Santo Dios!, exclamó,  ¡¿qué demonios pasa?!  Caminó unos cuantos pasos hasta llegar al callejón aquel en donde se encontraba una chica, su rostro le era familiar. ¿Quién es? ¿Donde la he visto?, se peguntaba, pero su mente estaba bloqueada a causa de la imagen tan impresionante que estaba presenciando. Aquella chica, cuyo nombre no lograba recordar, estaba en agonía, muriendo poco a poco, bañada en sangre, tirada en el piso a los pies de aquel hombre de aspecto pulcro. Cómo olvidar a ese hombre que miraba a aquella chica con una expresión triste aunque con algo de ira, la miraba morir sin reflejar ningún sentimiento hacia ella, en sus ojos enmarcados por aquellas cejas cortas y delineadas se notaba que estaba sumergido en un pensamiento obscuro y misterioso. Después de algunos segundos de contemplar aquella espantosa escena, se percató de algo aún más horroroso, aquel hombre de aspecto pulcro que estaba frente a él era… ¡por Dios! ¡¿Cómo pudo!? ¿Él? Pero era indiscutible, ¡claro que era él! Vestía esos pantalones negros opacos, camisa sin cuello negra, saco marrón, gabardina negro-azulada, pelo corto y cano, esa colonia tan apestosa y penetrante que podías oler a kilómetros; sin duda alguna era Mr. Thomson.

¿Pero cómo él? Aquel señor tan ejemplar de la comunidad, tan reconocido por sus buenas acciones de beneficencia, aquel señorito de corazón de pollo, incapaz de matar a un mosquito por el hecho de que llevaba su sangre. Cómo era posible que le hubiera hecho daño a aquella chica tan hermosa que aun llena de lágrimas, bañada en sangre y agonizando se veía hermosa. ¿Cómo podía ser posible todo eso? ¿Cómo? ¿Cómo?, se preguntaban todos. Roger, confundido; la chica, desesperada; Mr. Thomson, sumergido cada vez más en aquel pensamiento misterioso. ¿Cómo? ¿Cómo? ¡¿CÓMO?! Buscaban una respuesta, hasta que unas luces interrumpieron aquellos pensamientos…

 

 

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