Superhiperbático Conversaciones con Gerardo Deniz / Fernando Fernández

Durante largos años fue tan reacio a propuestas de ese género que la aparición de un segundo disco de Gerardo Deniz leyendo sus poemas debe considerarse un lujo. Pero ni en éste, recién publicado en la serie Voz Viva de la unam, ni en el anterior, hecho por el Fondo de Cultura Económica en 2005, se hace justicia a su manera de expresarse (1). No tendría por qué ser así, desde luego, ya que la poesía suele ir por un lado y el habla por otro. Sin embargo, la expresión, llamémosla en vivo, distendida y suelta, de este poeta es por lo menos tan peculiar como su escritura, como lo sabe cualquiera que haya conversado diez minutos con él. Los temas son semejantes a los que están en sus textos; también, las temperaturas de su carácter. La diferencia está en que el habla coloquial presenta algunos fenómenos expresivos que no están en la palabra impresa: alargamiento de vocales, tonos de burla o ironía, risas, neologismos de creación incesante e instantánea, chistes, todo ello salpicado de imitaciones, tarareos, ruidos —el latido del corazón acelerado, el monólogo de un loro, el borboteo del agua hirviendo…
    De todo ello me di cuenta desde el momento mismo en que lo conocí, y ya aquel viernes de hace veinte años tuve el impulso de tomar notas: frases sueltas, salidas inesperadas, giros… En rigor, mi tesis de licenciatura (El gozo del ciempiés. La poesía de GD, 1990) no es otra cosa que un gran apunte tomado del natural. Apenas a finales de 2006 decidí transcribir algunos fragmentos de nuestras pláticas, con una frecuencia que dos años y medio más tarde se hizo de cada ocho días. En junio de 2009 introduje una previsible novedad: una grabadora. Seis meses después tengo unas cuarenta horas registradas en cintas, que un día, trasladadas y ordenadas apropiadamente, bien podrían ver la luz en forma de libro. Se trataría, en ese caso, de una fuente biográfica con la que no contamos, y sobre todo de un testimonio lingüístico que funcionaría como referente, y de algún modo como complemento, de su obra escrita. Esta entrega es una pequeña muestra. Ninguna de las conversaciones responde a un plan preestablecido y mucho menos a un cuestionario, y todas ocurren con el poeta en su puesto de mira en el sillón de su departamento de la Colonia del Valle de la Ciudad de México, donde vive con su mujer, una de sus dos hijas y siete gatos. La fecha que antecede a cada fragmento es, naturalmente, la del día en el que fue grabado.

1. Llegada a México
(7 de diciembre de 2006)
—Una mañana abrí los ojos y ya no vi el mar sino el faro de San Juan de Ulúa. Todo el día de trámites. Al atardecer bajamos del barco. Mi única visita a Veracruz. Nos llevó mi padre a cenar guajolote con piña y luego a dar una vuelta en taxi entre niños jarochos desnudos en la carretera. A las once de la noche estábamos en tren camino al df. Llegamos a la estación de Buenavista que entonces existía y no donde estuvo luego. Bajamos y salimos a Insurgentes Norte y ¿qué hacer? Tomamos un tranvía. Allí mi padre interrogó a unos pasajeros diciéndoles que veníamos de Europa. Nos mandaron a un hotel infecto en la calle de Regina. Al día siguiente nos cambiamos a otro, elegante, vieeejo, vieeejo, en 5 de Febrero, y mi padre se fue a hacer América dejándonos a mi madre y a mí, que encontrábamos México espeluznante. Imagínate el Zócalo de 1942… Llegó el domingo, cogimos el taxi y fuimos a Chapultepec y comimos fresas con crema, salvo mi padre, que no probó la crema hasta los ochenta y ocho años… ¡Nos dio a mi madre y a mí una paratifoidea! Mi padre buscó a un médico, que nos dijo que en México no se jugaba con los quesos, las cremas y las leches… Y aun así recaímos después…

