Una noche más de locura / Manuel Eliseo Cuéllar Román

Preparatoria 13, 2014 B

Mamá me grita otra vez. Ya le he dicho que debería esperar a que mi hermanito Edwin se vaya al kínder, porque se suele asustar mucho cuando ella se enoja, como yo cuando era un niño pequeño e inocente. Parece que el director de la preparatoria a la que asisto le ha dado una queja sobre mí: no entro a clases, lo acepto, pero mi madre ya estaba enterada de que aborrezco ir a la escuela, no sé por qué se enoja tanto.
     Ha empezado la temporada de lluvia, lo sé porque mi padre aún sigue en la azotea impermeabilizando. He de comentar que es mi época favorita del año, mi habitación da directo a la calle y eso me da una vista espectacular para ver las preciosas gotas que caen desde el cielo. Papá bajó al atardecer, él está de acuerdo con que ya no vaya a la escuela, pero mi madre lo manipula; hoy me mandó a mi habitación después de que mamá se quejara con él, pero gracias a eso me di cuenta de que la lámpara de afuera de mi casa fue reparada, ya que sin ella ver la lluvia no es lo mismo.
     Sufro de insomnio, alguna vez leí a un autor que decía: “El insomnio es la muerte dosificada”, y es una realidad, solamente duermo cuatro horas diarias y eso quiera no me va consumiendo lentamente, pero lo peor es que desde hace una semana las pesadillas y el terrible monstruo que me persiguió toda la niñez han vuelto. Esos fueron los peores años, recuerdo haber visitado al terapeuta tres veces por semana, dieciocho meses seguidos, y pensé que nunca volverían a aparecer. Pero aquí están cada noche y muero de miedo…
     Hoy mis padres fueron al cine, llevaron a Edwin con ellos y me dijeron que volverían temprano. Ya se está metiendo el sol y aún no vuelven.
Cuando estoy solo en casa, el tiempo parece demorarse demasiado, así que es preferible ir a caminar un rato, aunque al salir tenga que saludar a la vecina hipócrita que se la pasa hablando mal de las personas, al vecino al que la policía busca cada semana, a la anciana que está todo el tiempo sentada afuera de su casa con una sonrisa y que saluda a todo transeúnte que pase, pero que escuchó cada noche sollozar hasta mi habitación; y el hogar de ese monstruo, la casa abandonada a la que le solía temer cuando era un niño.
     Después de un rato paseando, comienzan a caer gotas para apresurar mi regreso a casa. Todo está normal cuando llegan mis padres y Edwin. De un momento a otro la lluvia arrecia su furia, el viento acelera su paso y los árboles se mueven como locos.
Entonces huyo a mi habitación, me pongo cómodo mirando hacia la ventana, la lámpara del poste se enciende y eso mejora el gran espectáculo que me muestra la lluvia.
Las tres horas y media en realidad valieron la pena…
Cuando llega el primer bostezo sé que es hora de ir a la cama, al fin y al cabo, ese cielo, esa lluvia, el espectáculo no pudo haber sido mejor.
Las noches se vuelven eternas cuando no tienes en qué pensar o en quién hacerlo; no era mi caso, mi mente estaba en blanco. De repente se escucha el trueno más fuerte de toda la noche y enseguida el llanto de mi hermano pidiendo permiso a mis padres para dormir con ellos. Veinte minutos después, otro llanto que ya no me sorprende, mi vecina comienza su concierto sollozante de dos horas que ya me he aprendido de memoria.
     A las 2:30 de la madrugada, mi insomnio continúa; lo único que evita mi locura es la molesta gotera, pero ya no funciona, ya he perdido la cuenta. Mi mente sólo me trae la historia del tipo que en la noche se levanta y asesina a toda su familia. No lo soporto, así que decido salir a dar una vuelta para distraer mi perturbada mente.
     Fue una mala idea, la casa abandonada me mira y no deja de hacerlo hasta que me quedo paralizado con mis recuerdos de la niñez. Me quedé allí parado durante treinta minutos, pero la casa no cesa, me llama a entrar, hasta que sin poder oponerme, lo hice. Adentro todo es igual a mis pesadillas; la exactitud en verdad me aterroriza, las paredes enlamadas, los vidrios quebrados y los muebles podridos, lo único que no está es el monstruo. Eso es lo que más me atemoriza, el monstruo no está, así que grito como nunca antes lo había hecho, como un completo loco; entro en pánico, mis sentidos fallan y ya no puedo razonar.
     Me siento, abrazo mis piernas y mezo mi cuerpo. Pronto, el rechinar de las bisagras de la puerta me alerta, el monstruo entró. Mis ojos son ya en lo único en que confío. Estiro mi brazo y tomo un vidrio del piso; sus rugidos son insoportables y su mirada nadie nunca la podría interpretar.
     Con sus movimientos tambaleantes se acerca a mí, me toma del brazo y me levanta; sin pensarlo lo apuñalo con el vidrio y caigo al piso. Mi inexistente sentido común me grita que él volverá, así que me aseguro de que no lo haga y lo apuñalo cuantas veces pueda.
     Por la mañana llegaron unos amigos de mamá y me ayudaron a cargar mis cosas. Al salir de la casa estaban lo vecinos secreteando entre ellos, me miraban raro. Uno de los amigos de mamá me alienta, diciendo que me gustará mucho mi nueva casa porque allí podré hacer muchos amigos.
     Mi habitación ahora es blanca y muy silenciosa. Mi madre y Edwin me vienen a visitar con mucha frecuencia. Ya les he hablado del doctor Gómez, él es quien me ayuda a descansar mejor. En la última visita, Edwin me contó algunos secretos: como que han demolido la casa abandonada, que mamá llora todas las noches y que papá está ausente.

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