Park Min-gyu / ¿En serio? Soy un una jirafa (fragmento)

El tren está llegando

Los pasajeros deben estar detrás de la línea amarilla, pero no se puede. Todos tienen que entrar en el tren, pero no hay más espacio. Si no subes, llegarás tarde. La línea amarilla del cuerpo puede estar aquí, pero la línea amarilla de la vida está en el interior del tren. ¿Cuál escogerías tú?

Nunca olvidaré el momento en que llegó el primer tren. Quiero decir, no un tren, sino un animal monstruosamente enorme se arrastró hacia la plataforma y resollaba, paah, haah, luego se arrancó los costados y arrojó gente como si estuviera vomitando. Argh, gemí involuntariamente. Parecía una presa rota, y yo podía sentir el interior de mi cabeza que se llenaba de vómito por mis ojos, oídos y nariz. ¡Hey! Si Entrenador no me hubiera gritado, podría haber caído presa de la bestia. Cuando volví en mí, vi que los costados de la criatura succionaban de vuelta el charco de vómito. Lo hacían con suficiente fuerza como para generar electricidad. En ese momento, Entrenador gritó. ¡Empuja! Entonces, a pesar de mí mismo, con un ¡vamos!, empecé a empujar cosas esponjosas, pero incluso ahora no podría decir lo que eran. En serio, ¿cómo puedo atreverme a decir que eran seres humanos?

En cuanto el tren partió, Entrenador se acercó y me hizo una firme advertencia. Mantén la calma. Sí, señor. Respiré hondo, pero aun así mis piernas temblaban. No pienses en ellos como personas. Piensa en ellos como cargamento, o algo así. ¿Entiendes? ¿Entiendes? Entiendo, dije, justo cuando otro tren llegaba, así que me preparé una vez más. Paah, haah. El tren con destino a Uijeongbu vomitó el doble de personas. Parecía toda la humanidad esta vez.

Así siguió durante otra hora. Cuando recuperé el sentido, estaba derrumbado fuera de la línea amarilla, alrededor del punto de Retroceda Por Favor. Y delante de mis ojos, tres alfileres de corbata, dos botones, la pata rota de unos lentes como la muleta de un soldado herido, yacían ahí. Era de carey. Recogiendo los objetos perdidos de la humanidad, de pronto me di cuenta que todo mi cuerpo estaba empapado en sudor. Como he dicho, debe de ser agradable ser un marciano. En serio, agradable.

Pasó una semana. Testigo de la tragedia humana por la mañana, siesta al mediodía, luego gasolinera y tienda por la noche. Me duele mucho el cuerpo, se podría decir que mi cabeza, hombros, rodillas y dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies y rodillas dolían, y después de eso, la cabeza, hombros, pies, rodillas y dedos de los pies, cabeza, hombros, rodillas y orejas, nariz, orejas. Esto… ¿no lo deberían pagar al menos con 30,000 wons la hora? Me sentí enojado otra vez, pero como Entrenador dijo, no podía renunciar ahora, así que apreté los dientes y seguí yendo al trabajo. Tal vez ése es el secreto de las pirámides. No puedes renunciar ahora. Tal vez, sólo tal vez, esa era la aritmética de los esclavos.

Por raro que parezca, una vez que apreté los dientes y lo di todo, el trabajo comenzó a tener diversión en sí mismo. Mi cabeza, hombros, rodillas y dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies ya no lastimaban o dolían, y, qué demonios, estaba pasándola bien. Las mañanas de comienzo de verano eran frescas y frías, y Entrenador solía fumar un cigarrillo en la entrada de la estación Gaebong. Podíamos conseguir boletos gratis a través del Hermano Mayor (así llama Entrenador al chico de la taquilla). Luego, de pie en la plataforma, esperábamos hasta delante del tren, como si fuera un privilegio. Si fuera mi antiguo yo, habría esperado de forma automática en la línea cerca de la octava salida (donde siempre me paraba, porque era la que estaba más cerca de mi casa), pero aquel verano era un empujador. Siguiendo el ejemplo de Entrenador, nos inclinábamos respetuosamente con los ingenieros y por lo general nos abrían la puerta del asiento del ingeniero o del conductor. Era increíble.

La gente nos aclamaba como a leyendas. Incluso me gustaba escuchar las pláticas que daba Jefe en la sala de guardia nocturna —que podríamos llamarlas instrucciones, o mejor dicho, sermones. Edad, experiencia, fuerza en los brazos, ética de trabajo incuestionable y filosofía ecléctica… nuestro líder en todos los sentidos, lo llamábamos Jefe. Como él estaba a cargo de los empujadores, su palabra no sólo era la luz y la vida, era ¡señor, sí, señor! Por supuesto, por supuesto, el asunto siempre era el mismo, que éramos la columna vertebral de la economía del país, el niño holandés (ya saben, el que tapó el dique) que evita el caos de tráfico, por no hablar de las leyendas del gremio. ¡Señor, sí, señor!

