Una página más del libro de las pesadillas / Gerardo Ugalde Luján

No creas en lo que lees, casi todo es mentira: yo vi a un hombre caminar lentamente por las calles de la ciudad, su rostro hoy memorado me parece una pieza digna de un museo helénico. Yo lo observé por una extraña fascinación que tengo respecto a los extraños, tomada cierta distancia me acerqué a él sin causar sospecha. De vez en cuando distraía mi atención hacia otros temas, tal vez para darle la oportunidad de escapar. Sin embargo, creo que ambos firmamos un implícito pacto. La existencia de uno y otro dependía de mi curiosidad y de su inocencia. Él era yo y yo era él. Caminamos largo rato penetrando umbrales maltrechos; imaginemos los barrios bajos argelinos o las coloridas favelas; mi sombra –¿o yo era la sombra? – continuaba escurriéndose por la urbe sin detenerse a contemplar lo ajeno. Sumido en sus pensamientos me ahogué en su silencio. Arriba de nosotros el sol daba más firmeza a mi figura. Sí, yo era él y él era yo. Entonces por qué no puedo comunicarme con él y decirle que no se dirija hacia su destino. Que su muerte también es la mía. ¡Oh! la noche aún no llega, mas tiemblo al pensar en mi desaparición repentina. Compañero, hermano, camarada, no sigas la marcha suicida, vira hacia la izquierda o a la derecha, evita el enfrentamiento. Intento asirlo con mis brazos; es inútil, sólo soy refracción producida por su cuerpo. Me pisan, escupen, orinan, soy incapaz de sentir el roce humano. Ahora me doy cuenta de que debí cerrar los ojos. Pensar más allá de mi inevitable esclavitud. ¿A dónde vas, gemelo mío? No, ya no somos iguales; engordo, crezco, soy cercenado. Y a ti no te importa. Qué injusto eres conmigo, yo que le doy sentido a tu vida. Que te sigo sin importar a dónde vayas. No entres ahí, te lo repito por última vez. Penetramos el último umbral. El de mi muerte repentina. Ahora soy inconciencia disparatada. Luces rojas y verdes y azules y naranjas me marean. El burdel cromático te daña la vista y a mí me calienta. Háblame: “No ves que tengo que seguir, que adentrarme en la herida profunda nos hará mas fuertes –¿y si al salir ya no soy el de siempre? –. Yo soy yo, por lo tanto tú eres tú –no me mientas, deseas matarme–, pero yo te amo –ya no más”… Me miro en el espejo, lo veo con odio, ojalá el dolor lo invada, aunque eso significara la presencia del dolor en mi cuerpo. Tomaré este cuchillo e iniciaré con el suplicio, primero una gran línea vertical sobre mi pecho. Su sangre es azul como el fuego verdadero. Arranco mis ojos para perecer de nuevo. Despierto a la vida y lo primero que veo es un grande y perfecto Sol. Estoy vivo de nuevo. Respirando plomo recién convertido. Nuestro día estará plagado de murmullos artificiales, increíbles e inevitables, martirizando la existencia de nuestra alma. Ya no puedo resistir más la ausencia de sueños. Dejaré de usar la máquina de somnolencia….

 

 

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