2. «Cara de niño»
(21 de septiembre de 2009. Por teléfono)
—[Él] …«grillo topo», «grillo real», «grillo talpa», «alacrán cebollero», «muérete riendo», «changá», «grillo de Jerusalén»…
—¿Y cómo estás tan al tanto del cara de niño?
—Bueno, es que me llamó la atención el que tuviera tantos nombres. Mi nombre, para mí, el bicho me sugiere automáticamente el nombre «mestizo».
—¿Por qué?
—Porque fue como lo conocí. Estaba yo en México desde hacía seis, ocho meses. Una tarde iban a pasar por mí y me esperé en la escuela a la salida y se retrasaron. A no sé dónde íbamos a ir y me quedé solo en el patio de la escuela, en el Colegio de los Insurgentes, en la colonia San Rafael. Ya aburrido, pues caminaba, miraba, subía… y en un lugar de pronto me encuentro un pobre bicho de ésos, ahí surgiendo de la tierra. Lo miré un segundo y salí corriendo con el profesor Zepeda, que era el que vigilaba la entrada. «Hay una araña monstruosa, horrible, en el patio». Vino el pobre y al verlo nada más estiró la patita y [hace un sonido indescriptible] lo apachurró, cosa horrible, diciendo con desdén: «Ah, un mestizo». Desde entonces seguí con horror las vicisitudes del mestizo, en todo lo que se contaba del pobre animal, que es perfectamente inocuo.
—¿No hace nada?
—No, nada. Si acaso rasguña un poquito porque tiene un peinecito de púas en las patas de atrás, para ayudarse a escarbar. Las manos delanteras son bien fuertes, para dentro de la tierra estar riaca, riaca, riaca, echando atrás la tierra… Es ciego prácticamente. Y luego ya lo tomé más en serio: averigüé y supe que es horrendo pero perfectamente inocuo. Hasta hubo aquí en México por los años setenta una plaga no me acuerdo en qué rumbo, en que de repente una tarde salió el mestizario que había en el suelo. Salieron como ochocientos [risas], y la gente enloquecida de horror pensando que era venenosííísimo.
—Es feo, ¿eh?
—Es horrible, pobrecito. Afortunadamente ya a mi hija Laura le expliqué todo esto a su debido tiempo, reconociendo el horror… Pobre animal. Es hasta perjudicial porque corta las raíces de las plantas. Otro nombre: «cortón».
—Entonces dices que te llamó la atención sobre todo por la sinonimia.
—Sí, en realidad es lo notable porque encontraba y encontraba yo por todas partes nombres, leyendo aquí, leyendo allá.
—Aun así, me decías que el más común de los nombres científicos es grillo talpa, ¿no?
Grillo talpa, sí. Es elegante. «Talpa» es «topo» en latín. Al más horrible de los bichos —porque son dos especies diferentes—, al más gordo y horroroso lo llaman en inglés «grillo de Jerusalén», Jerusalem cricket. Debe de haber muchos. Es un insecto universal, ¿eh? Está por todas partes. Se llama stenopelmatus. Cuando que el europeo, flacuuucho, vil alacrán cebollero, es un grillo talpa, sólo que la i de grillo, es y griega: gryllotalpa.
—¿Cómo dijiste que es el nombre para la versión asiática?
—La versión atroz, el de Jerusalén, stenopelmatus.
—¿Y qué significa eso?
—Pues… Me quedo a la mitad. No sé qué hacer con el pelmatus [risas], ni con el conjunto. Así que… Ya lo encontraré en otra vida y lo saludaré: «¿Cómo está usted, Señor Mestizo, Cara de Niño, Alacrán Cebollero, Cortón, Grillo Topo, Grillo Real, Grillo Talpa, Changá…?».
—Lo de changá…
—Sí, podría ser un baile puertorriqueño [risas]. El que más me gusta es el de muérete riendo. Porque te pica y te mueres riendo [risas].
—Yo siempre lo conocí como «cara de niño». Siempre he pensando que se parece a cierta lideresa sindical.
—Sospecho a quién te refieres.