Aunque no teníamos intención de jugar al niño holandés por 3,000 wons la hora, había una cosa que decía el Jefe con la que todos estábamos de acuerdo. Era el hecho de que «cada uno de nosotros vale por cien hombres». Lo mejor de lo mejor, Jefe predicaba una y otra vez que aquellos que no valieran por cien, que no fueran los mejores de los mejores, no eran dignos de un puesto de empujador en la estación de Shindorim. Él nos daba consejos sobre la manera de empujar a la gente, cómo rescatar a una persona cuyo pie se ha quedado atrapado en el hueco, o cuántas personas puede aguantar un tren —y encima de todo, tenía un don para agarrar a una persona en curva diciendo de repente algo como: «Hay unas nuevas galletas que se llaman Oh Sí, están muy buenas», y luego preguntarte: «¿Qué prefieres, Choco Pie o Oh Sí?» Ja, ja, ¡señor, sí, señor!

Pasaron muchas cosas. Un niño, atrapado entre una multitud de adultos, se desmayó. ¿Quién en el mundo dejaría que su hijo viaje en el metro a esa hora del día? Jefe refunfuñaba, todo alterado y buscando a los padres del niño, pero padres como ésos no eran del tipo de los que viajan en tren. Cuando el niño abrió los ojos en la sala de guardia nocturna, se echó a llorar, gritando que se suponía que debía estar en un concurso de matemáticas y que por su madre iba a llegar. Jefe se ofreció a comprarle al niño, que dijo que vivía en Bucheon, una Coca-Cola y unas Oh Sí con su propio dinero. El jovencito debe ir por ello, dijo. Y tomé los treinta minutos de su —Jefe— vida que me entregó y respondí bruscamente, sí, señor, lo cual era diferente de lo habitual.

Por favor… se me hace tarde. Una chica me dijo un día. Sólo la espalda o los hombros… yo todavía tenía dificultades para empujar el cuerpo de una mujer en cualquier forma. Por lo que dudé mientras que dos trenes pasaban. Ella empezó a llorar delante de mí, era más de lo que podía soportar. Así que llamé a Entrenador. Llegó un tren rumbo a Uijeongbu, pero estaba tan lleno que ni siquiera Entrenador pudo meterla. Al final, fue Jefe el que lo consiguió. No mires el tren, fíjate, mírame a mí. Vi que no tenía ningún problema en empujarla por el pecho y esas cosas y la metió con facilidad. Escuchen bien. Los chicos entran más fácil de frente y las chicas, de espaldas. ¿Entendieron? ¿Por qué pasa eso? No importa, simplemente es así.

Una vez, barrieron a uno de los empujadores dentro del tren. Lo empujaron los pasajeros detrás de él, y ocurrió en un instante. Era algo que podría ocurrir en cualquier momento, pero el problema fue lo que sucedió después. Uno de los pasajeros le buscó bronca y lo golpeó en la cabeza. La razón era simple. Pensaba que éramos todos unos idiotas que empujaban a la gente. El tipo al que golpeó no fue tampoco muy amable, por lo que la pelea se hizo más grande. Terminó en una pelea campal. Le llevó tres semanas recuperarse. Ninguno de los pasajeros que escaparon fue capturado, por lo que el hombre tuvo que pagar sus dientes nuevos con su dinero. Después de eso, nunca lo volvimos a ver.

Por mi parte, vi a un montón de pervertidos. O más bien, nunca los vi realmente, pero podía decir cuándo había uno en el tren por el grito de una mujer o algo parecido. Una vez, un hombre de unos cuarenta años fue agarrado con las manos en la masa embadurnando semen en la falda de una mujer. ¿Cómo tuvo espacio para mover las manos? Pensé que era increíble tanto intentar hacer algo así allí, como conseguir atrapar al hombre. Hay un montón de ellos, un montón. Entrenador negó con la cabeza. Pero Entrenador… más allá de las ganas que tengan de hacerlo… ¿por qué quieren subirse en ese tren lleno de gente? No tengo idea. Quién sabe lo que los pervertidos piensan. Tengo este amigo que acaba de hacerse policía. Me dijo que un día llegó un reporte de un hombre desnudo de unos treinta años que comía flores en un jardín. ¿Dijiste flores? Sip, flores.

