La chica de la fiebre del oro / Jeanette Winterson

Cuando conoces a alguien por primera vez, lo olvidas pronto o lo recuerdas para siempre.

Fuimos a comer.
Era un restaurante caro con mesas pequeñas acomodadas para dar la ilusión de espacio. Entre las mesas pequeñas que simulan el espacio es necesario juzgar las distancias cuidadosamente —entre una copa de vino y un plato, la comida y el tenedor, especialmente cuando no conoces a tu anfitrión/tu huésped, y especialmente cuando ordenaste comida, no por cortesía, sino porque estás hambriento.
     Yo sentí que la distancia entre ambos era inmensa y minúscula. No nos conocíamos el uno al otro y tu vida estaba muy separada de la mía. Fuimos corteses, formales, teníamos los pies metidos hacia atrás bajo las propias sillas, asegurándonos de que cada uno tuviera sitio suficiente.
     Pero observando la manera en que cortabas tus salchichas, comprendí que eras alguien que también se ponía hambriento.
Hablamos, ¿de qué hablamos? Ya lo olvidé. Lo que dijimos se perdió bajo la presión de todo lo no dicho. No puedes decirle a alguien a quien acabas de conocer Quiero besarte. Algunas veces es así de simple.
     No por mucho tiempo. Pero algunas veces.
     Yo quería besarte de la misma manera en que quiero comer cerezas del puesto de fruta. No las quiero en cajas de plástico medio muertas de frío, las quiero tibias, sudando ligeramente, largas, azarosas. Quiero comerlas mientras camino alrededor señalando y tocando las limas y lanzando puñados de cuetes dentro de bolsas de papel café. Yo quiero el olor, el sabor, la sorpresa, la desagradable piedra.
     Yo te sonreí. Recuerdo eso, y que tú te sonrojaste.
     Bebimos vino rosado; recuerdo eso.

Si voy a decir la verdad puedo decir que yo buscaba una salida. Yo estaba casado, estaba en otra parte, era sólido, era estable, estaba esperando en la forma en que la gente espera la primavera. No había nada que yo pudiera hacer respecto al invierno, pero esperaba el sol.
     Así que cuando te conocí, sentí algo que no había sentido en un largo tiempo —simple deseo— y no quería dejarlo ir. Caminamos largo rato después del almuerzo porque no queríamos soltarlo.
     Algunas veces la vida es simple y triste. Aún entonces había una tristeza, ya que nada en esta vida puede sujetarse —la única oportunidad es moverse con el momento, moverse con el flujo de la vida, pero es difícil. Entonces ya me preguntaba qué pasaría, qué pasaría con nosotros, y la mente se mueve adelantándose al flujo vital, y el corazón se coloca detrás, temeroso, y el ritmo es equivocado y sólo puedes confiar en tu cuerpo. Y eso haces.

El dorado de tu piel fue inesperado. Pensé que serías pálida como yo y en cambio yo parecía un gato blanco recostado en un estanque de sol. La extensión de ti, como sol en los pasos, subir a ti, paso a paso. El calor de la piel y el color de la piel y la cosa más conocida del mundo —un cuerpo, convirtiéndose en una sartén de oro que ha mentido en el lecho todo este tiempo, y que ahora está entre mis dedos.
     Mi propio cuerpo era como una mina a donde no llegaba el sol. Un lugar oscuro, que se excava pero que no se alumbra. Sol ahora en mí, y su brillo, y su color y su dorado, y sus riquezas.
     La chica de la fiebre del oro.

