Pasión y muerte del equilibrista / César Gutiérrez

         1

Érase el delgado equilibrista trepando la silenciosa escalera hasta envolverse entre

[las nubes

Las celestiales nubes que hierven su rostro evaporan

 

El equilibrista sin rostro abre las puertas del cielo y levanta un dedo: gobierna

 

Cactáceas en la frente, un crucifijo en el pecho, diademas y un hermoso traje de

[luces envuelven la espigada

silueta del equilibrista,

dulce y brillante como una estrella solar violeta

 

A ambos costados de la cuerda, dos ángeles sobrevuelan tensando su ancho

[camino (ese metálico sendero

rodeado de árboles frondosos,

de troncos amarillos y escamosos

De troncos permanentemente atravesados por las filudas dentelladas de las fieras)

 

A los costados de esa polvorienta carretera crece el peligro, la lengua de alambre,

el vértigo tienta y desintegra: derrama frío

 

 

2

 

El Hombre, delgado, silencioso y sumamente débil en la aproximación, tan solo camina

Pero los ágiles dedos del tamborillero convocan a los cielos de recargadas nubes

[para que

—abajo—

la red inexistente sólo sea una negra trama hermanada con el terrible sortilegio de los

[cielos abriendo su generoso

cuerpo azul e infinito sobre el retumbante acero del redoble

 

Entonces un filo, rápido como un destello o una mariposa cruza el metálico-

[invisible: en ese instante

preciso, precioso —el del toque sutil— el hombrecillo de la cuerda, el temerario, el

[divino, El Poeta, se descuelga

Y de cara a una vibrante caída agita desesperadamente sus músculos, diseminando

[(desordenando) sus

delgados huesos a lo largo de su frágil cuerpecillo

 

 

3

 

Suave, profunda y hermosa fue la caída del equilibrista

 

Pero a escasos metros de tierra firme, aceleró violentamente para que la estela o la

[arena dorada —que

también caía adornando su hermosa trayectoria— lo sepulte como la última lluvia sobre el

[desierto

 

El delicado equilibrista murió en el acto

 

Cayó aflojando los dedos

 

La perfecta indiferencia de los tambores —ese silencio— contra la espuela clavándose

[en el centro de su

aullido

 

Su cuerpo de caracol ensortijándose en la arena

 

 

 

4

 

Entonces —esbelta, luminosa, extenuante— emergió La Dama

Curvándose astillosa para clavetear

 

Pero el sereno equilibrista, relamiéndose entre sus pechos

—entre los pechos de La Virgen— extrajo el puñal, trazó una cruz en su boca y persignándose

[ante Ella, la besó…

Y amarrando el pesado crucifijo sobre su quebrada espina, extendió los brazos,

proyectando el largo cuello

 

 

5

 

(Y la ensangrentada gónada se inflama)

 

 

6

 

Y tragando saliva —o vidrio— el heroico alambrista de labios rojos tuerce

[horriblemente el rostro y se

desprende del suelo para iniciar un lento proceso de flotación

Proceso preñado de eléctricos estertores que sacuden su cuerpo exangüe

Su cuerpo coronado de una sonrisa ovalada (¡Oh siniestra sonrisa que desnuda el

[brillo de un diente de oro

sobre el más pálido de los rostros de El Hombre!)

 

Y el ejército de dolientes —esos seres, esa muchedumbre— deja caer la temblorosa

[mandíbula, alzando la

aterrada mirada con dirección a El Artista en ascención

 

Dirigiendo sus afiladas pestañas contra el elevado Poeta

Y el delicado,

el alado espíritu se eleva entre la muchedumbre

 

Fue así como, envuelto en una nube sulfurosa, inexorablemente pleno, ganó los aires

[el esbelto equilibrista

 

El equilibrista que ata las miradas del pavor.

 

 

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