El hombre al que agarraron eyaculando resultó ser un delincuente habitual. Su cara era muy blanca y estaba cubierta de lunares y era reservado. El sudor no dejaba de gotearle por los pliegues de su cuello gordo. Parece que el pervertido había estado en Hawai o algo por el estilo. Jefe no dejaba de burlarse de él, pero el hombre nunca levantó la cabeza. No por otra razón, sino porque su camisa floreada aloha se veía tan hermosa al lado del uniforme del policía a su lado, me vino una idea repentina a la cabeza. ¿También hay metro en Hawai? ¿También hay un hombre completamente desnudo comiendo flores en un jardín en Hawai? Y en Hawai, ¿hay empujadores? Dado que la tierra es redonda, si uno sigue caminando, llega un momento en que es como Aloha ‘Oe.

Quizá al final todos los seres humanos somos delincuentes habituales, pensé. Habitualmente tomamos el metro, habitualmente trabajamos, habitualmente comemos, habitualmente hacemos dinero, habitualmente nos divertimos, habitualmente acosamos a otras personas, habitualmente mentimos, habitualmente entendemos mal, habitualmente paseamos, habitualmente conversamos, habitualmente tenemos reuniones, habitualmente nos educamos, habitualmente nos duele la cabeza, los hombros, las rodillas y los dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies, habitualmente nos sentimos solos, habitualmente tenemos relaciones sexuales, habitualmente dormimos y, habitualmente, morimos. ¡Seung-il! ¡Pon todo tu cuerpo en ello, todo tu cuerpo! Empecé a empujar gente otra vez. Con todo mi cuerpo, habitualmente.

Se podría decir que en agosto empecé poco a poco a agarrarle el truco al asunto. Además, seguimos recibiendo más novatos. Eso se debía en parte a las secuelas de la pelea campal, y en parte a que el trabajo era tan duro que un montón de chicos renunciaban. Como resultado de ello, tenía que tratar de encontrar el camino cerca del centro de los trenes. Había más y más trenes. Había más y más gente, y cuanto más empujaba, más gente se desbordaba. Por supuesto, la paga mejoró, y hubo menos dificultades cuando todos vieron que tenía agallas, pero ése no era el problema real. Por supuesto,

el dinero estaba bien, pero

ser testigo del sufrimiento de innumerables personas cada mañana se estaba convirtiendo en un gran dolor de cabeza. Cada vez que la puerta chirriaba al cerrarse, me tenía que enfrentar con la cara de alguien apretada contra el cristal. ¿Has visto un globo así? Al principio me reía hasta que me dolía el estómago al ver todas esas mejillas y labios aplastados a punto de estallar y las narices de cerdo, pero a medida que pasaban los días, la risa se iba. Bien, todo eso está bien, ¡pero lo que yo quiero escuchar es el rostro de la humanidad tal como lo recuerdas! Si alguien de Marte me interrogara así, me sentiría muy mal. Cuando se trata de hablar con seres de otros planetas acerca de esto, ¿qué tan triste es esta mezcla humana? El tren está llegando. Paah, haah. Así es, sólo toma el tren, ni siquiera pienses en la Galaxia Express. Esto es lo que la humanidad es. Al final, un novato me bajó otro escalón y me encontré a cargo de la plataforma número ocho. 8. Mirando el número grabado en amarillo, de pronto pensé en Mi Aritmética. «¿Por qué tengo que vivir de esta manera?», pensé como un tonto, pero luego me consolé diciéndome que la aritmética no es más que números. Sentía mi cabeza, hombros, rodillas y dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies especialmente pesados esa mañana. Entonces llegó el tren como siempre, las puertas se abrieron y alguien fue expulsado por la presión de otro pasajero; cuando eso ocurrió,
 
ahí estaba Papá.

¿Cómo puedo explicarlo? Tenía ganas de tirar toda mi ropa cuando terminara de trabajar y dirigirme al jardín más cercano a comer flores. Pa-Papá… No recuerdo si realmente dije eso o no. Él sólo tenía que llegar a la estación de Shinseol-dong, pero al igual que la primera vez que tuve que empujar a una mujer, yo solo, yo no podía empujar, y empujé un poco de todos modos, pero él, él no iba a entrar. Las puertas del tren se cerraron. Paah, haah. Me agaché y puse mis manos en mis rodillas, tratando de recuperar el aliento. Paah, haah. Papá se quedó ahí arreglándose la corbata torcida, con una mirada de incomodidad en el rostro. Luego, un breve instante pasó entre nosotros, apenas el tiempo suficiente para anudarse la corbata, pero con un nudo tan apretado que nunca pudiera deshacerse, entretejiéndonos. Fue una experiencia muy extraña. Fuera del nudo había tanto ruido como podía haber, pero entre papá y yo se instaló algo parecido al silencio del espacio exterior. Dentro de ese silencio, pero más allá de la pared que nos impedía mirarnos a los ojos, el anuncio se escuchaba una vez más.

El tren está llegando.

Traducción del inglés de Jorge Curioca

 

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