Yo soy el hombre restante / Karen Villeda

Yo soy el hombre restante.

Por piedad del Emperador conservo un solo ojo y lo único que puedo ver son las sombras. La gentil brisa del Danubio me indica el camino que nos llevará con el Zar Samuel. Sus aguas estancadas son nuestro lecho y los gladios cubren las cuencas de los desafortunados. Yo tengo que guiar a estos noventa y nueve hombres cegados. Los juncos caminan más de prisa que nosotros sobre el pantano. Cien pasos damos en un solo día. En el último paso, me siento tan cerca del Zar Samuel hasta que me doy cuenta de que es una llama inagotable la que nos mantiene respirando. Si nos ve alguien, todos los corazones jóvenes de su aldea se detienen durante noventa y nueve segundos. Uno por cada hombre que perdió la mirada para siempre. Se detienen y se incendian las casas hechas con la madera de un abeto blanco. Pero el Zar Samuel estaba en Ohrid, postrado ante San Erasmo. La basílica del patrón de los marineros tenía la forma de un trébol. Cuando el Zar Samuel terminó de rezar, dicen que vio a una mula arreada, hincada a sus pies. La mula podía hablar. «Te van a hacer esclavo como a mí», fueron sus palabras antes de que el Zar Samuel le enterrara una daga en la grupa. Era estéril y sus ovarios estaban retintos.

Quiero ser sepultado
de cabeza
en un ancho pozo
en las afueras de
Santa Sofía.
Ése será mi mausoleo.
Que lo caven
con los hombres
que murieron por mí.
Que los que me traicionaron
lo caven
con sus propias uñas
y me cubran los orificios
con sus lenguas resecas.
Esos hombres,
los auténticos
que murieron por mí,
fijaron sus colmillos
en mis posesiones
para que el enemigo
no pudiera llevarse
sus cabezas.
Los tomaban del cabello,
arrancándoselo.
No cedieron.
Sus colmillos
sorbían la raza
de todos los que no murieron
por el Imperio.
Pero estos hombres
murieron por mí.

Estaban ahí
los troncos de nervios y tetillas,
un peso óseo
que era más heroico
que todas mis atribuciones.
Los pocos
que se quedaron conmigo
eran como una semilla mal plantada,
que no logré remover.
Quería volver
a darles su lugar
en el centro
de una tierra húmeda.
A estos hombres
que no me abandonaron
les sobreviven sus dientes.
Con ellos,
quiero que los traidores
hagan las herramientas
para desbrozar el pozo
en el que pondrán mi cuerpo.
Cuando hayan terminado,
maten a estos traidores.
Son los que me traicionaron
y deben pagar
por sus pecados cometidos.
Destrócenles la mandíbula
y rellenen el pozo
con sus dientes.
No me dejarán salir.
Los dientes mantendrán
mi cráneo pegado a la tierra
y no podré irme del pozo jamás.

Eso pasó hace centurias
y yo
sigo con vida.

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