Felicidad / Víctor Villarreal Velasco

Un hombre baja por la escalera y siente que ha producido endorfina.

Las puntillas de sus labios escapan del centro a ambos extremos del mundo.

De pronto sus manos diaforéticas perciben la aspereza del pasamanos.
Una alegoría de la fiesta hiperalgésica de sus sentidos.

Su pecho se ensancha.

Su corazón, como un macrogotero, expulsa sangre simulando un aspersor.
Es el argot con que nos habla el ventrículo izquierdo.
Un código taquicárdico que oxigena las palabras.

Su cuerpo es ahora un templo pirético.
Es la tea de Apolo.
Es la copa de Baco.
Es la saeta de Eros.

Y una nueva catarsis acelera su pulso.
Y un suspiro cautivo es parido por hiperventilación.
Y la glucosa alegría eleva los números de la dextrostix, mientras se anestesia su humor, en la zona del hipocondrio derecho, donde antes se almacenaba la bilis.

 

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