El otro mundo / Pedro Ezequiel Castellanos Hernández

Preparatoria 13, 2014 B

No sabía en donde me encontraba; no veía, no escuchaba ni sentía nada. “Acaso estoy muerto”, fue lo primero que me cruzó por la cabeza. Sin embargo, lentamente comenzó a escucharse un leve zumbido en aquel oscuro vacío y, poco a poco, comenzó a intensificarse hasta que, como un golpe, miles de sonidos retumbaron en mi cabeza y en un instante aquel vacío se convirtió en un lugar repleto de extrañas criaturas.
Observé las almas de aquellas criaturas (que eran muy similares a mi especie), pero éstas eran oscuras y vacías. Me encontraba flotando como un espectro entre ellos y ninguno parecía notarme. Les hablé, pero nadie me hizo caso, su lengua era muy diferente a la que yo conocía. Sólo escuchaba ruido sin sentido, como si hablaran sin tener nada que decir.
En medio de ese caos delirante, noté una de aquellas criaturas que me miraba fijamente, sentado con un extraño objeto entre sus brazos. Me acerqué a él y al instante me habló en mi lengua.
—Vaya infierno —me dijo.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Qué es este lugar? —le pregunté.
—Has llegado a un paraíso habitado por demonios —contestó, aunque él no había pronunciado ni una sola palabra, sino que estaba desplazando sus largos dedos entre las cuerdas de aquel objeto.
—¿Qué es eso que tocas? —le señalé mientras miraba el objeto.
Volvió a desplazar sus dedos y noté que, de aquel objeto, era de dónde provenía su voz.
—Se llama tiorba y es un instrumento con el que me puedo comunicar contigo, un instrumento musical.
Lo miré un rato y luego continúe.
—¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo vuelvo a mi hogar?
Tocó la tiorba y dijo:
—El porqué es un misterio, pero para volver, eso sí te lo puedo decir.
—¡¿Cómo?! —dije con impaciencia.
—Mira a todas aquellas criaturas. No son más que un virus que consume este mundo lentamente, son demonios destructivos —dijo mientras los miraba con gran repugnancia—. Si quieres volver es fácil: para recuperar tu vida, tienes que arrebatar la vida de uno de ellos y dármela.
Quedé impactado al escuchar tan frías palabras.
—Hablas de que debo asesinar.
—¡Exacto! Asesina y recuperarás tu vida. Yo sé que tu especie es muy pura y el arrebatar la vida no es parte de ustedes, pero para ellos es el pan de todos los días. Ahora sólo eres un espectro y te daré la oportunidad de materializarte sólo una vez, por lo que tienes solamente una oportunidad para matar. Ese es mi desafío: tómalo o déjalo.
Pensé un poco para intentar comprender todo lo que estaba pasando. “Asesinar para volver”. Tenía la mirada hacia el suelo y cuando la levanté, me di cuenta de que aquella figura con la tiorba ya no estaba.
Comencé a avanzar lentamente entre las criaturas que me ignoraban por completo. Ahogado en mis propios pensamientos, duré varios días planeando lo que debía hacer. Moría de hambre y sed y, sin embargo, seguía ahí sin morir o vivir, atrapado en una terrible maldición. Intentaba ganar ánimos para matar a uno de ellos; motivos no me faltaban. Varios días los observé. Como había dicho aquella figura, eran demonios vacíos, sin alma que parecían estar esclavizados, seres que trabajaban para consumir y consumían para vivir y Vivian para… esa era mi duda.
Con el tiempo, fui aprendiendo cada vez más de ellos. Un día vagaba por las calles buscando a quien merecía más la muerte, hasta que me detuve y miré a una criatura que sobresalía de entre las demás. A diferencia de las almas tristes que tenían las demás, está poseía un alma pura y viva. Me detuve para mirarla con claridad y en sus ojos se reflejaba algo que yo no había visto desde que llegue a este mundo: libertad. La seguí, pues no quería dejar de ver aquellos hermosos ojos. Aquella bella criatura caminó a un parque, se sentó bajo un árbol y comenzó a leer un pequeño libro, muy comunes de donde yo vengo. Me quedé inmóvil a unos cuantos metros frente a ella, sólo observándola. Después de un rato se levantó y se fue.