Minnie atiende un bar muy arriba en la Sierra Nevada. Sus clientes son rudos mineros tratando de hacer fortuna. Todos están enamorados de ella, y cada uno cree que es el favorito. Pero Minnie no tiene un favorito; ella los quiere a todos y a ninguno. Cuando la nieve es demasiado profunda para salir, ella les enseña a leer y escribir.
Hay un bandido llamado Ramerrez —tiene un alto precio su cabeza, se busca, dicen carteles por todos lados. Minnie guarda el oro y lo tiene escondido en un barril de agua. Él nunca podrá encontrarlo.
Una noche un extraño llega al bar —Johnson, de Sacramento. Le dice a Minnie: ¿Te acuerdas de mí? Y ella le contesta: Si tú te acuerdas de mí

 

Decidí llevarte a la ópera y Puccini parecía ser una buena opción, porque es descaradamente romántico y, por tanto —y esto es extraño—, Puccini es generalmente donde se inician en la ópera los principiantes; además, es poco sabido que después de una larga temporada alrededor de Mozart y Strauss y Händel y Britten y aun Wagner, regresas nuevamente a Puccini. Pero no a Tosca, o Turandot, o Madama Butterfly: no, regresas a su Fanciulla del West.
Estoy hablando de manera personal, ¿pero de qué otra forma podría hablarse?

Tú sabías mucho de ópera. Era difícil ir a la ópera contigo. Tarde, mucho más tarde, cuando llegamos al final, te llevé a Tristán e Isolda. Lloré durante toda la obra. Tú dijiste que no te gustaba el decorado.

Pero éste es el principio, no el final, y hay una ráfaga de oro en mi cabeza.

En la primavera, en Sierra Nevada, las violetas azules avanzan entre la nieve. Yo estaba sentado junto a ti en la ópera, sintiendo las violetas azules avanzar a través de mí, la fuerza de una nueva vida, el color de una nueva vida, y recordando que en la primavera el sol calienta la tierra; sí lo hace, pero tan pronto eso sucede, la tierra también se calienta a sí misma, por la energía del crecimiento, el movimiento de las raíces y los retoños.
     Me daba cuenta de que tu sol me había calentado hacia una creciente temperatura otra vez, y aun cuando todavía estaba yo cubierto de nieve, había violetas azules.   
     En la oscuridad yo tomaba tu mano.

Johnson toma la mano de Minnie. Ella lo invita a cenar a su cabaña en las montañas. Está emocionada. Saca sus zapatos Monterrey y su chal y se arregla. El fuego está resplandeciente. Ella revisa su cabello. La puerta se abre y llega él —salvaje, guapo, tímido, el extraño que viaja con el sol.

¿Me recuerdas? Sí, si tú me recuerdas a mí…
Quieren hablarse uno al otro. Me acuerdo de eso. La memoria es diálogo. Cuando hablamos el cerebro es motivado a conectarse. Yo soy una persona solitaria, y necesito una conexión. Lo hago con plantas y animales, y con todas las cosas invisibles, pero con las personas es más difícil para mí. No soy distante, o demasiado tímido, es sólo que no me gustan las superficialidades. No puedo entablar una conversación ligera. Prefiero no hablar en absoluto.
     Tú y yo hablábamos mejor después de hacer el amor. Entonces ambos podíamos hablar. De hecho, en otro tiempo, raras veces estabas ahí para hablar conmigo, y me sentía solo. En mi matrimonio podía hablar pero no quería hacerlo. Contigo quería hablar, pero tú no me dejabas. Cuando te fuiste, dejaste de hablarme totalmente. Ya nunca respondías mis llamadas, o a mis llamadas pidiendo ayuda. Fue un golpe para mí, pero de alguna manera era tan sólo más de lo mismo. Silencio y separación.
     De hecho, siempre estabas enamorada de alguien más, pero eso nunca funcionaría como tú lo deseabas. Tu ser más profundo no estaba conmigo. Tú me querías, y algunas veces me anhelabas, pero tu ser profundo estaba en otra parte.

Minnie lo sabe; es por eso que no puede casarse con el rico Jack Rance o el romántico Sonora. Su ser más profundo se quedó con el extraño que se fue de Sacramento. Ella hizo su vida. Él hizo su vida, pero con motivo de este encuentro, ninguno pudo hacer una vida con alguien más.

