El nombre de las culebras / Ana Pérez Cañamares

Algunos se han acordado de su padre
cuando había subvenciones para encontrarlo.
Rafael Hernando,
diputado por el Partido Popular

Todo el día con la guerra del abuelo,
con las fosas de no sé quién, con la memoria histórica.
Pablo Casado ,
 diputado por el Partido Popular

Un mundo obsesionado por la actualidad
es un mundo obsesionado por el olvido.
Milan Kundera

los difuntos (léase, desarmados)
Wislawa Szymborska
i.
Mi padre nació en la casilla:
cuatro paredes encaladas
junto a las vías del tren.
Su madre —cómo llamar abuela
a quien no te ha acunado—
lo parió al mundo un diciembre
entre luces y traqueteos.
Quizá un profundo silbido
ahogó su primer llanto
—después no hubo tiempo
ni España para más.
Por las noches, el padre repartía luz
y el farol era una luna
que iluminaba sus alpargatas
y le abría ventanas a la niebla.
Tanto podía el tren matar
como el descarrilamiento
de un mercancías
asegurar la cena.
Los juegos eran atentos
de indios en la llanura
pegando el oído a tierra
por si el caballo de hierro.
Junto a la casilla, la cochiquera
con el burro, el cerdo, las gallinas:
familiares exactos y fieles.
De allí salía el camino al colegio
que la primavera hacía colorido y corto
y el invierno, penoso y embarrado.
Dentro, en cualquier estación,
habitaciones húmedas
donde la muerte se decía pulmonía
y se pronunciaba madre.
Todo estaba tan lejos:
el médico, el colegio, los vecinos.
Seis hermanos, un viudo triste,
los animales y las caras extrañas
que pasaban deprisa
detrás de cristales centelleantes:
eso era la vida.
El miedo a lo oscuro
y a un ladrón de vez en cuando.
Seis niños: Manuel, Emilia, Petra,
Leandra, Daniel y Agustina.
Seis niños jugando a unos metros
de la muerte; seis niños
que escudriñan el horizonte
por si de allí viniera la vida.
Seis niños entre gallinas que aletean
jirones de vapor caliente
y máquinas quejumbrosas.
Pero estar lejos de todo
no les protegió de la guerra;
ella conoce todos los atajos.
El mayor murió en el frente;
con él se llevó la inocencia
y un título de jefe de estación.
La lámpara del padre
se apagó de pena.
Los cinco niños restantes
salieron en estampida.
La vida los cazó con lazo.
El moho tomó sus posesiones.
Se hizo la noche.

ii.
Después, lo que todos saben
y nadie dice.
Las semillas se dispersan
en campo seco y calcinado.
Las traviesas quedan a oscuras.
Desde el tren no se ven las grietas
en las manos del que labra.
La vida parece vida
si no se la mira de cerca
pero lo que queda es simulacro.
Banderas como mordazas
caras de no pensar
paso rápido ante los cuartelillos.
Penas de muerte repartidas
por un dios que también sella
las cartillas de racionamiento.
Si tienes una idea
le haces un nudo
y la entierras en la cuneta.
Flores, las que el azar disponga.
A servir en las casas
a meterse a queridas
a levantar industrias
de la miseria en todas sus formas.
La radio en Semana Santa
baja las persianas
que nadie oiga que tarareas
algo distinto a porrom pom porrom.
Porrom pom porrom.
El ruido del tren ahogado
por botas y por tambores.
Una normalidad que espanta.
Una ciudad y otra
un trabajo y otro peor
el futuro al precio
de un plato de lentejas.
Antes, separar las negras.
Las negras caen por ventanas
y por huecos de ascensores.
Y en la tele todos
tan, tan felices
300 millones
de hermanos felices.
Pero un hijo en una habitación
sigue pensando:
maldiciones de la sangre.
Rabia de siglos.
Miedos renovados.
Crucigramas sin acabar
hasta la madrugada
cuando el cable del teléfono
se enrolla como un cordón umbilical.
Del horizonte llegó el futuro
y era otro pacto de silencio.
A seguir mendigando
la solidez de la memoria.

iii.
Por mis venas aún pasa el mercancías.
Descarga en mi memoria
un saco de patatas.
Me desvela en la noche.
Despierta mi hambre vieja.
¿Cómo salir indemne del sueño
y los temblores de los muertos?
¿Cómo se arranca la mata enferma
que ya dio el fruto podrido?
¿Cómo se avienta la ignorancia
cómo se espantan las culebras
cuyos nombres hemos olvidado?
¿Cómo se invoca la linterna
que amortigua la noche
cómo se le quita la fiebre
a una madre muerta
y vuelve a servirnos el pan?
¿Cómo saber que nunca más
la familia esparcida
los matojos en las cunetas
las señales en las tapias?
¿Cómo perdonar al pasado
si el presente tampoco?
Cómo salir corriendo
y tomar el tren preciso
si no sabemos cuándo
ni de dónde parte
ni si ya partió
o si esas vías vuelven
al punto de partida
si son circulares
si el jefe de estación
es un esqueleto que quiere paz
que quiere celebrar su entierro
echar a las culebras de su casa
mirar a sus sobrinos ya mayores que él
vivir vicariamente su vida robada
regalarnos la bala
y decir con una voz
que venza a los silbidos
a las mordazas
al moho y la derrota:
por ahí no.
Por ahí nunca más.
Por ahí, vía muerta.

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