La viralidad infecciosa de YouTube / Naief Yehya

Desde hace algún tiempo, todas las referencias culturales de mi hija de once años giran en torno a los fenómenos que han surgido o se han popularizado a través de la principal plataforma de promoción de videos del planeta: YouTube. Este sitio, que fue lanzado en mayo de 2005 y que fue comprado por Google en octubre de 2006 por 1.6 mil millones de dólares, para gran parte de los mayores de 30 años es sinónimo de depósito de videoclips de la música con la que crecimos. Es el refugio al que acudimos cuando necesitamos desesperadamente escuchar y ver el video de «Pigs», de Pink Floyd, o escuchar la voz desencajada de Bob Dylan cantando«Idiot Wind». Es el cementerio de nuestras memorias adolescentes y no tan adolescentes. Pero, lejos de la nostalgia, YouTube es también el segundo motor de búsqueda más usado, con ocho millones de usuarios únicos al mes y tres mil millones de accesos al día. No obstante, para quienes nacieron bajo la señal del WiFi, YouTube significa más que estadísticas sorprendentes. Para mis hijos, YouTube es un vertiginoso estroboscopio de ideas, al que acuden en busca de opiniones y consejos, tanto respecto al despertar a la pubertad como en lo que se refiere a las estrategias de combate en Call of Duty, o bien en busca de instrucciones para hackear o construir computadoras y robots. También es el espacio en donde siguen con fervor a sus verdaderos ídolos o weblebrities, como el actor improvisado y fenómeno Shane Dawson, el dueto de comediantes (de 24 años) Smosh y la naranja impertinente de Annoying Orange. Tan sólo los videos del vlogger (blogger de video) Ray Williams Johnson han sido vistos 1.5 mil millones de veces, y los del cómico que firma como Nigahiga, 1.05 mil millones de veces. YouTube es el sitio donde se puede seguir el extraño culto de las estrellas de pop nipón virtuales como Hatsune Miku, y demás fenómenos sintetizados del Vocaloid, así como a los «comentaristas de videojuegos» más exitosos, como Seanners y Seamus, un género narrativo en gestación en el que los autores van explicando tácticas y describiendo juegos mientras los juegan o los recorren en walkthroughs al tiempo en que hablan sobre cualquier tema en un flujo que va de lo absurdo a lo insultante, pasando por percepciones agudas y revelaciones incongruentes que pueden ser hilarantes o deprimentes. Ahí también pueden ver los programas que realmente les interesan, como los insondables e insoportablemente perversos capítulos de My Little Pony, o bien pueden tomar lecciones de mandarín en episodios de diez minutos. No es de sorprender que el fulgor abstracto de este caos nos sea (la mayoría de las veces) inasible.
     Podríamos creer que semejante entretenimiento es marginal, que sólo los desadaptados, los ociosos y las víctimas de ataques de andro/menopausia visitan este sitio, pero la realidad es otra. En buena medida aquí se está gestando el carácter de la cultura popular.      ¿Quién puede competir en popularidad o comercialmente contra un video de Justin Bieber que ha sido visto 684 millones 597 mil 595 veces (hasta el momento en que esto se escribe)? La naranja mencionada antes tiene entre sus 126 episodios algunos que han sido vistos más de 40 millones de veces. Es cierto que aquí podemos ver también conferencias, exposiciones, debates y reportajes sobre temas que nos parecen importantes y hasta vitales, pero la mayoría de éstos han sido creados para otros medios y aquí tienen una segunda vida, algo semejante al teatro filmado en los orígenes del cinematógrafo. YouTube es un importante laboratorio donde se están inventando los discursos creativos que responderán a este momento histórico. Por supuesto que no tenemos que sacrificarnos en descifrar el significado de los incontables videos de gatos tiernos, de bebés hilarantes o de perros en patineta. ¿Quién puede tener tiempo? Podemos ignorar a este estridente y grotesco elefante en la habitación, podemos criticarlo, atacarlo y resistirnos a su delicado y brutal embrujo, pero de cualquier manera está transformando la cultura planetaria de manera irreversible. Y este impacto mediático se mide en términos de la viralidad de los fenómenos, es decir, cuando una idea, video, comportamiento, canción o cualquier otra cosa se vuelve extremadamente popular en un breve período de tiempo simplemente por recomendaciones de persona a persona. Los analistas de los medios dicen que YouTube ha sido un prodigioso caldo de cultivo para incontables memes (ideas, símbolos, prácticas, expresiones, etc.) que fluyen por la mediósfera autorreplicándose. El concepto de meme es controvertido, ya que se le ha querido ver como el equivalente cultural de gen biológico, y si bien ha sido un asunto comentado desde mediados del siglo xix, fue Richard Dawkins quien le dio nombre en su libro seminal El gen egoísta. El artista, sociólogo y filósofo francés Hervé Fischer, por su parte, considera que la teoría de los memes es una fábula aún más enajenante que el cuento de Dios: «Dawkins es incapaz de explicar por la replicación la creación de lo nuevo».
     Estos presuntos memes infecciosos son la verdadera mercancía de un sitio que, a pesar de su gigantesca popularidad y de haberle costado una fortuna a Google, apenas comenzó el año pasado a generar ingresos. Gran parte del dinero que recibe por anuncios se destina a sus costos de operación. No obstante, las cosas están cambiando, y esta empresa está a punto de convertirse en «generadora de contenido», por lo que pronto habrá canales profesionales especializados en toda clase de temas y personalidades, algunos de ellos creados por celebridades del mundo material, como Madonna o el Wall Street Journal, con lo que esperan dar un giro en materia de ingresos al reinventar nuevamente la web como espacio de entretenimiento. Pero mientras esto no sucede, podemos estar seguros de que muchos otros fenómenos virales pasarán por ese sitio y seguramente la mayoría nos dejarán azorados y confundidos.

 

 

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