Me quedé en el árbol esperando al día siguiente para que volviera y así fue, todos los días poco antes del anochecer se sentaba bajo aquel árbol a leer. Comenzaba a perder la cuenta de los días, incluso a olvidar mi viejo hogar; yo solamente quería estar en aquel lugar contemplando la personificación de la belleza.
Un día, la hermosa criatura no había llevado un libro, sino un instrumento similar a la tiorba y, asimilándose a la otra criatura, produjo una lengua, pero ésta era mucho más compleja. Sus dedos se desplazaban con suavidad, creando algo único que no lograba entender del todo. Decía melancolía. Me quedé paralizado escuchándola todo el tiempo que ella tocó, hasta que finalmente se detuvo, se levantó y se fue. No quería que se retirara, así que con el deseo de seguir escuchando su dulce melodía la seguí a pocos metros tras ella, sin tener la remota idea de lo que estaba a punto de ocurrir.
El cielo comenzó a cubrirse de espesas y oscuras nubes, y lejanos estruendos resonaban. Al poco tiempo comenzó una fuerte lluvia que hizo que aquellas criaturas aceleraran el paso, incluyendo a la que yo seguía. Ella corrió para proteger su instrumento de la lluvia. Me aterré al ver que, mientras ella cruzaba una calle, un vehículo había perdido el control y estaba a punto de impactarse contra ella.
—¡No! ¡Detente! —grité, pero no me escucho.
Rápidamente me cruzó por la mente: “materializarte solo una vez”. Esa era la única oportunidad para volver a mi hogar, tenía que usarla, era la única forma, así que me acerqué lo más rápido que pude y la empujé al otro lado. Al instante, sólo distinguí dos luces acercándose hacia mí. Sentí un gran impacto en todo mi cuerpo y en un segundo todo se convirtió en un oscuro vacío como aquel en el que estuve antes de llegar a aquel mundo. De pronto, cientos de luces comenzaron a desplazarse a gran velocidad, moviéndose del frente hacia atrás, dándome la sensación de que viajaba.
Un gran grito desgarrado y delirante, como el de un ser siendo torturado, resonó en mi cabeza.
—¡Tú! ¡Se suponía que tenías que arrebatar una vida, no salvarla!
Reconocí la voz, era la de aquel que tocaba la tiorba, aquel demonio que me había traído a ese mundo para asesinar.
—¡Miserable, maldito miserable! —gritó.
Su voz se convirtió nuevamente en un grito agonizante que se fue perdiendo en el vacío lentamente. Las luces aumentaron su velocidad y una luz blanca y brillante surgió frente a mí.
—Te felicito —sonó una voz grave y tranquila—. Has llegado más lejos para evitar lo que temes de una vida que para alcanzar lo que deseas de la tuya.
—¿Quién eres?
—Un amigo y un guía.
—¿Qué ha ocurrido?
—Fuiste transportado a otro mundo por un errante.
—¿Un qué? —La cabeza no dejaba de darme vueltas.
El guía rió y finalmente contestó.
—Los errantes somos seres condenados a deambular entre mundos, seres sabios; sin embargo, no todos tienen buenas intenciones. Tú lograste ser más listo que el errante que te tendió esa trampa.
—¿A qué te refieres?
—Has logrado demostrar que existe el amor, la libertad y la vida entre los humanos
—¿Humanos?
—Sí, humanos; aunque tú no lo recuerdes, antes eras uno de ellos, pero ahora puedes volver a tu hogar, el mundo de los muertos, como lo llaman ellos.
Abrí los ojos, estaba recostado bajo un árbol y tardé un poco en acostumbrarme a la luz de aquel hermoso cielo. “Me quedé dormido”, pensé. Había soñado con aquel viaje, había recordado cuando estuve con los humanos.
Escuché una voz femenina, tierna y familiar que me llamaba.
—Te estaba buscando —dijo.
—Me quedé dormido y recordé mi travesía en el mundo de los humanos —contesté.
—¿Cuándo salvaste mi vida aquel día lluvioso?
Asentí con la cabeza con una sonrisa llena de alegría.

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