Carpe diem / Luis Carlos Mussó

No creas que la pleamar del hembraje claudica ahora. Para qué la tentativa ebria, única y virgen; para qué el marítimo esfuerzo: serán suficientes para el inicio de la jornada un sombrero de fieltro, una chaqueta polvorienta, un foete de domador de circo. Anís en los deslices donde anidas gozosamente. Y si la antigua defensa ante tu nombre es asumida por tu nombre, dirás que ayer no es más un tiempo del pasado. Ayer no será siquiera un asidero cierto; será una casa, intacta y derruida, como tus sienes. O quizá, para hallar un refugio detrás de ese ayer, vistas con el traje que otorga la investidura. Cuán extensa es la ribera de los cuchillos, unidos en el fiasco. Pues la pleamar del hembraje no ha claudicado aún: cae el trébol al son de las albas; su tallo absurdo yacerá en medio de escalofríos como los que produce el desprecio. Pero, sabes, necesitas muchos tréboles para un puñado de tréboles: muchos, para incendiar una floresta.

 

 

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