Libros / Donde el tacto, de Fernando Carrera / Carmen Villoro

Pulsa, pulsa la pulsión, ese concepto limítrofe entre el cuerpo y la mente; germen y semilla del organismo psíquico; piedra fundante de la estructura de lenguaje que llamamos Inconsciente.

      La cosa en sí que es cuerpo, el cuerpo en sí colmado de simiente, pletórico de mar, abre sus ríos hacia la representación imagen, establece los vasos comunicantes hacia la palabra que nunca es la experiencia sino siempre representante de ella que, al ser nombrada, al ser representada, ha dejado de ser pero ha dejado, por así decir, por sólo decir y paladear, el mosto, la huella dactilar en la memoria, el eso descifrable/indescifrable de aquel fuego animal que la ha animado, que ha dado ánima, alma, a su intención.
      Porque la pulsión pulsa, porque es empuje y cantidad, porque se agolpa y llena y duele, porque se congestiona y busca y cava, porque se frena y se contiene y se desborda y rompe y arremete y se congela antes del siguiente deslave, la pulsión sólo puede ser dicha con poesía.
      Fernando Carrera no habla del amor, no habla del deseo, esas formas muy demasiado humanas, muy llevadas al acto civilizatorio, constructo de románticos y cortesanos, no habla de la pulsión, su humilde origen: la hace hablar. Nos dice, por ejemplo:

La piel es otro río que fluye

Sabemos, entonces, que en el cuerpo hay una fuente, con todo lo que fuente significa: nacimiento, surtidor, origen, continuidad. Que el Yo puede ser líquido y que en el encuentro vital hay movimiento. Fernando, que ha bebido, en Paz, de un alto surtidor que el viento arquea, dice:

Incesantemente caemos o subimos en la espiral donde todo danza y es, donde todo arde y es. Donde todo se expande y está siendo.

El cuerpo que es gerundio y el deseo que es verbo encuentran su expresión en las imágenes del agua, del viento y del fuego que el poeta nos ofrece como frutos plenos y, al mismo tiempo, evanescentes:

Se mueve todo el tiempo, piensas, la quietud momentánea, la ondulación de
      este instante sobre el cual el pensamiento fluye. […] ¿cuántas veces el viento te acompaña?

Porque la pulsión tiene una fuerza, porque es fuerza, porque perentoria y disruptiva anhela su muerte y su descarga, se encuentra, en la poesía de Fernando Carrera, con la palabra incendio, con el vocablo quemadura, con el enunciado «destino, quemadura» que trae las resonancias de un Villaurrutia que madura en esta nueva voz.

las metáforas del fuego, piensas, tú desde ti, que has probado el cuerpo de
      la fiebre, humedad encendida al paso de tus manos; tú desde ti, que sabes de la
      lucha del hombre con el hombre, del hambre que arde como espiga seca en la
      boca del estómago.

La pulsión tiene siempre un objeto, el blanco de la flecha que la imanta, la presa del cazador que, como liebre tibia, lo seduce: «A ellas», dedica Fernando Carrera esta ofrenda con agradecimiento «por el instante intacto», dice, por la atemporalidad del deseo que, sin embargo, se despliega; «por el instante del tacto», desliza la variante, ese instante donde se ancla la eternidad, donde ellas son Ella, el objeto único, única luna incestuosa que agita la marea de la sangre. Único objeto que inicia su desfile de máscaras y nombres, de sábanas y habitaciones, la amada que aparece como telón de fondo donde se esparce el vino, donde la mancha se diluye, donde se horada, se penetra el tejido del sueño. Mujer pretexto para que haya la vida. La otra, el otro cuerpo que duerme como un estanque inmaculado, la otra que guarda el enigma bajo los párpados, el
      «barco donde navegamos hasta el alba».

Tu cuerpo es una fractura blanca
      Limpia      La noche, un mar que nos insinúa de
              pronto

Duermes y no
      Rompo ese toque de luz bajo los párpados
      película intacta
                                  que imagina
      Mi mano
                  construye esta noche llena de tu cuerpo

Con palabras que se tocan
      hecha de caricias que no se nombran
      la piel presagia                           aves que emigran
      este nuevo cielo
                                martes interminable / paciente

En las sábanas donde acecha
      el león que arriesga el apetito        y lo dice
      : levantamos la caza que es el templo
            barco donde navegamos hasta el alba
                                                                                Y más

La mirada abreva, satisface su sed de siglos
      en la oscuridad refrescante que ofrendas
      Mujer vuelta río en la plenitud
      de su movimiento

Dentro de la ciudad nocturna
      eres cascada de posibilidades

                                                   Todos los sentidos
      hacia uno solo que fluye del tacto a la memoria
      de tu lengua a mi sexo

Blanco
      El territorio donde combatimos
      En tu ser de tinto y silencio
      En la neblina de esta página donde penetro de nuevo

Esto parece amor. Hasta parece amor. «Sé que el amor no existe y sé también que te amo», dijo el poeta Darío Jaramillo. Porque siento en mi cuerpo la llama que me llama. Porque la vida es un temblor que comienza y recomienza en los sentidos y vuelve la carne alimento sagrado y transforma los cuerpos unidos en un templo:

      del cielo, tu rostro: llama
                Y mi nombre acude
                    en la oscuridad
      del cuarto el olor es una antorcha

Son los cinco sentidos los que componen este tacto: la mirada que toca, el sabor que se escucha, la piel que mira y mira. Pero hay otro sentido que recorre las islas como brisa. La memoria que va reconociendo la voz de la memoria: donde el tacto… ¿dónde? ¿dónde el tacto? Don del tacto que ha dejado su marca de agua, su marca de niebla en el recuerdo olvidado. La memoria hace su aparición como una luz de baja intensidad que va creciendo y

Deja ver
      su verdadero nombre, la sustancia
      en el corazón del silencio
      que rodea todo
                              lo que germina

Memoria que «trae consigo las notas del frío que la piel sueña». El recuerdo toma en esta poesía de Fernando Carrera la forma disuelta de la música, el vaivén del ritmo de sus versos que cantan y se arrullan y danzan y hacen el amor hasta alcanzar la lucidez del vacío, hasta convertirse en «luz consciente que desea».
      Pero, ¿cuál es el fin de la pulsión? ¿Qué se consigue con la lucidez de las manos «que construyen el día de otro cuerpo profanado, agotado en la caricia del que va sembrando ausencias, recuerdos que se tocan»? Vida y muerte se entrelazan en la búsqueda de la quietud. Al final, la palabra va en busca del silencio. La poesía de Fernando Carrera expresa el límite de amor y muerte, el beso de las dos orillas que se tocan. El empuje que germina con la vida lleva inexorablemente al sello del humo y la ceniza:

El fuego es
                       nuestro dolor más íntimo
      cicatriz de nacimiento.

Celebremos con Fernando ese camino de aire entre los labios. Festejemos con él su pasión por la poesía que es pulsión pulsante, habla, como el polvo, enamorada. Celebremos este libro que ahora reza en dos lenguas, una frente a la otra como dos rostros que se miran al espejo y algo reconocen del propio allá, del otro lado, donde el tacto. 

                      Là où le toucher / Donde el tacto, de Fernando Carrera. Écrits des Forges / Mantis Editores, Québec / México, 2015, traducción de Françoise Roy.

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