3. Boda
(7 de diciembre de 2006)
—Me bauticé y confirmé poco antes de casarme. Fui allá por el Panteón Alemán, por la Refinería, a recoger el documento del bautismo. El empleado me preguntó: «¿Cómo dice que se llama el niño?». «Bueno, propiamente el niño soy yo, que tengo veintisiete años». Por supuesto, las consabidas monjas se persinaban de que un hereje fuera a bautizarse. Mi única misa, previa confesión, fue al casarme. Eso fue aquí en Gabriel Mancera, en la Virgen Aviadora. Después de la boda hicimos nuestro viaje de bodas, que fue del hogar venidero a la Farmacia Elsa —que estaba en lo que era la Diana y ahora no es nada—, a comprar unas aspirinas. A la mañana siguiente estaba en mi mesa del Centro de Documentación, en la Ciudadela, hasta que una secretaria observó un anillo en mi dedito y corrió la voz. Ese día recibí uno de los máximos elogios de mi vida, de una señora francesa que trabajaba allí. Llegó imperiosamente a mi mesa y me dijo: «Almela, ¿se casó usted el otro día sin decirle nada a nadie?». «Oui, madame». «¡Qué gente tan civilizada!».

4. Celestina
(17 de septiembre de 2009)
—[Yo] Si pudieras echarte una conversación con un personaje literario, ¿a quién escogerías?
—El personaje literario imaginario que me cae mejor es Celestina.
—Pero si era una vieja espantosa, malísima, cabrona…
—¡Qué va! Era simpática con ganas, hombre. Era una científica… [risas]. Con unas puntadas rebuenas. Como cuando están los amantes a su lado y ella, toda vieja, desdentada, dice: [imitando el acento de anciana española] «Me voy, me voy, que me dais dentera…».
—[Risas].
—[Risas]. O lo de que, comiendo, dice: «Hay que beber con la comida trece veces». Y le replica no sé quién, Pármeno quizás: «No, dicen los autores que hay que beber tres veces». [Imitando el acento español:] «Hijo, pues estará corrupto», de que por poner «tres » pone «trece ». Así que una buena tarde, sorbiendo rioja tinto y charlando con Celestina, sería padre. Con ese laboratorio que tiene de porquerías.
—Como para ponerse en sus manos.
—Sí, pues sí, ya ves, se consigue todo.
—Quizás el personaje simpatiza porque al final muere.
—Pobrecita, me da pena esa muerte desastrada, que apenas grita: «¡Confesión, confesión!», y se echan a la vieja… [risas]. Claro, tiene una visión bastante escéptica [risas] de la humanidad y acaso demasiado esquemática del amor. Pero en fin. Ésa es una gran solución, la Celestina, para contestar preguntas impertinentes. Además me encantaría oírla hablar con Anatole France.
—¿Cómo sería ese encuentro?
—Pues se llevarían bien.
—¿Por qué?
—Porque Anatole France era otro viejo cínico [risas]… que por lo menos no tuvo que morir pidiendo confesión. No, si Celestina es muy simpática. Como cuando evoca con Pármeno de cuando la sacaron como bruja, a las dos viejas [risas]. Unas cosas muy sabrosas. Eso de que cuando sale de la casa, al cerrar la puerta, dice: [acento español] «Adiós, paredes» [risas]. Son dichos, claro, pero ella es genial con ellos.
—[Risas].
—[Serio pero burlón:] ¿Tú crees que la Celestina es obra de dos autores?
—¿Qué piensas tú?
—Que sí. Que sí. El primero es notablemente más arcaico que el del tercer acto en adelante. Lo cual no importa pero es interesante. Ya ves, Menéndez Pelayo decía que no, que es uno, es uno, Fernando de Rojas, pero ahí no le doy la razón al gran Pelayín. Pero es excelente hasta el fin.

