Sobrevivir a la noche. Lecturas y conversaciones de Primo Levi / Ernesto Lumbreras

Uno
En 1997 traduje una entrevista titulada Primo Levi: mis días felices a cargo de Anthony Rudolf. En esos días —felices y pobres, a decir verdad—, estudiaba el tercer nivel de italiano en el Dante Alighieri y soñaba con leer de corrido a una legión de autores de lengua toscana. Antes del uso cotidiano de la internet, una de las formas de poner a prueba mi aprendizaje lingüístico era comprar Il Corriere della Sera en un puesto de periódicos de la Zona Rosa y aventurarme en la conjura del traduttore-traditori. Fue así, en esas coordenadas de lector incipiente, que en la portada de la sección cultural de aquella publicación me encontré con la entrevista mencionada. Sin haber leído un libro de Levi, me atreví a traducirla y la envíe a un suplemento de cultura, donde la publicaron acompañada de una serie de poemas escritos por el narrador italiano. Ahora, quince años después, la releo y la reescribo, la contextualizo con mis lecturas levinianas, además de cotejarla con otra conversación que tuvo el propio Primo Levi con Enrico Lombardi, realizada, ciertamente, como en el caso de la de Rudolf, poco antes de su suicidio.
     Ambas entrevistas fueron compiladas en el volumen Conversazione con Primo Levi (1963-1987), de Marco Belpoliti. Ahora bien, mi acercamiento a la narrativa de Primo Levi tuvo un estímulo cinematográfico fulminante al aparecer, emotivamente celebrada, en la voz del personaje protagónico de Las invasiones bárbaras (2003), de Denys Arcand: Rémy, un profesor universitario enfermo de un cáncer terminal. Los libros elogiados del italiano en la cinta canadiense son dos piezas maestras: Si esto es un hombre (1947) y El sistema periódico (1975). Con estos dos libros comencé mi verdadera iniciación en la tragedia, lúcida y serena, de Primo Levi, escritor nacido en 1919 y muerto en 1987. Casi la totalidad de su obra está regida por un epicentro común: su detención a finales de 1943 y su deportación al campo de Monowitz-Auschwitz, donde permanecería poco más de un año, hasta su liberación por el ejército ruso en los últimos días de enero de 1945. De aquella experiencia de infamia ha reconstruido —con extrema fascinación, la belleza de lo terrible— el rostro monstruoso del hombre en un periodo de sombras en que no hubo límite para aniquilar todo atisbo de humanidad en el otro, es decir, en el enemigo impuesto por una ideología racial. Con total ausencia de maniqueísmo o anhelos de venganza histórica, Primo Levi nos narra los diversos momentos en que el umbral de lo inhumano fue traspasado. Este tema, por supuesto, aparece de manera tácita o sugerida en ambas entrevistas. Los hechos brutalmente consumados en ese campo de concentración lo acorralaron para escribir en uno de los capítulos de Si esto es un hombre estas líneas crueles, pero también, de objetiva sinceridad: «Los hombres de estas páginas no son hombres. Su humanidad está sepultada, o ellos mismo la han sepultado bajo la ofensa súbita o infligida a los demás».
     Sin embargo, en el mismo libro el autor repara en algunas tablas de salvación —recuerdos, lecturas y personas— que lo mantuvieron a flote en aquel terrible olvido de la humanidad. El capítulo titulado «El canto de Ulises», por ejemplo, narra su amistad con otro prisionero, un joven francés, al que cuenta y recita pasajes del Canto xxvi de la Commedia de Dante; pese a las barrera de las lenguas, logra recordar y trasmitir algunos versos del poema a su compañero de cautiverio, haciendo énfasis en el momento justo cuando Ulises, viejo y aburrido en su palacio de Ítaca, convoca y conmueve a sus antiguos compañeros de aventura con estas palabras: «“Considerad”, seguí, “vuestra ascendencia: / para vida animal no habéis nacido, / sino para adquirir virtud y ciencia”». En esa misma dirección, la presencia y la ayuda de un prisionero italiano no judío y, por este solo hecho, con mejores condiciones carcelarias, blindaría también el espíritu de Levi para resistir los estragos de la debacle: «Pero Lorenzo era un hombre; su humanidad, pura e incontaminada, se encontraba fuera de este mundo de negación. Gracias a Lorenzo no me olvidé yo mismo de que era un hombre». 

