Matanzas Bay / Jamila Medina Rí­os

Como una jaula de pájaros sin pájaros, dos días antes del cumpleaños. Mochila otra vez a las Matanzas. Medias caladas contra el viento norte y una pareja inseparable de jirafas, ador-mecida en el fondo.

      Paseo Martí. De blanco y negro como una vieja foto. Pañuelo de cuadros enrollado, avalancha. Viendo pasar a izquierda y a derecha una dresina. Filmándola. Bajando a gatas a buscar el paliacate. Hasta los rieles.
      Escritos en la mano los asuntos (una bandada de golondrinas ligeras) para llenar el día de un celofán de cháchara. Y el pico del pelícano de las conversaciones graves cayendo a carenar cuando se fue la última. ¿Volverás, volveré? ¿Volveremos a ser Matanzas Bay?
      Guagua hasta el extremo desierto de la costa. Sobrepasar la termoeléctrica, el punto de control, una caseta de teléfonos volcada. Sonrisa cloqueando por el gris asfalto. Y a un lado y otro: piñas de pino, barrio de cercas de madera. Y a la derecha: atajos hasta el mar (y sobre el mar). Cavada en roca la piscina al fin. Entreabrir de los dedos: ramo, esclusa, llamarada amarilla en el vacío. Flaaaaash. Cámara lenta: mi mano, el frío, tu zoom sobre las flores, tu paciencia china para pintar pequeñas alegrías en el aire. Morderme la lengua para no decir: Llevaré esto rayado en la retina; ¿no ves que somos lo que ves? El mar rodeando el ramo. ¿Querrá casarse el mar? ¿Con quién, de quién, a quién?
       Conchas prehistóricas, esqueletos de estrellas horadados en piedra. Miraditas, amagos, suspirar. Dienteperro punzante y las pieles juntadas sin importar llovizna, sol, espuma reseca de la melancolía. Precioso… Gemidos. Preciosa daga… Zorro de rieles. Zorra de vía. Vaivén convulso de la dresina atrás y alante… hasta perderse en un recodo. Hasta hacernos creer que-sí-que-no que-sí-que-sí que-no vendrá que-no se irá. Con este frío ni muertos en el agua. Apretujarse. Labios, lenguas, (em)be(le)sos. Humedecerse, remojar las puntas de las yemas, salivar, tragar en seco, negarse-darse, me(re)cer. Balanceos, seseos… embestida.
      Después la bruma. Las golondrinas idas/ flor de sangre en el pecho del pelícano. Matar el hambre (es un decir). Regresar con sed. Volver a nado a ras del agua como sea. Uno mirando al frente y otro mirando atrás. Una de dos. Manos tomadas pero la rosa apenas. ¿Vendrá el deseo que marca (lomo abrasado de res) en medio de la noche (estómago girando: retorcido en el disco del teléfono)? ¿Caeremos irremediablemente atropellados en mendicante balbuceo? ¿Podrá la lu(cide)z en madrugada volver de la vorágine de algas?
      Hay días que el corazón logra calmarse y no pensar constantemente; días en que es mejor (como engañados) sortear la boca-de-lobo de las minas de lágrimas. Repaso y recorto negativos: Matanzas Bay, el mar besaba el ramo, el sol tu pelo y yo colmada (como encinta) de una seguridad inapelable: un nosotros, un siempre (sin The End). Pájaros, cola de zorros, jirafas… amancebados, muertos de miedo pero salvos: arca, diluvio, milagro. Boda invisible bajo el cielo fue aunque no dije. La esclusa era el anillo y la estela amarilla mi dedo (mi garra de paloma) entrando al agua. Yo te tenía y el mar quería también su jaula.

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