Visitaciones / Diez instantáneas para festejar a Francisco Hernández / Jorge Esquinca

1

El niño de los cabellos en llamas se despierta. Es media noche y el río que pasa por debajo de su cama viene cargado de huesos y calaveras. Una vaca pinta flota hinchada como un globo en desgracia. Empapado de sudor, cierra los ojos. Y en el río que pasa adentro de su cabeza flota una niña con un velo blanco.

2
El niño de los cabellos en llamas está parado en el centro del diamante. El guante en la mano izquierda, la pelota en la derecha. Debe lanzarla para que el tiempo, que se ha detenido, fluya de nuevo. Decide no hacerlo y permanecer unos instantes bajo el sol inmóvil de la eternidad.

3
El niño de los cabellos en llamas apunta su resortera. Un zopilote gira en círculos descendentes por encima de su cabeza. Estira más el brazo y la liga se tensa. La piedra afilada en el trozo de cuero. Deja que el arma siga los giros del carroñero. Dispara. Un diluvio de aguas negras cayó sobre San Andrés durante tres días y tres noches.
4
Los que la hemos visto, los valientes que la hemos seguido hasta el río para verla bañarse, estamos seguros: Paura no tiene coño. Pero eso no quiere decir que sepamos, ni de cerca, nombrar lo que ahí tiene. Porque no se parece a las escolopendras ni a los murciélagos. Es más bien un hondo remolino. Y desde ahí, dicen, nace la noche que cobija a los muertos.

5
«Amor/taja/dos» —cantaste—,
mi buen compadre Francisco
y con tu rima dejaste
mi corazón hecho cisco.

Diré que en el ancho mundo
no hay poema más certero:
lo es, por breve y ligero,
lo es, por cierto y profundo.

6
Mejor será no regresar al pueblo. Aunque el pueblo, o su imagen, habiten en esa región de la memoria donde se almacenan los recuerdos imborrables. Una casa dentro de otra casa, como en un juego de cajas chinas, es la memoria. En su interior, en eso que vagamente puedo reconocer como su entraña, «se escuchan disparos de escopeta, gritos desaforados y una revoltura de animales de monte que se azota contra las paredes presintiendo el regreso de los cazadores». Mejor será no volver al pueblo, nunca más.

7
Desde mi ventana, en lo alto de la torre, miro pasar las aguas del Neckar. Miro pasar tu rostro, Diótima. Tu hermoso rostro que, como el río, es el mismo y es nuevo. «Scardanelli», me oigo decir, pero se trata del río quien murmura ese nombre que tú me has dado y que los gallos repiten en todos los tejados de Tubinga. «Scardanelli», mi difunta, con el que me llamas para que yo acuda a donde sea que estés y volvamos a ser los de ayer, en este instante, siempre.

8
La isla de Borneo se encuentra en el centro de Insulindia. Es la tercera isla más grande del mundo. En idioma nativo, los indonesios se refieren a ella como Kalimantan. El punto más alto es el Monte Kinabalu, con cuatro mil metros de altura; fue escalado por primera vez en 1851 por un alpinista británico, Hugh Low. En la base de la montaña se extiende un bosque tropical, en su cima hay nieve. Es una isla rodeada por cuatro mares: el mar de la China meridional, el mar de Sulu, el mar de Célebes y el mar de Java. En el siglo xvii todas las monedas que circulaban en la isla llevaban impresa una rosa. Borneo posee una red de cavernas que se antoja interminable. La Cueva del Venado es la más grande del mundo y alberga a más de tres millones de murciélagos y una montaña de guano que rebasa los cien metros de altura. La recorren quince ríos. En sus aguas habitan seis variedades de peces siameses luchadores, uno de los cuales tiene un color azul verde iridiscente. En los pantanos de agua ácida habita un pez gato de dientes afilados cuyo vientre adhesivo se pega a las rocas, confundiéndose con ellas mientras acecha a sus presas. El llamado «Corazón de Borneo» es una región montañosa de doscientos veinte mil kilómetros cubierta de bosques húmedos ecuatoriales, situada en el centro de la isla. La deforestación comenzó a mediados del siglo xx, a causa de los incendios provocados por el establecimiento de plantaciones de caucho. El orangután rojo, una especie endémica de la isla, está seriamente amenazado. Cuaderno de Borneo es el diario que escribió el poeta mexicano Francisco Hernández para dar cuenta de la estancia apócrifa de Georg Trakl, su colega austriaco, en la isla. Este último dato no está en la Wikipedia.

9
Ay qué bonito es volar,
volar arriba del cielo,
tú que te vas a Borneo
yo que te quiero matar.

Ay qué bonito es volar,
quitarle al mango su cáscara.
Aquí te guardo la máscara
por si quieres regresar.

10
Cuando Francisco Toledo pinta, una liebre copula con un cacto.
Cuando Mark Rothko pinta, se realiza la unión de la sangre y la luz.
Cuando Vicente Rojo pinta, vuelve a llover en el Valle de México.
Cuando Marcel Duchamp pinta, el paraguas copula con la máquina de coser.
Cuando Remedios Varo pinta, se cimbra el esqueleto que sostiene al cosmos.
Cuando Vincent Van Gogh pinta, un cuervo esparce la luz en los trigales.
Cuando Frida Khalo pinta, Diego Rivera copula con un espejo.
Cuando Jean Michel Basquiat pinta, los niños de Brooklyn sueñan con un arco iris .

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