5. Prokofiev c’est moi
(23 de septiembre de 2009)
—¿Por qué cuando escribiste la lista de tus músicos preferidos decías que te gustan éstos o los otros, pero que Prokófiev eres tú?
—Sí. Lo sigo diciendo y lo vengo diciendo hace ya mucho. No sé. Me doy cuenta de que, de los que menciono, de mis once máximos, sería de los más quitables, aunque me niego, claro… Pero puestos a imaginar tonterías yo quisiera poder saber escribir como Ravel, como Bartók, como Beethoven, bueno, sí. Pero eso es simplemente tonto. Pero Prokófiev… Si yo llegara a escribir, se parecería a Prokófiev más que a ningún otro. Más que a Debussy, Ravel, Bartók, Scriabin…
—¿Pero cómo…?
—¿No te das cuenta? Eso que sientes que tú, llegado el hipotetiquísimo caso, escribirías algo así. Puedes decir que piensas que escribirías algo análogo o en algún sentido afín a Rubén Darío o a Gorostiza o a… Gaspar Melchor de Jovellanos [risas].
—Me imagino que te refieres, por ejemplo, a una cierta propensión a la ironía. Me acuerdo de una vez, hace mucho, que me pusiste alguna cosa precisamente de Prokófiev para ejemplificar cómo un pasaje musical podía ser irónico.
—Ajá.
—¿Qué más le encuentras?
—¿Te parece poco? Pero no… Todo. Cierto género de, no sé… De llamarlo se vuelve tan horrible, tan cursi, tan pedante. Una especie de melancolía alegre. No sé. Con el detalle adicional de que Prokófiev era una persona evidentemente difícil de llevar, pero me cae bien, aun así. Aun a pesar de su… O a lo mejor es a causa de. Yo qué sé, de su egoísmo…

6. Pájaros
(1 de julio de 2009. Afuera canta un pájaro con inspiración)
—[Él] Oye. ¿Qué suena?… ¿Un pajarito?
—Sí.
—Qué bonito. Sí, por aquí se ponen muchos. Y hacen cosas diversas y los gatos se quedan hipnotizados. El otro día había tres gatos aquí, todos atentísimos a los pájaros ahí en la barda, y de repente uno de los pájaros se echó en picada hacia la ventana [risas] y los tres gatos, «ahhhh», salieron volando, diciendo: «Esto no estaba en el programa».
—…
—Esos ruiditos de los pajaritos, me suenan siempre como que llevaran unas tijeritas en el buche. En la… siringe. Porque tú tendrás mucha laringe, pero los pájaros cantores tienen siringe, que es la que los ayuda a cantar.
—Creo que Rubén Darío usa esa palabra en su «Responso a Verlaine».
—¿El qué? ¿La siringe? Puede ser. Es bien común. El pasaje ornitológico que recuerdo, y me falla una palabra y no sé qué cosa, es de Rubén Darío. Menciona eso de: «No sé qué, ave rara, bulbules ruiseñores». Y es cierto… No es el ruiseñor pero es el equivalente oriental del ruiseñor, que canta en la noche y esas cosas. Se llama el bulbul. Que es una palabra muy bonita. Parece que ahora ya se puede oír con mayor pureza porque antes «bulbul» lo que sugería era un nombre elegante de los bulbos de los radios [risas]…
—¿Qué idioma es?
—No sé. Persa o sánscrito… Yo la usé en un cuento donde salía justamente un pajarero que llevaba un tambache enorme de jaulas a la espalda llenas de bulbules.
—Como un Papageno.
—Eso era, así se llamaba el fulano en cuestión. Está en mis relatos… en Alebrijes.
—Tu Papageno vendrá de La flauta mágica
—Claro. Aparte de que, a su vez, «papageno» viene de «papagayo». Bueno, de donde venga «papagayo». En alemán, por ejemplo, Papagei… En inglés, no me acuerdo de que haya «pa-pa-pa», como en La flauta mágica.
—¿Nunca distinguiste entre los cantos de los pájaros?
—No, como soy tan «flor de asfalto», como dicen. Siempre he sido tan de ciudad, que cosas como reconocer plantas, siquiera árboles y pájaros… Sé los nombres pero no sé cuál es cuál. Aparte del abedul, que había en Ginebra.