 

Dos
Anthony Rudolf: ¿En los campos de concentración no existían leyes? ¿Qué sucedía respecto de las leyes morales de cada individuo?
Primo Levi: En los campos de concentración teníamos una moral escindida. Nunca olvidamos la imborrable enseñanza de los diez mandamientos, pero en la vida cotidiana era imposible observar aquellas leyes. Estábamos rodeados de enemigos y en aquellas circunstancias no siempre los diez mandamientos eran válidos. Nunca tuvimos la posibilidad de matar a un alemán; claro, si hubiésemos tenido la oportunidad lo hubiéramos hecho. Robar no era considerado un crimen o un pecado; no hablo de hurto entre nosotros. Naturalmente aquello era ciertamente un pecado. Desde otro ángulo, robar a los alemanes —mantas, aceite o cualquier cosa— no lo era. Al contrario, era un punto de honor hacerlo sin ser sorprendido o castigado.

AR: Aquellos años transcurridos fuera de la ley constituyen una experiencia trascendental, la cual influiría en su comportamiento en la vida futura.
PL: Exactamente. La ley no estaba extinta. Había sólo un letargo. En mi primera obra, Si esto es un hombre, describí los diez días que transcurrieron entre la partida de los alemanes y la llegada de los rusos. Once de nosotros tuvimos la buena suerte de ser abandonados en la enfermería del campo. Con la ayuda de otros dos prisioneros que tenían algo de fuerza, nos organizamos de la mejor forma para poder asegurarnos, a nosotros y a los demás, que ciertamente no eran nuestros amigos, el alimento y la calefacción. Fue un retorno inmediato a la moralidad de todos los días. Conozco muchos sobrevivientes. La mayor parte de ellos regresó a la moral ordinaria. Sólo algunos buscan la venganza. En el campo de concentración, ser un Mensch representaba un factor esencial para la sobrevivencia. Pero no todos los sobrevivientes fueron un Mensch.

 

Tres
Cierto sector radical de la comunidad judía internacional juzga a Primo Levi de optimista, blando y compasivo. Hace poco más de una década, en Francia, se publicó una biografía firmada por Myriam Anissimov que suscitaría un tremendo escándalo. El solo título deja entrever el perfil y el planteamiento del libro mismo: Primo Levi ou la tragédie d’un optimiste. Por su parte, también, la crítica literaria italiana, con excepción de algunos notables como Italo Calvino, siempre consideró los libros de Levi como la obra de un autor testimonial, nunca la de un escritor. Los juicios cambiarían de manera radical en 1982 cuando, ¿finalmente?, publicó su primera novela: Si no es ahora, ¿cuándo? Entonces sí, para el gusto e interés de los críticos, Primo Levi era ya un escritor. Sin embargo, en esos años finales la pesadilla y los fantasmas de Auschwitz retornaron. El propio Levi confiesa ese malestar a Enrico Lombardi, periodista de la red radiofónica suiza, en la entrevista consignada. Si en un primer momento sobrevivir al Lager y contar la experiencia en un libro fue útil y necesario para curarse, aquel trance vital saldrá a la superficie cuarenta años después y pondrá a prueba su fortaleza. Entre 1984 y 1987, el malestar en cuestión sacudirá el espíritu y la mente de un Levi terriblemente agobiado, al grado de reconocerse en la figura del Antiguo Marinero de Coleridge, ese esperpento que acosa a los paseantes que marchan a una fiesta con el relato del desastre al que ha sobrevivido. Todavía el escritor piamontés posee ánimo y ánima para escribir, en 1985, su último libro publicado en vida: Los hundidos y los salvados (1986), título tomado del nombre de uno de los capítulos de su opera prima.
     Como el caballo de una noria, como los asesinos, Primo Levi regresó innumerables veces al origen siniestro, al lugar del crimen, detallando los horrores y las claudicaciones del hombre contra el hombre. En su libro de relatos La llave estrella (1978) hay indicios de la maquinaria de exterminio nazi que permanecen en hábitos y prácticas cotidianas aún después de concluida la pesadilla; igualmente, en las narraciones de El sistema periódico el escritor alterna historias derivadas de su profesión de ingeniero químico con algunos pasajes de su temporada en el infierno. En el relato titulado «Cerio», Levi nos cuenta sus días «de fortuna» como trabajador del laboratorio químico en una planta de Auschwitz, de los pequeños hurtos de sustancias grasas y de trozos de algodón que complementaban su magra dieta de Häftlinge, del robo de piedras de cerio con las que construía rudimentarios encendedores, artículos muy cotizados en el trueque de raciones de pan y de sopa o de cucharas y calzoncillos. En ese mismo texto, aparece inevitablemente una reflexión en torno de ese descenso de la condición humana, caída brutal en que la estupidez y la demencia suman sus espantos con el propósito de humillar a nuestros semejantes: «Nosotros no éramos personas normales porque teníamos hambre. […] Comer, buscar algo de comer, era el estímulo número uno, detrás del cual, a mucha distancia, seguían todos los otros problemas de supervivencia, y todavía más lejos los recuerdos de la casa y el miedo mismo de la muerte».

