Equivocación de animal / Luis Armenta

He oído la campana de la nieve,
he visto el hongo de la pureza,
         he creado el silencio.
Antonio Gamoneda

Hay que decir «lo siento»
y sin equivocarse.
Escribiendo con la huella en la nieve
que sostiene a los búfalos. Sentir ese blanco
tan golpe en la pisada y por cuya escritura
somos un animal a punto
del olvido. Da
lo mismo
si el corazón no cabe en el amor
o si al final
se quiebra: un silencio
(no frío)
acompaña a las aves que cruzan el estrecho de Bering
con sus alas terribles (tal es la indiferencia). El búfalo solo
envidia su cielo
esa altura que alcanza para todos
menos para quien lo desea
y cuyo desahogo es algún picotazo
en la cerviz.
Esa envidia del vuelo se teje y se le enreda
y ya no puede ver
la línea que separa lo quebrado del paso
y su hundimiento.

El amor es unirse a las grandes manadas que migran
de lo cierto al equívoco.

El amor es alzar esa pezuña hinchada por otro amor
que no resistió el tiempo.

El amor es ignorarlo todo y subsistir
sin que duela esa herida.

La extinción es saberlo.

*

Échenle sal al búfalo que muere
para hundir su recuerdo.

*

O no decir: optar
por la callada inocencia
y bajar la testuz. Desdoblarse
en lo que no se ha roto. En lo que se resbala
de la sien a la lengua
  (y no del ojo al labio)
para hacernos
lugar en la tundra de cielo
que van descongelando las palabras. Nuestro
paso
  (las grandes migraciones)
o nuestros desencuentros
(desplazamientos últimos)
son el modo inequívoco
de juntar en la boca
al búfalo incompleto: escucharlo
rumiar
nada más con la vista
lo que el amor ignora.

No somos animales de disculpas.
Desplazarnos
es
nuestra única forma
de acceder al perdón.

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