En la cabaña empieza a nevar, y Minnie saca su ropa de cama y dice que va a dormir junto al fuego y Johnson puede dormir en su cama. No quiere que él se vaya. No quiere que deje de hablar. Él quiere hacerle el amor pero el oro es de ella, y él no puede quitárselo a la fuerza.
     Los hombres están todos buscando al bandido Ramerrez… cuando…
     Cuando la puerta se abre inesperadamente y Johnson tiene apenas tiempo suficiente para esconderse, y ahí está Jack Rance diciendo a Minnie que su preciado Mister Johnson es el mismísimo Ramerrez, y su rastro termina en su cabaña…

 

El extraño nunca es lo que parece. Nunca lo que imaginamos que será.
     Yo no era lo que tú pensabas que sería; sin embargo, era el milagro que necesitabas. Tú no eras lo que yo esperaba; sin embargo, eras maravillosa como el tiempo de mayo, así de rica y completa.
     El extraño siempre es un embaucador.
     Camina a casa conmigo, la música en nuestras cabezas. Duerme conmigo, la música en nuestros cuerpos. En la noche dame el valor para enfrentar el día. En mis sueños, sal de tu cuerpo y ven a mi cabeza. Párate ahí. Llama. Encuéntrame.
     En la noche, la suavidad y la oscuridad son tranquilizadoras. Me siento seguro. Me siento feliz. Necesito esto a cualquier costo, cualquier precio en oro lo debo pagar. A veces la vida está tan cerca de secarse que cualquier precio vale la pena pagar por lluvia derramada, por el sol en el agua, por un río que corre, por la clara y fría humedad que estaba en-cerrada en la tierra donde nada crecía.
     El tesoro enterrado realmente está ahí, pero enterrado.
     Yo no creía que sería tan costoso encontrarlo. Cuesta todo.

Minnie está tan enojada. El bandido Ramerrez vino a robar el oro.
Johnson, el amante fugitivo, vino a robar su corazón. Pero Minnie no quiere que le roben; ella quiere dar. Es de ella para darlo, y no de él para robarlo.
     Ramerrez sale corriendo de la cabaña, culpable, confuso. Minnie azota la puerta a su espalda y luego escucha un disparo. Él cae hacia adentro, sangrando, herido, y ella lo esconde en el desván.
     El sheriff Rance está en la puerta ahora, y, a pesar del disimulo de Minnie, Ramerrez sangra, y su sangre está escurriéndose lentamente desde el desván. La sangre cae sobre Rance. Él sabe lo que se trae Minnie. Ahora hay otro precio que pagar; ella tiene que apostar su propia vida por Ramerrez. Ella y Rance juegan al póquer por él. Si ella pierde, Rance se queda con ella para siempre.
Ella hace trampa. Gana.

Pero nunca algo de valor puede ganarse de esa manera. A lo sumo hay un aplazamiento, y luego el verdadero precio debe pagarse.
     Pero fue así como le pusimos fin, en la cortina del Acto Dos. Minnie ganó a su hombre en las cartas.
     Tú y yo salimos en la pausa para tomar un trago. Yo estaba tan nervioso que me comí las papas. Estaba nervioso porque sabía que lo que estaba en juego tenía un alto precio, pero no podía entender qué me estaba jugando —no realmente—, ni lo mucho que podría costarme.
     Yo tenía la sensación de que era algo importante y simple, de una obviedad ciega, como un beso o como el deseo de besar. Mi corazón latía demasiado rápido. Estaba apostando el lote. Iba a perder mi casa, mi matrimonio, y no estaría ganándote, porque tú no estabas para ganarte. Eso es muy duro y no hay cartas que esconder bajo tu falda. Tú juegas, tú ganas, tú juegas, tú pierdes, tú juegas.
     ¿Cuánto tiempo tenemos?, dijiste. Sin referirte a la pausa.
     ¿Te quedarás conmigo?, dije. Sin referirme a la noche.
     Los ritmos están equivocados —la mente corre por delante hacia el fin inevitable. El corazón se queda atrás por miedo. Sólo el cuerpo, sólo el cuerpo, sólo el cuerpo permanece real. Pobre cuerpo, cuerpo leal, que con frecuencia hace el trabajo de ambos, la cabeza y el corazón, como un animal hecho para cargar mucho más de lo que debe.