 

Cuatro
Enrico Lombardi: ¿Qué sucedió en el momento en el que Si esto es un hombre nació? ¿Es posible que en cierta medida se haya liberado de la opresión de aquel recuerdo?
     Primo Levi: Sin lugar a dudas. Había regresado del campo de concentración en buenas condiciones de salud, aunque profundamente turbado, turbado y trastornado. Vivía muy mal… y vivía mal exactamente por esta necesidad, casi patológica, de liberarme de esa experiencia. Entonces escribo un libro y me siento mucho mejor, al grado de sentirme reintegrado en el nivel de un hombre común, un ciudadano que había cumplido con creces —además de mi liberación interior— un deber civil al ofrecer mi testimonio. En Italia he sido de los pocos que testificaron.

EL: ¿Cuál fue el trabajo, digamos, de composición del libro? Porque imagino que una experiencia tan trágica y dramática como la que ha experimentado no puede incorporarse inmediatamente en la página; es necesario, como ocurre siempre que se escribe, de una suerte de filtro… En este caso, con tal urgencia por contar, por rendir un testimonio, ¿cómo devino este trabajo de escritura?
     PL: Los capítulos fundamentales del libro —me parece que también son los mejores— no me exigieron ningún trabajo. Ha sido demasiado extraño porque era esencialmente mi primera experiencia de escritura. Probablemente pasó eso… Ahora han transcurrido cuarenta años, y claro, el recuerdo es un tanto vago… Había probado narrar estas historias verbalmente, diciéndolas en voz alta, y adquirí cierto tono semejante al de quien nos cuenta una vicisitud: por aproximaciones sucesivas se llega a ese punto. Y cuando me senté a escribir, estas vivencias habían asumido ya su forma, no diré literaria… una forma narrativa ya consolidada. No existió trabajo alguno. De hecho, lo recuerdo como horas de liberación, horas felices en las que escribía estas páginas: y las he escrito en condiciones difíciles, en el tren o en el tranvía, incluso en la fábrica donde trabajaba, en el intervalo del mediodía en lugar de descansar, pues era tan urgente la necesidad de escribirlas.

 

EL: Con este libro, Si esto es un hombre, ha tenido la oportunidad de conversar en numerosas ocasiones y, a menudo, ha sido invitado también a las escuelas, por ejemplo, para retornar a aquella experiencia. ¿Qué ha significado y cómo recuerda esos encuentros con los jóvenes?
 PL: Los encuentros con los jóvenes empezaron a hacerse frecuentes hace treinta años, porque el libro, como usted lo sabe, permaneció en un estado de… semivida —de semimuerte— por diez años. La primera vez fue publicado con un tiraje de dos mil quinientos ejemplares, de los cuales la mitad se extravió, reapareciendo en una nueva edición diez años después, entre 1957 y 1958. Sólo a partir de entonces ha tenido cierta difusión. Más tarde fue editado en forma de… sí, como de texto escolar, es decir, con notas de pie de página. Por eso mismo, sólo entonces, me parece —entre 1961 y 1962— comenzaron mis encuentros con los lectores estudiantiles. Y después de ese periodo realmente no ha habido tantos. Logré percibir, ciertamente, una variación continua de cómo el libro ha sido recibido. Cuando tuve mis primeros contactos con los estudiantes, eran… no digo que mis coetáneos, puesto que en esos años era todavía joven y tenía, seguramente, la edad de sus padres y madres. Los sucesos de la Segunda Guerra Mundial formaban parte de la memoria familiar y por eso mismo la participación de los muchachos era más intensa. Ahora yo tengo la edad de sus abuelos y me doy cuenta de eso. Sí, noto que el interés está ahí pero se ha desplazado. Es un interés… diría histórico, todavía emotivo, pero como si participaran emotivamente de hechos muy lejanos, sucesos que ya no pertenecen a la historia de la familia sino a la historia tout court, la historia que se lee en los libros de historia. Y claro, el contacto es más difícil.

