Foja de servicios / Javier Viveros

El sol que aún se sacude los fragmentos de noche. Los soldados de impecable verde olivo. Las novias, amigos y parientes que los despiden en el puerto de Asunción. Los altavoces que se llenan de polcas épicas y de marchas militares. Las risas ingrávidas. El orgullo y la alegría. Taheja che ru, che sy, taheja opa ahejáva. La vocinglería de los mercachifles. El olor calentito de las chipas. La anclada nave de la incertidumbre. La misa de despedida. La Virgen portátil. Padre nuestro que estás en los cielos. El murmullo ascendente de los rezos. La bendición al ejército, a la usanza vaticana. El final de la misa. La alegría y el orgullo. El soldado Brítez y su novia. El roce de los labios de Josefa. El beso nutritivo de Josefa. Los saludos militares. Ha jarúne ave ko’ápe mas que sea ikangue kue. La sirena apremiante. Los abrazos que se multiplican. Las promesas de amor eterno. La inflexibilidad de una orden militar. El «todos a bordo». Lo inexorable del deber para con la patria. Los deseos de pronto retorno. El abordaje en fila india de la cañonera Paraguay. El hombre de la cámara que da instrucciones. La foto grupal. Morituri te salutant. Los camalotes flotando despreocupados. Las interrogantes sobre el teatro de operaciones. El martín pescador en picada contra el agua. El pez preso entre su pico. El río y su movimiento continuo. La cara de un capitán que da órdenes. El sol inmisericorde. Las poblaciones ribereñas. Las islas deshabitadas. La riqueza vegetal. La herida del horizonte agusanada de pájaros. El insomnio, ese demonio. La lentitud desesperante. El cielo y sus condecoraciones. El solitario cuerno de la luna. Un oficial que fuma en la cubierta. El recuerdo de la cara de Josefa. Los senos apretados. El deseo. El sexo de Josefa. La litera estremecida. El estruendo mudo. El bajo vientre asperjado. La orden de levantarse. El ruido atropellado de centenares de botas. Un disco de fuego espejándose en el agua. El himno efervescente. La sinuosa bandera paraguaya. El jarro lata con cocido y la pétrea galleta cuartel. El desembarco en Puerto Casado. Una estación de tren. La incertidumbre en un rostro recién llegado. En otro. En todos. La fila de soldados verde’o. Los oficiales dando órdenes. El Chaco: convulsionado trozo de mapa. La polvareda multitudinaria. El viento atarantado. Los paratodos y algarrobos. El chaleco de un oso hormiguero, arbiter elegantiarum. Los pies en la batalla. El cerco a Boquerón. La muerte que hizo sus nidos. Las ametralladoras bolivianas que despedazan la carne. El tronar de los morteros guaraníes. La heroica obstinación enemiga. El estéril estrellarse contra un muro de fuego. El resistir hasta el último cartucho. La página de gloria. Los paracaídas que acercan víveres. La noche que los desorienta. La captura de productos enlatados. El amanecer del 29 de setiembre. Los trapos blancos de la rendición. La victoria pírrica. La victoria al fin. La continuidad de la marcha. El jugarse la vida en otras batallas. La insensibilización avanzada. La llegada al campamento. El agua estacionada en los camiones. Los soldados más antiguos.

Las miradas insondables de los soldados más antiguos. La presentación ante el comandante. Arenga. El discurso que sincroniza voluntades. Los aprestos para el combate. La animalización progresiva de los hombres. La añoranza. El deseo de regresar a casa. Madrecita linda. El angustioso arrastrarse de los días. La ración de hierro en el campamento. Los aviones que llueven sus bombas sorpresivas. El temor a morir. El ocultarse entre lo verde. La visión de la sangre. La eternidad en quince minutos. El alejarse de la aviación enemiga. El regreso al campamento. El horror. Los pedidos de auxilio. Los gritos de dolor. Las súplicas de un balazo. La bilocación forzada del enfermero. La búsqueda del mayor. Su cadáver desfigurado. La búsqueda del capitán. La puerta sobre la espalda del capitán. La orden de alistarse y salir en busca de yvy’a. Los vientres vegetales preñados de agua. El enfermero que venda una mano. La marcha de la esperanza. El dormir en el monte. La silbatina insoportable de los pomberos. La química potente de los insectos. La deliciosa carne de un tagua. Un paréntesis de bonanza. El fruto esquivo de Tántalo. El grito del camarada. Su fusil disparando contra unas luces flotantes. El temor a lo desconocido. El plomo combatiendo la extrañeza. La desaparición de las luces huidizas. La selva que vuelve a recuperar sus sonidos. Las cuadrillas de mosquitos. El cambio de guardia. La voz que desde el árbol anuncia pisadas. El soldado Brítez otra vez. Su respiración entrecortada. Los disparos que agitan la espesura. Los gritos de «¡Viva Bolivia!». El instinto de conservación. El pavor ante la premonición del fin. Las llamitas encendidas entre lo verde. El humo fantasmal de los fusiles. La muerte y su aliento de pólvora. El contacto espasmódico del índice con el gatillo. El miedo a morir estampado en el rostro del soldado Brítez. El fragmento de plomo que anida en su pecho. La flor de caraguatá que le empapa el verde olivo. El agujero minúsculo por el que se escurre su vida.

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