7. Santonina
(12 de marzo de 2007. Por teléfono)
—[Yo] ¿Qué lees estos días?
—Me llevé a la recámara el Fausto, segunda parte, bilingüe alemán-francés. Y luego, estoy releyendo Esteroides
—¿No estarán muy superados?
—Uy, no tienes idea en qué forma. Pero ya te he dicho yo que quiero creer, como el Capitán Nemo, que el mundo no se ha ocupado de nada desde que me metí en mi Nautilus. Nemo se ponía a releer un libro de hacía veinte años…
—¿No te gustaría saber en qué van los esteroides hoy?
—Uy, sí, claro. Todo ello, no sólo los esteroides, toda la química… No sabes el volumen de la bibliografía científica…
—¿Sobre esteroides?
—Es que es un tema muy bonito de química orgánica y bioquímica. Si un día vuelvo a la calle de Torreón [en la colonia Roma Sur, donde está su estudio], a ver si paso por los Terpenos, volumen 3. Eran cinco tomos. Lo compré hace más de cincuenta años. Ya ves que la química de la santonina es interesantísima. Es una cosa parecida al estafiate de México.
—¿El estafiate?
—Una planta mexicana que sirve para cagar las lombrices… Un antihelmíntico. Saqué mucha felicidad leyendo sobre la santonina.
—¿Qué tiene la santonina?
—Mucha química orgánica. Y además trabajó mucho sobre sus derivados Woodward, y yo perseguí todos sus artículos hasta que caí en la nada y supe que se había muerto prematuramente trabajando la síntesis total de la magnamicina. ¡Pa’ que veas!
—¿Magnamicina?
—Sí, un antibiótico de ésos, pero con un anillote. ¡Mil centros de asimetrías!
—¿Mil?
—No… Serán como diez o doce…
—¿Centro de asimetría? ¿Qué es eso?
—Es estereoquímica. Es-te-reo-quí-mi-ca. Es la misma raíz de «esteroide», pero por casualidad. Pasteur estudió la estereoquímica del ácido tartárico antes de dedicarse a las vacunas.
—Metidos en esto, ¿a quién puede interesarle la poesía?
—Es igual… Tengo ganas de escribir una cosa. Seudopoesía, que conste… Pero no puedo.
—¿Por qué?
—Me tiembla el pulso.
—Díctamela.
—No.
—¿Por qué?
—Porque la quiero escribir. Retocar. Reterretocar. Y todo eso se hace con un objeto ganchudo llamado «mano»… Eso me recuerda un chiste: salía una muchachita desnuda, de un cofre, llorando. Estaba el pirata enano con un garfio en lugar de mano y con un parche en el ojo, diciéndole: «¡Claro, no me quieres porque soy pirata!». ¡Era horrible! [Risas] Aunque fuera un santo… A la pobre, que la había capturado y encerrado en un cuarto de popa del barco con una ventanita, y estaba sentada, lógicamente, en un cofre… Y en eso estamos: esteroides, Fausto… Releí algo sobre los platónicos de Cambridge en el siglo xvii…
—¿Y qué tal?
—Pues… curioso. Como yo soy un filósofo inglés… Me viene bien porque eran enemigos de los meros buenos de Inglaterra. Los platónicos de Cambridge se metían con la gran lista, la infinita mayoría de los filósofos ingleses, empezando por Bacon…
—A ti te gusta meterte con todos.
—Yo no. Yo admiro muchísimo al Señor Presidente. No es poco.
—¿Conoces la última sonata para piano de Schubert?
—No las conozco todas, pero me encantan.
—Creo que es póstuma.
—A veces las obras póstumas son las que tiene uno guardadas desde la infancia y no las publica uno porque son muy malas… Y luego las publican sin especificar en qué época fueron escritas.
—Te hablo mañana.
—No te creo. Puede ser. Se da el caso.