Acto Tres. La nieve es profunda. La horca está lista. Los mineros han agarrado a Ramerrez y él ya no le pertenece a Minnie. Cuélguenlo rápido, antes de que ella llegue.
     Él es valiente. Hace frío. Él piensa en el amor, en cómo por un breve e iluminado instante lo encontró, oro auténtico, imposible robarlo, regalo puro. Ella lo amó. Arriesgó su vida por él. Él se escabulló una noche, su herida medio cicatrizada, para salvarla, para dejarla empezar otra vez. Él hizo un mal cálculo porque es un bandido de larga distancia que puede calcular un atraco, pero es tan sólo un amante, y por tanto no puede medir un regalo. No sabe que el regalo es tan grande que no existe medida.
     Lo tomas o lo dejas. El amor no es un trueque. El amor no es un robo. El amor no son las cartas, aun cuando sea un albur. El amor es un regalo. Tómalo…

Minnie se despertó, sola al amanecer, una vez más traicionada, otro traidor más, pero el amor es real, y no es tan fácil hacerle trampa. Éste no es un juego en absoluto.
     Mientras lo empujaban hacia la horca congelada, sus manos atadas, los hombres escucharon su voz tras bambalinas, y ahí está ella, corriendo sobre la nieve, a través del pasado, a través de la imposibilidad del amor que hace que el amor ocurra. Ella está parada allí, en su cabeza y en su cuerpo, y en el mundo como es, y mientras ella lo reclama, ella dice: Este hombre es mío.
Arriba en la horca, parada junto a él, ella les pide a los hombres,          uno por uno, que lo perdonen —y a cada uno le cuenta la historia, la historia de la noche en que ella se sentó con él cuando estaba enfermo,                          la historia de cómo le enseñó a escribir, la historia de una carta, la historia de una ventana helada y con nieve, y el fuego que hizo sobre sus rodillas, una historia de amor, porque ésta es una historia de amor…

 

¿Lo es?
Mi niña de la fiebre del oro, nos rescatamos el uno al otro con una vasija de oro estilo arco iris y los días iluminados fueron reales. Pero tú tenías a alguien y yo tenía un pasado, y quedamos atrapados en algún lugar y yo quedé herido.
     Supongo que no pude evaluar correctamente las distancias; ambos nos acercamos demasiado, y aun así quedamos demasiado lejos. Supongo que no podías aceptar el regalo. El amor es un regalo tan difícil de aceptar.

Minnie tiene que dejarlo todo, en ese lugar y en ese momento; su bar, su casa, toda la vida que había construido. Y Ramerrez el bandido, ella dice a los hombres, murió esa noche en su cabaña. Es verdad, murió, pero no por una bala. La renovación del amor nunca ocurre sin una muerte de algún tipo.
     Ella toma su mano y sus huellas desaparecen en la nieve.

Después de que me dejaste, por un largo tiempo sentía como si el mundo se hubiera oscurecido. Me sentía lento. Me sentía frío, otra vez estaba bajo tierra. Pero cualquiera que encuentra oro puede quedárselo. Y el sol de oro que calienta la tierra es fiel y es fiero. Todo aquello que bien se encuentra, se encuentra para siempre.
     Yo no quería que te fueras porque, a pesar de todo lo que estaba mal, sentía que eras buena para mí. He estado en un duelo, y el duelo es oscuro y nebuloso. Pero el lugar oscuro y nebuloso que está en duelo no es el mismo que el lugar muerto donde no hay vida.
     No sé si volveré a verte otra vez. Y si lo hago, lo que fuimos hace mucho tiempo ha desaparecido, las huellas en la nieve desaparecen.
     Pero el sol volverá.
     Y existen las violetas azules.

Traducción del inglés de Laura Solórzano

 

 

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