Espejos en un bar / José Ramón Ripoll

i

Alzar desde la barra la mirada,
ver que un juego de espejos multiplica tu imagen,
contemplarte de cerca y a lo lejos,
ver de nuevo tus ojos que te observan desde todos los ángulos,
sentir cómo se miran en la complicidad de estar mirándote.
Al fondo surge otro,
otra imagen que ya no es de ninguno.
No eres tú, mas contiene más de ti que tú mismo.
Te mira y te sonríe,
tal vez porque conozca cuanto ya has olvidado,
porque entre su sonrisa se esconde aquel que fuiste,
mirando fijamente a los demás por un poco de amor,
por capricho de ser dentro de aquellos
que cruzaron la mirada contigo en sitios que no existen,
como este laberinto de espejos donde encuentras
unos ojos extraños que tal vez fueron tuyos
y te siguen buscando.

 

ii

Esa ajena mirada:
ojos multiplicados desde la terquedad del tiempo y el espacio;
ojos que ya no ven pero que miran,
como tú los miraste o quizás como ya no te atreves a mirarlos;
ojos que, sin embargo, ante el frío del azogue,
te devuelven de un golpe la sangre acumulada,
el sabor de estar vivo,
la anónima alegría de los cuerpos brotando alrededor de ti.
Buscas como ellos buscan,
y entre la luz cruzada descubres un destello,
sin saber si es el fruto de un antiguo deseo que surge en los                                                                                                                    [espejos
o es el espejo mismo quien refleja un deseo que no te pertenece.
Buscas entre las partes de un mundo roto y mudo,
buscas en los cristales enfrentados de este bar que es el mundo
y levantas la copa.
Hay alguien que te brinda con un vino distinto,
alguien que ahora te mira y no eres tú ni el otro,
alguien que te devuelve la fortuna de ser
sin nombre y sin morada.

 

iii

Miras hacia los lados,
vuelves atrás la vista,
atraviesas espejos con la vana ilusión de tropezarte
con un cuerpo real que ya no necesita
reflejarse en las lunas para representarse.
Buscas a esa figura cómplice de tu estancia,
quieres probar el vino de sus labios
incluso desconfías del cristal de su copa.
Ahora te oyes sin verte.
Miras,
y del mirar nace una música que hace girar el tiempo,
escuchas el latido en las sienes de aquel ayer perdido
y vuelves a perderte:
es la palpitación eterna de tu ritmo
que contiene el pasado y el presente a la vez.
Insistes en salir de los espejos y tocar la figura,
acariciarla, verificar su pálpito, darle forma a su cuerpo
y comprobar que vive más allá del azogue.
Ya sólo sus dos ojos te observan frontalmente
pero tú ya no existes,
no estás en ese bar apoyado en la barra,
no eres más que el destello
de un choque aleatorio entre el deseo y la nada.
Esos ojos penetran en el hueco de ti,
buscándote, buscándote,
sin saber que te miran a través de los tuyos,
sin saber que no eres,
sin saber quién has sido.

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