8. Superhiperbático
(23 de septiembre de 2009)
—Te he escuchado decir que te gusta mucho el Preludio a la siesta de un fauno de Debussy.
—Es sublime. Es bellísimo. Fue la primera obra en que Debussy fue Debussy. En 1894 se estrenó. Y es precioso. Bueno, La siesta de un fauno es un poema de Mallarmé, muy bueno, por cierto, que yo me sabía de pe a pa. [Recita un fragmento del texto original en francés] «Ses nymphes, je les veux perpétuer. Si clair, leur incarnat léger, qu’il voltige dans l’air…».
—…
—Ya no me acuerdo más que de cachos. No has mallarmeado bastante, me parece.
—No, ¿eh? Prácticamente nada.
—Bueno, es que además hay el problema famoso, ese sí muy jodido, de traducirlo. Ya no es hipérbaton, ya es el mallármeton.
—El recurso de cambiar…
—El orden, sí, pero ya en un nivel…Y además sin que haya base inequívoca, como la hay en Góngora. Es la gran diferencia entre el paralelismo que se ha puesto siempre entre Góngora o el Primero Sueño de Sor Juana y Mallarmé. Y es eso, lo que puso Góngora o Sor Juana en el Sueño, es una cosa perfectamente definida. Por eso Dámaso Alonso lo traduce al español actual, vaya, y se reordena y no tiene pierde. Son rarísimos los lugares ambiguos de Góngora. La famosa estrofa del Polifemo, que a mí nunca me pareció una cosa demasiado difícil de entender…
—¿Cómo empieza esa estrofa?
—«Erizo es el zurrón de la castaña…». Alfonso Reyes tiene un ensayo completo sobre «la estrofa reacia» del Polifemo y de las múltiples lecturas que permite. Yo ya había leído y releído el Polifemo y esa estrofa no me causaba especial dificultad. Es eso: un hipérbaton doble metido uno en otro, pero inequívoco. Y, según parece, el único que sostiene esa audaz teoría, aparte de mí, era un polaco, nada menos, el profesor Zdislas Milner, que decía que era posible su lectura. Yo, desde mi altura de hispanohablante, le digo al señor polaco que tiene mucha razón [risas]. Lo grave de Mallarmé es que el mensaje este superhiperbático, a su vez, el resultado, es de lo más complejo, oscuro, discutible [risas]. Entonces no tienes un agarradero, así, de decir: «Ya le di». La siesta de un fauno es el Mallarmé más transparente. La Herodías es más complicada, y los sonetos y eso es infernal. Pero tan bonitos… Yo traduje uno, que publicaron en Vuelta.
—¿Cuál, el famoso de la terminación en ix?
—No, no, hice uno «en equis» pero por gusto. Bueno, lo hice porque me dijo por teléfono Ulalume [González de León] que Severo Sarduy había lanzado [grave] «un reto» a hacer un poema en equis, como el de Mallarmé. O así. Y hete aquí que lo hice (2) y no dijo ni pío el muy maricón.
—Pero ¿lo leyó?
—Sí. Parece que dijo por ahí que nadie había cumplido con sus requisitos de la equis y escribió [Aurelio] Asiain en Vuelta (3) diciendo que no se hiciera pendejo porque yo lo había hecho y él lo había leído.
—Y ya no contestó.
—Silencio profundo.
—¿Y cómo era el tuyo, te acuerdas?
—Híjole. Sí, pero… Bueno, a ver: «Navegué anestesiado por la Styx…».

9. Lolita
(9 de abril de 2007. Por teléfono)
—[Él, contestando] ¿Sí?
—¿Juan?
—Hola.
—¿Cómo estás?
—Pues aquí nomás. Igual. Leyendo. Con trabajo, pero leyendo.
—¿Qué lees?
—Una cosa que tú me diste.
—¿Qué es?
—La Lolita.
—No puede ser. Aquí yo tengo mi ejemplar.
—Me la copiaste. El librote.
—La edición anotada por Nabokov.
—Sí… No. Anotada por otro.
—¿Aguanta?
—Es terriblemente difícil. Se vuelve, a fuerza de palabras exóticas…
—¿Te gusta a pesar de eso?
—Conservo mi opinión. La mitad sería suficiente. Estoy en la segunda parte, entradita, y estoy a punto de dejarlo… La encontré monótona. Demasiado estirar el cuento. Además tengo una infinidad de cosas que leer, mías, de mi biblioteca. Si es que todavía queda algo porque la criada, o mejor dicho su hijo, me ha robado por lo menos veinte libros, que yo me haya dado cuenta…
—[Suena una alarma en la calle donde estoy yo].
—[Él] ¿Qué, te volviste patrulla?

