La lengua del bridge / Noam Partom

Mamá está jugando Bridge contra los turcos por internet.
     Todo el imperio otomano se colapsa otravezportodaspartes
     cuando mamá presiona el lado derecho del Mouse
     pasa pasa pasa
     se electriza—
     estamos dándole una golpiza a estos turcos sin problema alguno
     porque este bruto de Mustafá de repente ha decidido que tiene que hacer pipí
     justo cuando es su turno.
     Mamá y yo hablamos por teléfono y me cuenta cómo es que ella
     está haciendo pedazos a
     Sasrokawa de Argentina
     Margarina de Serbia
     Wiadek de Polonia.
     Gracias al B.B.O. —Bridge Base Online— mamá hace docenas
     de nuevos amigos y enemigos de un día para otro en todas partes del globo.
     Mamá dice que el bridge la salva. La salva
     en las mañanas, cuando atiendo mi vida de estudiante. Al mediodía
     cuando mis hermanos crían a sus hijos y les limpian las narices. En las tardes
     cuando no hay nada bueno en la tv. En la noche, cuando no hay nada bueno
     por lo cual vivir. En la noche
     las ansiedades reptan como pálidos camaleones desde debajo de la puerta
     y por todas las esquinas de la casa que alguna vez
     les perteneció a ella y a mi padre, que alguna vez
     acogió a jugadores de bridge en tiempo real, como la pareja de Tamar y Gadi,
     y un mantel verde, profesional,
     adornado con cartas bordadas a color
     con tréboles y corazones y diamantes
     y reinas y príncipes.
     Cuando mamá colocaba el surtido de cacahuates en platos de vidrio
     en la esquina de mármol de la sala
     yo me robaba sólo las nueces de la India. Esto era cuando Gadi todavía no
     estaba tan calvo ni tan gordo. Sí, Alguna Vez,
     cuando Tamar todavía no sufría del Mal de Parkinson y podía mantener el abanico de cartas
     como la cola extendida y suntuosa de un pavorreal
     con mano segura. Alguna vez,
     cuando me ocultaba bajo la pequeña mesa de los invitados sobre la alfombra,
     recargándome contra las rodillas de papá, haciéndole cosquillas en los pies,
     imaginaba que era la hija de algún aristócrata en el torneo real
     de cartas, en un musical,
     comiendo fresas y pastelillos, lamiéndome los dedos, cambiando de lugar
     como una bailarina
     con un voluminoso vestido plisado.
     Me repetía a mí misma, mientras ellos anunciaban
     As, doble triunfo, cuatro corazones, dos tréboles
     Blackwood
     espada.
    
     En la noche, mamá se sienta en el cuarto que alguna vez fue mío
     con su bata rosa de florecitas medio abierta, frente a la luz intermitente de la pantalla de la computadora,
     para jugar con Leopold, de los Estados Unidos, y con Nicolette, que es una experta de Francia
     y con este idiota que se hace llamar Erótico,
     y con el gran bodrio, él es un tipo israelita de Ra´anana. En la noche
     mamá juega con todaclase, todaclase
     Yanna de Bulgaria y Khajundo de España y Arun Karnick 75 de India.
     Todaclase de todas partes del mundo
     rescata a mi mamá de noche.
     Mamá juega y juega y juega—
     mientras trata de olvidar que ella alguna vez tuvo
     un compañero constante en el juego.
     Algunas veces mi mamá y mi abuela se reúnen para jugar juntas como pareja
     contra la computadora
     y mi abuela se enfurece con mi madre, le grita
     que es una adicta al juego. Nuritel tiene el espíritu del jugador
     mi abuela me anuncia, radiante,
     Nuritel es una jugadora empedernida,
     justo como su padre.
     Y se ríen hasta las lágrimas y se acuerdan de cómo el abuelo solía ser un diablillo travieso en el Bridge
     en aquellos días, oh papá, papito, gimen,
     oh, abue, me cuentan—
     el abuelo era un bromista.
     Y tu padre, por otra parte,
     tu papá era tan recto como una regla.
     Pronto, cuando aparezcan los primeros destellos plateados en mi cabeza pediré—madre,
     nana, que me leguen sus femeninos secretos familiares, que me den por herencia
     este conjuro de cartas,
     que me digan cómo cantar este hechizo—
     doble triunfo, cuatro corazones,
     blackwood
     espada—
     que me enseñen a hablar
     su lengua del Bridge.
     Tengo veintitrés, todavía sin novio a la vista,
     pero también le temo a la noche, mamá,
     también tengo miedo de estar sola, abuela,
     enséñame tu lengua privada del Bridge—
     también le temo
     a los hombres muertos.
    

     Versión de Cristina Rivera Garza,
     a partir de la versión del hebreo al inglés de Danny Neyman

 

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