Preludio / Roberto Ulises

Taller Luvinaria-CUCEA

Vino una mañana, aún la recuerdo cuando llegó, era una mariposa negra de esas con alas grandes y color profundo. Vino del Oeste, tocó a mi puerta muy agitada, apresurada comentó que la muerte se acercaba… No me impactó pues un gato negro que le precedió había estado viniendo  a llorarme a la ventana por trece días seguidos.
Al principio, una gitana se asustó al verme pasar, había visto que pisé un grillo. Dijo que mi suerte cambiaría. Después me pidió dinero por quitarme la sal de las manos, pero terminó diciendo que de todos modos era imposible arrebatar algo que por destino tenía marcado. Le agradecí y me fui.
     Cuando vino la mariposa, sonaron las campanadas de la muerte, el cielo estaba cargado de grises, corrió una ráfaga de viento helado y me estremecí. De manera educada le dije que no me interesaba, que muchas gracias, que es precisamente porque no me gusta que se me anticipen ese tipo de hechos que prefiero hacer caso omiso.
Anoche no pude dormir, una parvada de cuervos estaba tomando vino y su borrachera les hacía decir incoherencias. No es que sea chismoso, pero la verdad no podía evitar escucharlos, decían que el viejo de la casa novecientos veintidós estaba por morir, que se lo habían oído decir a las gárgolas de la catedral, reían, se decían cuánto se querían, después unos se quedaron dormidos y por fin el silencio. A mí en lo particular no me molestó, porque sé lo que el alcohol provoca en las mentes.
     De hecho, sólo pude dormir un par de horas, en las cuales soñé que me casaba con una princesa de Oriente. Yo ya estoy muy viejo como para pensar en eso, ya no es mi tiempo, estoy muy cansado, a veces sólo recuerdo mi juventud con nostalgia.
     Hace unos instantes vino una señora, muy elegante, debo añadir, vestía de negro, con un vestido largo y un amplio sombrero que no permitía ver su rostro. Yo creo que tenía ojos claros, es que ya estoy muy viejo para dar detalles, quizá no vino aquí, sí, fue aquí, porque me preguntó por una dirección con el número novecientos veintidós, pero la verdad yo no sé dónde queda y le dije que desconocía ese lugar, es que, para qué engañarla, porque nada me costaba decirle que para la izquierda o para la derecha, pero ya no recuerdo dónde es dónde, por esto de la edad. Ella, indignada, me insistió, porque supuestamente era importante, ya que esa persona había ganado un premio y ella misma tenía que entregárselo. Quizá era así, pero yo apenas tengo tiempo para mis cosas, así que me disculpé y le dije que le sugería buscar en otra parte. Me agradeció y se marchó en su hermosa calandria.
     Salí a barrer la calle y vi que un número de la entrada estaba volteado, el nueve parecía seis, y lo acomodé como correspondía; ahora el número sí está en su lugar. Veo acercarse a una señora muy alta, creo que la conozco, pero no puedo recordar de dónde; me saluda y me dice que necesita hacerme entrega de un premio; la invito a pasar y me quedo viendo la mariposa seca que tiene en su sombrero, pareciera que está viva, conserva los colores originales.
     Una vez adentro, me explica las condiciones del premio, qué tengo que firmar, pero antes me explica en qué consiste, es un viaje a donde nadie podría molestarme, donde tendría desayuno, comida y cena, amaneceres de cuento, atardeceres inolvidables y noches acompasadas por la música de los violines, todos los gastos los cubre el paquete. Pienso que es mi día de suerte y acepto con una rúbrica en la línea señalada. El viaje comienza hoy, yo no sé dónde hubiera terminado si le hiciera caso a los que hablan de la muerte; personalmente, creo que es provocada por el alcohol…

 

 

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