 

Cinco
Dice George Steiner: «Lo que nos rige son las imágenes del pasado.» Y claro, en el pasado inmediato está presente el horror, no sólo de la larga noche europea que nos narran Levi y otros escritores sobrevivientes del Holocausto, sino, también, del Gulag soviético, el exterminio de kurdos, las masacres a nombre de la revolución cultural china, las guerras imperialistas de los Estados Unidos, los años de muerte y de tortura de las dictaduras latinoamericanas —tanto las de izquierda como las de derecha—, la ola de crímenes y asesinatos de Sendero Luminoso y de los grupos paramilitares en el Perú, los desastres de «la guerra» contra el crimen organizado en Colombia y en México, y otras tantas aberraciones de la crueldad humana. Por humanismo, nos conviene estar en desacuerdo con Steiner. Por humanismo, creo, la tragedia literaria y vital de Primo Levi nos pone fuera del juego de vivir con el trauma como una suerte de posición filosófica irrebatible. Después de la noche de las brumas más terribles, contra los peores pronósticos, volvió a amanecer.

 

Seis
Anthony Rudolf: La crítica ha subrayado mucho el tono sosegado y razonable de la voz narrativa en su obra. ¿Se trata de un artificio literario, o bien este tono es una de sus características personales?
Primo Levi: No es absolutamente un artificio, es mi personalidad, mi modo de ver. En general no soy propenso a la ira o a la venganza. Mi tono de voz no constituye ni un vicio ni una virtud, es algo que está en el medio. No voy particularmente orgulloso de mi calma, incluso se me ha criticado este tono. Sin embargo, desapruebo fuertemente las obras que describen de un modo histérico el Holocausto, cuyo tono es un crimen y las descripciones son a menudo pornográficas.

AR: Usted es también poeta, aunque no muy prolífico. El conjunto de su obra poética se puede subdividir en tres fases. De 1943 a 1946 compuso dieciséis poemas; luego, en los treinta años siguientes, tan sólo doce. Sin embargo, a partir de 1978 ha escrito más poesía que en sus sesenta años de vida.
PL: La primeras dos fases pueden ser explicadas haciendo referencia a la famosa declaración de Adorno según la cual escribir poesía después de Auschwitz sería una barbarie. Yo modificaría ligeramente el asunto: después de Auschwitz es una barbarie escribir poesía, a menos que ésta no tenga como tema a Auschwitz. La tercera fase, a partir de 1978, está tal vez relacionada con un nuevo flujo de vitalidad. Me siento en óptima salud […].

AR: «La sangre no se paga con sangre, la sangre se paga con justicia». Se trata de una máxima aplicable también a la situación de los Estados. ¿A Israel, por ejemplo? Tal vez todo depende del hecho de lo que se juzga en guerra. Recuerdo también una frase premonitoria de Büchner: «Donde termina la autodefensa inicia el asesinato».
PL: Los enemigos de Israel sostienen estar en guerra con este país. Bien, yo afirmo no creer en valores morales o en la utilidad política de la represión, pero la formulación de un juicio es una cosa que va más allá del horizonte de mis posibilidades. De vez en vez, con unos amigos israelitas, intento hacerlo, pero ellos me dicen que no puedo juzgar algo que sólo conozco por lo que cuentan los periódicos.

AR: Pero, también ellos, como yo, tendrán algún amigo israelita que milita en el movimiento Peace Now y que se halla en fuerte desacuerdo con las políticas elegidas.
PL: Sí, naturalmente. A diferencia de ciertos países, Israel tiene más de un rostro. Pero, debemos reconocer que es peligroso asumir una postura sumisa y titubeante. Mi amiga Natalia Ginzburg escribió un ensayo en tiempo de la Guerra de Yom Kippur donde afirmaba preferir el viejo modo de ser del judío, desarmado, humillado y cosas así, respecto del nuevo: orgulloso, fuerte, listo a combatir, etcétera. Le escribí diciendo que estaba en desacuerdo con ella, que es peligroso estar indecisos, tal como la historia lo ha demostrado. Natalia es una persona amable, una excelente escritora, pero no es una pensadora […].

AR: Dante es importante para todos los escritores italianos. Un crítico escribió que si obras como Si esto es un hombreyLa treguadescriben respectivamente su Infierno y su Purgatorio, su libro El sistema periódico es su Paraíso.

PL: No creo en el paraíso en esta tierra y todavía menos creo en el paraíso en los cielos. No creo que El sistema periódico describa un paraíso, a menos que la vida normal pueda ser definida como el paraíso: sólo así podría ser verdad. Si ese crítico considera feliz su vida cotidiana, de acompañar libremente la existencia de un Mensch, entonces sí, en este caso pueden describir El sistema periódico como mi Paraíso […]

 

 

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