10. Señor ya mayor
(3 de septiembre de 2009. Me extiende una nota sobre su obra
y persona que su hija encontró en internet)
—[Él] ¿Conoces a éste? [Se refiere al autor de la nota]
—¿A ver? ¿Quién es?
—Al final, creo… No sé qué «Carranza».
—Ah, sí, es un periodista y narrador tapatío. Tiene un libro en Tierra Adentro. ¿Es buen artículo?
—No está mal.
—Mira, te llama «señor ya mayor».
—Sí [risas]. Lo que no sé es cómo se enteró de mi gatofilia.
—Se ve padre, ¿no?
—Ajá. Aunque me da ganas de llorar porque dice que tengo «una mirada encantadora». Eso que lo diga yo como chiste cruel, pero…

11. Tela de este encuentro
(17 de junio de 2009. Al despedirnos)
—[Yo] Bueno, pues habrá que cortar la tela de este encuentro.
—…
—¿De quién es esa cita?
—No la conozco como cita. Te la atribuyo ahora serenamente.

 

(1)  Mucho menos lo hace aquella solitaria grabación en el disco de Motín Poeta (Personæ, 2006) en la que lee, con frialdad y desapego, su poema «Primavera en el fondo del colon» sobre el trasfondo de un trabajo de exploración sonora de Rogelio Sosa, cuyo inquietante resultado general me parece bastante conseguido.

 (2) El soneto, con una nota «con ingredientes» —como le gusta decir al poeta—, apareció originalmente en Vuelta, número 136, marzo de 1988, p. 19:

Estrambote

Navegué anestesiado por la Styx,
recorrí el siglo xix y el Benelux
y aunque excluso del clan casi ku-klux
de Monsieur Mallarmé, tengo mi ptyx.

Para evitar fricciones con la Pnyx
ni doy excrex ni tampoco soy ux-
oricida. Me basta un fiat lux
que disipe esta nox (o, en griego, nyx).

La sarx canta en su eterno solovox,
sálax me siento cual un Phryx o un Thrax,
mas ni Aronnax y el santo Palafox

saben qué pediré si llego a rex:
un buen par de beréberas de Sfax
y, entre coxas y coxis, gñis, wha, sex.

A los dos días de haber sido operado en la retina, me llegó por teléfono un desafío (personal) a escribir un soneto no ya en -as(z)-es(z)-is(z)… sino en -ax-ex-ix… Lo elaboré, pues, a ojos cerrados, y mi deplorable condición dejó inevitablemente rastros en el resultado.
Era forzoso que asomara Mallarmé. (Al margen de todo esto: en su célebre soneto escribió Mallarmé «nut ptyx»: ptyx es para él, por lo tanto, un sustantivo masculino. Sin embargo la palabra griega ptyx es femenina, lo cual abona mi opinión de que la ptyx del poeta no es ninguna ptyx griega. Y aquí lo dejo, ya que el asunto es, como se sabe, inagotable y hasta aburrido).
Los latinajos y gregüescos que figuran en mi soneto son harto conocidos. El «excrex» también, siquiera por tener el plural más irregular de la lengua española. Aronnax es nuestro viejo amigo de Nemo, y el virrey Palafox es historia novohispana. Sfax está en todos los mapas de Túnez; quizá pueda dudarse que haya allí muchos beréberes. ¿Qué más?
Pues bien, el último verso, recuento barbárico, tracofrigio, de proezas eróticas (aegri somnia, hélas), pudiera desconcertar a algunas personas. Gñis es «dos» en tibetano; wha, «cuatro», en mahorí; sex, «seis» en antiguo islandés (pues no ha de ser entendido en latín, que desconozco, ni aun en sueco). Y es todo. La primera versión era peor, pues acababa: «y con ellas bat, gñis, uç, wha, öt, sex», completando la serie «uno, dos… seis» con auxilio del vasco, el turco y el húngaro.
Para mí, lo interesante fue que el cruce del mundo clásico con el sex vikingo, en este soneto, puso a vibrar cuerdas todavía estremecidas, por haberlas pellizcado meses antes, y que condujeron, entonces y de nuevo ahora, a productos mejores —me consta— que estas patéticas catorce líneas. (G. D.)  

(3) El reproche de Asiain se llama «Severo olvido» y está en Vuelta, número 217, diciembre de 1994, p. 82.  

 

 

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