Un nuevo continente / Gabriela Cantú Westendarp

I hear America singing, the varied carols I hear.
Walt Whitman

Tiento, de Rocío Cerón, se inscribe en la tradición de la poesía épica americana. Sé que esto puede prestarse a múltiples interpretaciones. Me explico. El principal hilo conductor del texto es el de una familia cuya identidad se ve trastocada al migrar del continente europeo al americano. El libro de Cerón, que está formado por tres partes que a su vez despliegan poemas de diferente longitud y forma, se construye a partir de fragmentos que revelan a un personaje femenino que también puede ser tierra, o mejor dicho, continente: el continente americano.
     El texto me recuerda a la lucha de los intelectuales del siglo xix para consolidar una identidad americana. Pienso en el sueño, o quizá deba decir deseo, de José Martí y en esa «semilla de la nueva América»; pienso también en Walt Whitman y su concepción de América como la tierra prometida. Pero el texto de Rocío Cerón, claro, está tejido en el siglo xxi, hemos experimentado ya las calamidades del hombre «moderno». Hemos vivido el desencanto. Ya han dejado su huella Pound, Stevens, Neruda, Ginsberg. Ningún poeta escapa a su tiempo. El yo poético de Tiento parece ser pesimista. «América se hunde», «América es una madre que mata», «América es un desierto sonoro», «América es una dura cicatriz en el cuerpo», dice la poeta.
     Estamos ante el clan o la familia cuya historia se conforma de una mezcla del viejo y del nuevo continente: nada más americano. Un recorrido de tres generaciones, la abuela, la madre y la hija. Recorrido que va formando memoria e identidad.

Miramos a fondo un destino
     [compartido.   La miseria era quedarse.
El ritual prosigue en cada ciudad que
     [mudamos de nombre.
Clara. Carmen. Eleonora.
Vestir a los hijos de vida, alejarlos de
     [enredadera y piedra.
Nadie notará la huella de la huida.
Otra ciudad cantará tu nombre: Jovana.
Levitación. Los muertos dan alcance.
En América las tormentas son tan fuertes.
     [¿Sentís cómo tiembla el piso? (p. 44).

En esta historia el clan «no es pausa», es una especie de recorrido. El clan avanza por ciudades y personas. De pronto la voz evoca el pasado como un tiempo idealizado: «Entonces Belgrado era suave cosa, violín matinal, gris costa, casa». Y el futuro espanta porque es una posibilidad de tocar fondo, es un bautizo que también es duelo, porque al ganar una nueva patria se pierde la anterior. Además, el futuro es desconocido y lo desconocido provoca temor. La palabra tiento viene del ejercicio del tacto, pero también hace referencia a un palo que usan los ciegos para que les sirva como guía. Así el tacto nos ayuda a conocer el camino que se extiende hacia delante y que no conocemos. Tiento para conocer.

Una familia es tiento. Precisión de
     [sangre.  
Una familia es borde.
Derrumbe y asidero.
La habitación es el centro donde rondan
     [los nombres.
Un padre es trayecto entre la creciente y
     [lo que cae.
Algo ahí espanta (p. 34).

Aquel que deja su patria se enfrenta al dolor, a la invasión, quizás a la adopción de una nueva lengua, por lo menos, a la adopción de nuevos códigos o lenguajes; se enfrenta también al vacío, a la saturación y la transformación. «Yo tenía una tierra, me despojaron de ella…». La condición de la voz poética en este libro es el borde, la frontera, pero sobre todo la transformación: «Se llamaban Krusevac, ahora Cruz». El cuerpo del poema se va formando a partir de los fragmentos que se tienen de Belgrado: una flor recogida en Kalemegdan, la voz de la abuela, un retrato, una banca, un apellido; se van mezclando con los fragmentos de los que se apropian en el nuevo territorio: Machu Picchu, el cacao, el aguachile, el Golfo de México, el desierto de Sonora. Ocurre un mestizaje. No es esto o aquello sino algo más.
     Lo que ha quedado lejos, es decir la patria antigua (Belgrado), es asociada con el padre ausente. En el fondo de la taza el oráculo dice: «Detente, la otra tierra y ese perfil masculino que apenas resulta de las sombras. Serbia era cobijo —Atlántico— hoy es un lago. Idea del lago». Es la figura femenina la que sobrevive, la que enfrenta la pérdida, es ella la que hace el recorrido hasta llegar a la tierra nueva. «Es cuestión de supervivencia». Y es ella la que resurge de la ceniza.

Las mujeres guardaban papas,
     [construían mundo. Cosa de
tiento insulso, se pensaba… Estas
     [mujeres son mis madres.
Desde ese día —América— la piel de
     [mis mejillas es llanura (p. 55).

Decía que la voz poética de Tiento se escucha pesimista. Hay un tono elegiaco. Sin embargo, en medio de esa atmósfera de pérdida, he dicho también, hay una ganancia: Eleonora, la hija, la tierra nueva. En ella se funden el tejido de la abuela, el eco de su voz, su retrato, pero también la esperanza de la madre: «Quedarás tú, la nueva historia que escribas, el lago malva de tu nombre», «Recibe los hábitos. Una lengua. Raíces, huellas. Escisión o corte».      Eleonora balbucea, observa, aprende, y se va haciendo de mundo nuevo. Ella es tierra y fruto, es memoria y visión. En ella se concreta el deseo amoroso de inmolación. Es ella, como América, una ruta nueva.
     En la historia de esta familia se escuchan ecos de la historia de un pueblo. Los poemas son espejos de otras historias. De ahí que se sostenga que el libro se inscribe en la tradición de la poesía épica americana. Género literario en el que se cuentan sucesos reales e imaginados. La narración de los sucesos no es lineal. Lo que acontece está en los fragmentos, a veces cortados en verso, a veces en prosa. Son momentos que nos van dibujando la geografía. El tiempo va y viene, así como las voces de la abuela, la madre y la nieta.
     Los poemas del libro van acompañados de fotografías de Valentina Siniego Benenati y de la partitura de dos piezas musicales de Enrico Chapela. Rocío Cerón construye un nuevo continente al tacto de la pluma en la hoja, el lector tienta las páginas y celebra esta nueva tierra.

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